Hará pronto un año de mi elección como miembro de la Real Academia Española (RAE), y este domingo, 9 de octubre, cumplo con el requisito de leer un discurso e ingresar definitivamente en la institución. Durante aquellos días de diciembre de 2021, tras la votación favorable en la RAE, algunas personas reaccionaron con sorpresa: ¿qué hace un científico en la RAE? Así me lo dijeron, sin pelos en la lengua. Otras lo pensaron, a juzgar por microsegundos de silencio tras conocer la noticia. En absoluto quiero que estas palabras se entiendan como una crítica negativa hacia esas personas, puesto que yo mismo lo he pensado muchas veces: ¿pero, qué pinto yo entre personas tan sabias en el mundo de las letras?
Si me hago esa pregunta es porque mi idea de la RAE era entonces similar a la que tiene la generalidad de las personas ¿Estamos quizá equivocados? Desde temprana edad y en ciertos cursos de la educación escolar nos encasillan en el ámbito de las ciencias o en el de las letras.
Una vez escogido el camino, habrás de cursar aquellas asignaturas que te corresponden por una elección precoz. La dicotomía entre las ciencias y las letras se fortalece en el siglo XIX, pero se puede seguir hasta la Antigüedad clásica. Por descontado, existen diferencias entre los dos ámbitos; la ciencia aspira a predecir resultados, así como a establecer leyes y principios, mientras que el mundo de las letras pretende encontrar tendencias en los hechos humanos y comprender procesos sociales en contextos muy variables.
Sería muy interesante profundizar en la necesidad de unir siempre estas dos formas de proceder en nuestra vida, formemos parte de una tribu o de la otra. Al fin y al cabo, tanto las ciencias como las letras constituyen ámbitos del conocimiento del ser humano ¿dónde está la diferencia?
[la cultura, "una ventaja evolutiva"]
Nos acercamos al saber siguiendo caminos diferentes y todos tratamos de aproximarnos a la realidad. Estudiamos y más tarde enseñamos nuestros conocimientos mediante el lenguaje y las palabras escritas, un sistema muy complejo en el que participan genes, diversas parte del neocórtex cerebral, el aparato fonador y el aparato auditivo. Y todo ello aderezado con lo que llamamos el «pensamiento simbólico». El lenguaje y las letras es lo primero que hemos de aprender, dediquemos luego nuestra vida a la biología molecular, la medicina, la literatura, la abogacía o la economía. Pero siempre estarán antes la letras y las palabras que todo lo que viene a continuación.
El lenguaje y las letras es lo primero que hemos de aprender, dediquemos luego nuestra vida a la biología molecular, la medicina, la literatura, la abogacía o la economía
Las sociedades más avanzadas emplean un vocabulario cada vez más rico y diverso, en el que las palabras derivadas de la práctica científica se emplean con gran frecuencia en los medios de comunicación.
Es innecesario que todos los mortales conozcamos la jerga técnica que, a modo de lenguaje críptico, se emplea para que unos pocos centenares de personas —especializadas en un ámbito científico particular— se entiendan entre sí. Pero la práctica de la ciencia deja poco a poco un reguero de vocablos que no se pierden con el paso del tiempo y que terminan por ser del dominio común.
Esos términos deberían formar parte de nuestro vocabulario. Lo malo es que esas palabras no siempre están bien definidas o su acepciones se quedan obsoletas. Y ahí es donde los científicos pueden poner su grano de arena. Nadie es imprescindible, pero cuando te lo piden debes contribuir, aunque sea de manera modesta.