Image: Mariano Sigman: La educación es aprender, pero también desaprender

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Ciencia

Mariano Sigman: "La educación es aprender, pero también desaprender"

8 abril, 2016 02:00

Mariano Sigman

El neurocientífico argentino, uno de los líderes del ambicioso proyecto europeo Human Brain, publica La vida secreta de la mente (Debate), en donde desentraña los procesos cerebrales relacionados con la conciencia, la toma de decisiones, el aprendizaje o las emociones.

¿Por qué los jueces, ante idénticos condicionantes, son más indulgentes con las personas más atractivas? ¿Cómo influye el funcionamiento del cerebro en nuestra manera de tomar decisiones? ¿Qué nos hace confiar en los demás? ¿Nacemos con conceptos preestablecidos o es nuestro cerebro una tabula rasa, como creían los empiristas británicos? ¿Por qué hay personas con más talento para las artes? ¿Qué es más decisivo en los llamados "genios", el talento o la vocación? De hecho, ¿existe el talento innato, o lo innato es la vocación? La neurociencia responde ya -bien es verdad que con desigual precisión- a estas y otras cuestiones importantísimas. Y lo hace gracias a investigadores como Mariano Sigman (Buenos Aires, 1972), uno de los directores del Human Brain Project, un vasto proyecto de la Unión Europa cuyo objetivo es "descifrar, entender y emular el cerebro humano". El neurocientífico argentino ha pasado por España para presentar La vida secreta de la mente (Debate).

Pregunta.- Entonces, ¿puede la ciencia ya leer el pensamiento?
Respuesta.- Siempre respondo a esto diciendo que el pensamiento lo leemos desde hace mucho tiempo. Es parte de la condición humana. Si vas a una entrevista laboral o hablas con tu jefe, intentas todo el rato leer el pensamiento de tu interlocutor, si le gustas o no le gustas, qué le va pareciendo lo que dices. Para esto hay herramientas, como el lenguaje corporal. Lo que cambió ahora, en los últimos veinticinco o treinta años, digo, es que tenemos unas nuevas herramientas para meternos dentro del cerebro humano de manera no invasiva. Y conocemos cosas del lenguaje del cerebro. Sabemos que hay ciertos patrones que se corresponden con ciertos estados mentales, determinadas emociones que activan determinadas regiones del cerebro. Esto es muy útil cuando no hay otra manera de indagar en el pensamiento ajeno.

P.- ¿Qué herramientas son esas?
R.- Hay fundamentalmente tres. En primer lugar, los sueños, cuando la actividad mental se desliga del cuerpo. En segundo lugar, están los pacientes vegetativos, que aparentemente no expresan ningún pensamiento, pero mantienen una actividad mental. Y en tercer lugar, los niños más pequeños, los niños preverbales. Ahora podemos ver dentro de ellos.

P.-Su libro se ocupa mucho del cerebro de los bebés. ¿Es este terreno más importante en el que está trabajando la neurociencia?
R.- Es difícil decir qué es lo más importante, pero en mi opinión sí que esto. O es lo que más me interesa a mí. Porque lo más importante es mejorar la educación a partir del conocimiento. La educación es la aventura humana más trascendente, y nos involucra a todos. Si la neurociencia no sirve para esto, entonces no sirve para nada.

P.- Nuestro cerebro no es una tabula rasa, como se pensó hasta hace no mucho tiempo. ¿Esta creencia ha influido en los planes de estudio?
R.- Sí. Esta idea es clave. La analogía deportiva lo ilustra bien. Hoy corremos la maratón en mucho menos tiempo que hace un siglo, se salta mucho más alto y se es más ágil. Es verdad que cambió la tecnología, la alimentación. Pero esto no es determinante; lo determinante es que cambió el entrenamiento. Entendimos cómo funciona la fisiología del músculo. La misma idea, aunque genere más escozor, se puede trasladar al plano cognitivo. Todos tenemos cerebros muy parecidos, cerebros con un montón de regularidades, y si las conocemos avanzaremos mucho. Si entiendo, por ejemplo, que los niños nacen con muchos conceptos formados, sé que no les tengo que enseñar de cero, sino que tengo que partir de esos conceptos que ya tienen y que esos conceptos, al mismo tiempo, les impiden ver cosas por culpa de puntos de vista ya formados. La educación es aprender pero también desaprender.

Lo que ha cambiado ahora es que ya tenemos herramientas para meternos dentro del cerebro humano"

P.- Se suele decir que "el cerebro de un bebé es como una esponja". ¿Desmiente esta noción la neurociencia? ¿Qué metáfora utilizaría usted definir el cerebro de un bebé?
R.- Yo critico esa intuición, sí, y lo hago basándome en las investigaciones de la neurociencia, pero reconozco que todos la tenemos. Hoy sabemos que un adulto que dedique a una actividad (aprender un idioma, por ejemplo) el mismo tiempo que un niño aprenderá igual. Esto es un hecho empírico. Ocurre que los adultos subestiman el esfuerzo de los niños. La respuesta al porqué de esa intuición sobre el cerebro de un bebé es sencilla: un adulto se olvida del esfuerzo que hizo de niño para aprender algo. Es decir, para el niño que aprendió inglés no fue fácil. Fue a clase, se esforzó, estudió. Un adulto realiza muchas tareas, está muy ocupado, se tiene ocupar de la casa, llegar a final de mes... y por eso es imposible que se pueda dedicar a algo por completo, como un niño. Por eso aprender un idioma de mayores nos lleva tantos años. No son años de esfuerzo sostenido. El cerebro en la niñez, más que una esponja, es una especie de gran patio. El niño aprende no tanto porque su cerebro sea más plástico, sino porque tiene más tiempo. La pregunta más interesante es por qué de repente hay niños que se obsesionan con el tenis y no paran de jugar y de entrenarse. Por qué Rafa Nadal tiene desde niño esa constancia, esa fuerza interna.

