I+D+i, “Investigación+Desarrollo+innovación”, son unas siglas que aparecen frecuentemente, como si se tratara de un mantra que nos asegurara un futuro material más confortable y seguro. La I+D+i forma parte de lo que se denomina “política científica”, cuyo significado más común es el de “planificación de la investigación científica por parte de un Estado con el propósito de favorecer la situación de la ciencia nacional para que pueda competir con la producida en otros países, y poder aplicarla para generar riqueza”.
Innovación significa mucho más que inventar. Es conseguir que algo triunfe porque es práctico
Aunque existen programas en siglos anteriores que pueden considerarse como “política científica”, cuando ésta alcanzó realmente importancia, necesitando de diseños más rigurosos y profundos, fue a partir de la Segunda Guerra Mundial, la contienda que tuvo como grandes protagonistas a la aviación, el radar y la bomba atómica. Y es que entre las lecciones que surgieron con nitidez de aquella terrible conflagración figuraba, prominente, la de que la ciencia constituía uno de los valores más preciados para el presente y, sobre todo, para el futuro de una nación.
En Estados Unidos los militares se dieron perfecta cuenta de ello, como muestra el caso del general Henry H. Arnold, comandante general de las Fuerzas Aéreas, quien antes de que finalizase el conflicto pidió a algunos científicos que estudiasen lo que tendrían que hacer en el futuro, esto es, que diseñasen una política científica para las fuerzas aéreas estadounidenses. Quería, como explicó en su autobiografía (Global Mission, 1949), “obtener los mejores cerebros disponibles, y hacerles que considerasen los últimos desarrollos en las Fuerzas Aéreas de los alemanes y los japoneses, así como de la R.A.F., y que determinasen los pasos que debería dar Estados Unidos para tener la mejor Fuerza Aérea del mundo dentro de veinte años”.
También, y desde una perspectiva más general no limitada a usos militares, el presidente Franklin Delano Roosevelt pensó en términos parecidos y pidió al ingeniero, Vannevar Bush, uno de los pioneros de la computación analógica y director de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico estadounidense, establecida en 1941, que preparase un informe. Bush cumplió el encargo, produciendo el informe solicitado que envió en julio de 1945 ya no a Roosevelt, quien había fallecido por entonces, sino a Truman. Se hizo público el mismo año bajo el título de Science, the Endless Frontier. Report to the President on a Program for Postwar Scientific Research. Tenía 184 páginas y constituye un modelo para el diseño de una política científica (este mismo año, 2021, Princeton University Press lo ha reeditado).
Pero sucede que no siempre comprendemos bien el significado de los términos que se encuentran detrás de las siglas I+D+i. “Investigación” es el más transparente; se refiere a los esfuerzos sistemáticos por ampliar los contenidos de la ciencia. Esos esfuerzos pueden surgir dentro de la dinámica interna de la propia ciencia –lo que se denomina “ciencia pura”–, pero también por el deseo de utilizar sus resultados con fines prácticos (rentabilidad económica, social o militar).
A la dimensión práctica pertenecen los denominados “programas prioritarios de investigación” que promueven los gobiernos, ejemplos de los cuales son, o han sido, programas en microelectrónica o en energías alternativas. Por su parte, “Desarrollo” significa utilizar los resultados de la Investigación para su aplicación práctica. De hecho, durante bastante tiempo solo se hablaba de I+D.
Desde algunos puntos de vista es la “i”, la “innovación”, la más complicada de entender, en qué consiste, cómo se ejecuta. A explicar lo que es, utilizando un amplísimo conjunto de casos históricos, está dedicado un libro de reciente aparición, Claves de la innovación (Antoni Bosch Editor, 2021), de Matt Ridley, para quien “Innovación significa descubrir nuevas maneras de aplicar energía para crear cosas improbables y lograr que tengan éxito. Significa mucho más que inventar, porque el término implica el desarrollo de un invento hasta que triunfe por ser lo bastante práctico”.
El punto más destacable es que la relación de la innovación con la ciencia no es la misma que existe entre la Investigación y el Desarrollo. Esto no significa que la ciencia no subyazca en los productos de la innovación –nada que funcione puede violar las leyes que rigen los fenómenos naturales–, pero ha sido frecuente en la historia de la innovación lograr que un producto funcionase mediante el aparentemente poco respetable método de prueba y error. Si los hermanos Orville y Wilbur Wright, unos fabricantes de bicicletas, tuvieron éxito con el primer vuelo propulsado y controlado de la historia el 17 de diciembre de 1903, no fue porque conociesen los procesos dinámicos que tienen lugar cuando las alas de un avión se mueven a través del aire, un problema de gran complejidad física y matemática que involucra cuestiones como la turbulencia, sino porque fueron modificando un elemento tras otro.
Está muy bien que nos refiramos a los conocimientos de químico-física que poseía Fritz Haber y que condujeron a obtener amoniaco del nitrógeno presente en la atmósfera cuando éste reacciona con el hidrógeno, un método que, literalmente, ha salvado a una gran parte de la humanidad del hambre pues conduce a la obtención de abonos artificiales, absolutamente necesarios para la agricultura; pero la teoría avanzada por Haber no habría podido funcionar sin las habilidades de Carl Bosch, un ingeniero que trabajaba para la empresa BASF (inicialmente dedicada a fabricar tintes sintéticos), que consiguió resolver los muchos problemas (a menudo también mediante prueba y error, con, por ejemplo, diversos materiales) para poder construir una fábrica en la que se produjese amoniaco en cantidades industriales. Por eso se habla del “proceso de Haber-Bosch”.
Puede que el término “innovación” parezca más humilde, menos “científico”, más cercano al hogar de los imprevisibles “inventores”, que los de Investigación y Desarrollo, pero también esa práctica ha sido, y continúa siendo, necesaria para hacernos la vida más cómoda y segura. Por ello es justo que aparezca en pie de igualdad con la Investigación y el Desarrollo: la I+D+i, el triunvirato que mece la cuna de la historia.