Ramón López de Mántaras. Foto: Jordi Cabanas
Ramón López de Mántaras (Sant Vicenç de Castellet, 1952) ve el futuro desde su laboratorio del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial (IIIA), y lo hace con cautela. Sabe que tiene en sus manos una información que desbordaría a cualquier aficionado de la ciencia-ficción. En las entrañas de este organismo del CSIC, que además dirige, intenta trasladar los mecanismos de la creatividad humana a las máquinas. Conocer sus circuitos y encender la chispa del conocimiento es un desafío sólo comparable a la comprensión de los primeros pasos del universo. “La creatividad no es un don misterioso, es algo que puede ser investigado, simulado y reconducido científicamente”, explica en el artículo La inteligencia artificial y las artes, del libro El próximo paso. La vida exponencial, editado por BBVA/OpenMind.
Las preguntas que sugieren los avances en Inteligencia Artificial dan vértigo: ¿Puede un software componer como Mozart? ¿Será posible improvisar como John Coltrane gracias a neuronas artificiales? ¿Se alcanzará la expresividad musical, el “gesto”, mediante algoritmos? ¿Cómo es posible que un sistema robótico llegue a exponer en la Tate Modern de Londres? Más aún: ¿Llegará un sensor a provocar intencionalidad en estos ingenios? ¿Podrá cualquier persona escribir como Cervantes gracias a la creación asistida? ¿Alcanzará, en fin, la Inte- ligencia Artificial la consciencia?
Mántaras intenta contestar a todas estas cuestiones desde el rigor y la prudencia. No sorprende porque lo que intenta junto a su equipo es que las máquinas puedan aprender a partir de la experiencia y a interactuar con su entorno. Nada menos. “El objetivo de estas investigaciones -precisa a El Cultural- es dotar a los robots de conocimientos de sentido común”. Mántaras ha conseguido que un robot humanoide tenga capacidad para asociar posiciones de su dedo con notas musicales en un teclado virtual. Para el investigador, premio EurAI por sus contribuciones excepcionales a este campo, uno de los problemas más complejos es que la máquina sea capaz de evaluar el interés de lo que hace: “A pesar de su capacidad para generar nuevas obras no puede evaluar por sí misma la calidad del resultado de estas combinaciones. Es decir, carece de ‘criterio'. Tampoco tiene intencionalidad ni motivación ni deseos y dudo que una máquina llegue nunca a tener estas propiedades”.
Pregunta.- ¿Sustituirá la computación a la creatividad humana?
Respuesta.- No lo creo. La máquina puede generar música o pinturas que pueden ser estéticamente interesantes pero no puede “romper reglas”, en cambio los humanos (¡algunos por lo menos!) sí pueden. Un ejemplo claro es Schönberg con la música atonal, que rompió la regla de que una obra musical debe tener una tonalidad central. Otro ejemplo son los cubistas, que rompieron con las normas de la representación espacial basada en un único punto de fuga. La historia está llena de grandes creadores que rompieron reglas y crearon estilos completamente nuevos.
P.- ¿Podría la creatividad computacional cambiar el concepto de arte?
R.- Ya lo está cambiando. Actualmente la gran mayoría de artistas usan los ordenadores como herramientas de ayuda a la creación. A la larga, gracias al desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA), las creaciones artísticas serán el resultado de la colaboración persona/máquina y ésta dejará de ser un mero instrumento, tendrá cada vez más protagonismo en el proceso creativo, por ejemplo sugiriendo combinaciones de elementos (ya sean notas musicales, timbres, armonías, colores, formas...) que las personas no hubieran considerado. Digamos que la máquina puede explorar un espacio mucho más amplio de posibles soluciones gracias a la velocidad con la que puede procesar datos.
P.- ¿Conocemos los circuitos cerebrales de esta creatividad?