P.- ¿Eso es lo innato? ¿La vocación?
R.-
Hay una parte importante que sí, que es innata. Hubo un grupo de psicólogos que durante años estudiaron a muchos chicos desde que nacían hasta que eran muy grandes, como hace Linklater en sus películas. Y estudiaban muy minuciosamente estas preguntas: ¿Qué cambia? ¿Qué no cambia? ¿Qué cosas son innatas y cuáles tienen maleabilidad? Para ilustrar el resultado de su experimento nos sirve otra vez la metáfora deportiva: cualquier preparador sabe que hay cosas que se pueden cambiar, que algunas se cambian fácilmente y otras con mayor dificultad. Por ejemplo, la resistencia física es muy fácil de cambiar. Entrenas un poco y la mejoras. La elasticidad es mucho más difícil. Lo mismo ocurre en el plano cognitivo. Hay cosas que se mejoran o aprenden con facilidad, como aprender un idioma o tocar un instrumento. Y otras se cambian o se revierten muy difícilmente, como la timidez.

P.- ¿Qué más aspectos forman parte de nuestro temperamento?
R.- Esto los padres lo saben muy bien: un rasgo clarísimo es la timidez, la introversión. Otro rasgo es el tono muscular. Hay chicos que se sientan en una silla y se sientan flojos, y caídos, y están siempre cansados, y hay chicos que son inquietos, enérgicos. Esto forma parte del temperamento, como la capacidad para obtener placer. Hay chicos que obtienen placer con todo, les gusta el cine, pasear, el teatro. Quedan satisfechos con cualquier cosa. Y hay chicos a los que nada les satisface. Este es un rasgo muy importante, porque los primeros por lo general son más felices.

Es un hecho empírico que los bebés tienen mucha más confianza en los acentos similares que en los distintos"

P.- Es muy interesante el desarrollo temprano de las nociones morales; que los niños, desde muy pequeños, tengan un concepto por lo menos aproximado de lo que está bien y de lo que está mal...
R.- Sí, es exactamente así: su concepto es más bien aproximado. Los bebés de días tienen intuiciones de muchas cosas, de matemáticas también. El experimento clásico, que además es muy lindo, es el del triángulo. Hay un triángulo que intenta subir una especie de montaña y un cuadrado debajo que lo ayuda. Encima hay un círculo que no le deja subir. Y los chicos, antes de aprender hablar, sin conocer siquiera la palabra moral, o la palabra bueno, prefieren a aquel que actúa de manera bondadosa. Y sabemos esto porque dirigen hacia el círculo la mirada, o extienden las manos.

P.- También sabemos que los bebés discriminan al diferente y no confían en los acentos extraños. ¿Hay todavía hoy cierta polémica por este tipo de descubrimientos?
R.- Claro, pero es normal. Si uno estudia piedras y descubre de repente que las piedras son más blandas de lo que pensábamos, piensa: "Está bien". En cambio cuando uno estudia cómo funcionamos los humanos choca una y otra vez no solo contra lo que la gente piensa que somos, sino también con lo que la gente desea que seamos. Es decir, uno desea que el ser humano tenga una serie de características. El ejemplo de la tabula rasa es muy interesante. Durante mucho tiempo la idea de que no somos una tabula rasa estuvo casi prohibida ideológicamente. Porque el progresismo, o el supuesto progresismo más bien, pensaba que era como restringir la condición humana: es mucho más lindo pensar que somos una hoja en blanco y que cada uno puede escribir en esa lo que quiera. Pero hoy sabemos que no es así, y eso tampoco está mal. La poesía tiene restricciones y dentro de esas reglas tiene una amplísima libertad. La condición humana es igual.

P.- Le preguntaba por los acentos porque es algo que toca el terreno de la moral. Y temas delicados como el racismo.
R.- Sí... es que es un hecho empírico que los bebés tienen mucha más confianza en los acentos similares que en los distintos. Que discriminan, y que esa discriminación tiene un sesgo morfológico, como el color de la piel, por ejemplo. ¿Significa esto que tenemos derecho a cerrar las fronteras a los inmigrantes? Por supuesto que no. Que algo sea humano no quiere decir que sea bueno. Estos descubrimientos prueban las miserias de las que también estamos hechos los hombres. Yo, como hombre, tengo muchísimas miserias: soy celoso, avaro... pero reconocer esas miserias y darles crédito es una oportunidad para cambiarlas. Solo nos queda ser conscientes de nuestros rasgos feos y evitar que nos dominen.