R.- Hay científicos que están ya estudiando la actividad cerebral durante el proceso creativo. Un ejemplo son los trabajos del neurocientífico y músico Charles Limb sobre la actividad cerebral de un intérprete de jazz. Parece ser que ha llegado a conclusiones muy interesantes comparando la actividad cerebral del intérprete cuando improvisa y cuando se limita a reproducir la partitura. La actividad cerebral es muy distinta en ambos casos. Pero, eso sí, que esta actividad pueda ser reproducida mediante una red neuronal artificial es algo mucho más complejo, ya que las redes neuronales artificiales son aproximaciones muy poco finas de las redes neuronales biológicas.
Del jazz al rock
P.- ¿Como es posible programar la improvisación del jazz?
R.- El científico francés François Pachet ha trabajado en este tema. Técnicamente es complejo explicarlo, pero hay varias aproximaciones basadas en distintas técnicas de IA que van desde las redes neuronales hasta los algoritmos genéticos pasando por sistemas de inferencia basados en reglas. En todos los casos las improvisaciones son de calidad bastante limitada, mucho peores que las que puede generar un músico.
P.-¿Podría un batería como Phil Collins abandonar un concierto y ser sustituido por un robot sin que se notara su ausencia?
R.- Quizá a muy largo plazo. La realización física, mediante un robot, de los rápidos y diestros movimientos corporales de un baterista humano es extremadamente difícil de emular. Si algo caracteriza a los robots humanoides actuales es su limitada destreza, incluso ejecutando acciones a poca velocidad. La dificultad es más debido a las limitaciones motoras del robot que a la posibilidad de hacer un buen tracking del tempo y ritmo de una pieza musical.
Actualmente, es en la música donde más ha profundizado el estudio de la creatividad computacional. Desde finales de los años 50 se empezaron a desarrollar aplicaciones. Es el caso de Illiac Suite, la primera obra musical programada por el estadounidense Lejaren Hiller con el ordenador ILLIAC 1 de la Universidad de Illinois . Actualmente, la actividad abarca desde la composición hasta la interpretación pasando por el acompañamiento en tiempo real.
P.- ¿Llegará una máquina a ‘crear' por inspiración o intuición?
R.- No sabemos muy bien qué es la inspiración ni la intuición, en cualquier caso dudo mucho que algún día se pueda hablar de un software que se inspira o que tiene intuición. No creo que las máquinas lleguen a tener propiedades intrínsecamente humanas.
P.- ¿Es posible que un ordenador interprete a Mozart “expresivamente”?
R.- Sí, existen trabajos, algunos bastante antiguos como los de David Cope, que hacen música al estilo de compositores famosos. Otro ejemplo son los trabajos de François Pachet con su Flow Machine. Gerhard Widmer en Viena también ha desarrollado sistemas capaces de interpretar expresivamente música clásica analizando y reproduciendo el estilo de grandes intérpretes. En mi equipo hemos desarrollado un software llamado SaxEX, capaz de interpretar expresivamente baladas de jazz en base a ejemplos de interpretaciones humanas.
Ni deseos ni emociones
P.-Vayamos a las artes plásticas, ¿se puede reproducir el talento artístico de genios como Velázquez o Rembrandt?
R.- Imitar y “copiar” es más sencillo que crear algo completamente nuevo y rompedor, por lo tanto es posible usar tecnología basada en deep learning para aprender los patrones característicos de un pintor y luego generar obras muy similares mediante computer graphics o incluso mediante impresión 3D. Un ejemplo magnífico es, precisamente, el proyecto The Next Rembrandt, que se basa en analizar muchos de los cuadros del pintor holandés mediante técnicas de data mining . Una vez analizados, el sistema generó un cuadro mediante impresión 3D completamente nuevo tan al estilo de Rembrandt que no era fácil detectar que no era verdadero. El software “vio” que los personajes masculinos suelen representarse con sombrero, barba, son de raza caucásica y suelen mirar hacia la derecha. Incluso algunas características relacionadas con su técnica de pintar.
P.-¿Sistemas robóticos como el AARON desarrollado por el artista Harold Cohen, cuyos trabajos han sido expuestos en la Tate Modern de Londres y en el Museo de San Francisco, podrían pintar una obra maestra por “iniciativa propia”?
R.- No, lo de la iniciativa es otra propiedad que, en mi opinión, está fuera del alcance de las máquinas, que no tienen iniciativa ni intenciones ni deseos ni emociones ni nada parecido.
P.- ¿Tampoco la consciencia? ¿Estamos muy lejos de los replicantes de Blade Runner?
R.- No creo posible que una máquina llegue a adquirir nunca consciencia. En cualquier caso la consciencia es un tema más filosófico que científico. De hecho nadie sabe muy bien qué es. En mi opinión es una propiedad emergente de la actividad neuronal, es decir no soy de los que cree que puede haber elementos exógenos que den lugar ni a la consciencia ni a la mente. Para mi la mente es consecuencia únicamente de la actividad cerebral.
P.- Según su punto de vista, ¿qué programa o ingenio se aproxima más la creatividad del ser humano?
R.- No le sabría decir, nunca se han llevado a cabo experimentos comparativos. Quizá los Flow Machines de Pachet estén entre los sistemas más impresionantes que he visto. También The Painting Fool, de Simon Colton, es impresionante.
¿Máquina versus ser humano?
P.- Se ha hablado ultimamente de que los robots podrían sustituir al ser humano en tantos trabajos que deberían cotizar a la Seguridad Social. ¿Le produce alguna reflexión esta anécdota?
R.- Estoy de acuerdo en que debería de ser así, si aumenta la productividad y por consiguiente la riqueza. Parecería lógico entonces redistribuir esa riqueza de forma más justa.
P.- ¿Cual será el gran desafío de la IA?
R.- El gran problema sigue siendo cómo dotar de conocimientos de sentido común a las máquinas. Es el paso necesario para que dejen de ser inteligencias artificiales específicas y empiecen a ser generales. Se trata, sin duda, de un problema de una extraordinaria complejidad, comparable a la que supone llegar a conocer con detalle el origen del universo y de la vida. En cualquier caso, por muy inteligentes y generales que llegaran a ser las futuras inteligencias artificiales, siempre serán distintas a la inteligencia humana ya que dependen de los cuerpos en los que están situadas. El desarrollo mental que requiere toda inteligencia compleja depende del entorno. A su vez, estas interacciones dependen del cuerpo. Probablemente las máquinas seguirán procesos de socialización y culturización distintos a los nuestros, por lo que, por muy sofisticadas que lleguen a ser, serán inteligencias distintas a las nuestras. El hecho de ser inteligencias ajenas a la humana -y por lo tanto ajenas a nuestros valores y necesidades-debería hacernos reflexionar sobre las posibles limitaciones éticas al desarrollo de la Inteligencia Artificial.
Llegados al punto de la ética y del respeto a determinados valores -que ya intuyó en su día Isaac Asimov en sus famosas Tres leyes de la robótica-, Ramón López de Mántaras vuelve a pedir cautela ante las posibilidades que día a día genera su disciplina en la sociedad. Y lo hace, consciente de lo fácil que resulta en este campo abonar la charlatanería y el oportunismo. Mántaras no oculta su perplejidad ante “el salto al vacío” que realizan personas como el estadounidense Ray Kurzweil o el venezolano José Luis Cordeiro, quienes plantean un escenario en el que las máquinas podrían llegar a superar a los humanos. Estas y otras declaraciones provocan en el científico una reacción cercana a la indignación que remata remitiéndose a la Declaración de Barcelona “para un desarrollo y uso adecuado de la Inteligencia Artificial”, donde se reivindica, entre otros puntos, prudencia, fiabilidad, responsabilidad y rendición de cuentas.
P.- En todo caso, y a la luz de los grandes avances en IA, ¿ha sido superado el Test de Turing (prueba de habilidad de una máquina para realizar comportamientos similares al de un ser humano)?
R.- No, contrariamente a algunas afirmaciones no ha sido superado realmente. En cualquier caso no es un objetivo de las investigaciones en IA, además es un test que aunque se pueda superar de hecho no garantiza que la máquina sea realmente inteligente. Se puede preparar un chatbot (programaque simula una conversación) para que supere el test y que no sepa hacer nada más. La inteligencia es mucho más que la capacidad de programar un chatbot para que engañe a un interlocutor humano sosteniendo un diálogo escrito más o menos coherente.