[caption id="attachment_1453" width="560"] Andrea Camilleri[/caption]
No soy lector habitual de novela policíaca. Desconozco por completo a sus actuales cultivadores nórdicos e italianos. Confieso que mi conocimiento sólo alcanza a los clásicos norteamericanos, británicos y franceses del género, a quienes, eso sí, leí con minuciosa dedicación hace ya tiempo.
Todo esto para decir que nada había leído hasta el momento de Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Sicilia, 1925) y para añadir que he disfrutado gratamente con El cielo robado (2009), recién editada por Gatopardo con traducción de Teresa Clavel. No pertenece a su muy nutrida y popular serie de novelas sobre el comisario Montalbano.
El cielo robado es, de una parte, una excursión y una investigación culturalistas sobre la figura del pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir y sobre la incierta eventualidad de que el artista pasara unos días en Agrigento (Sicilia), en compañía de su amante, modelo y futura esposa Aline Charigot, y llegara a pintar allí unos cuadros hoy desaparecidos, según sugirió su hijo Jean Renoir, el cineasta, en el libro que escribió sobre su padre.
En Agrigento vive el sesentón, circunspecto y viudo notario Michele Riotta, quien tiempo atrás documentó en un libro de escasa difusión la participación del pintor en la restauración de unos frescos de la iglesia de la calabresa localidad de Capistrano.
Del estudio de Riotta tiene conocimiento una mujer, Alma Corradi, que se dirige por carta al notario y reaviva e incentiva su interés por saber si Renoir estuvo en Agrigento y pintó tales lienzos inencontrables. El grueso de El cielo robado está formado por las cartas que Riotta dirige a Corradi, en respuesta a las que la mujer le envía, informándole de la marcha de sus averiguaciones.
Pero no sólo de eso. El viejo Riotta, ante el pasmo de su hijo y ayudante Giorgio, se siente inusitada y crecientemente atraído por Alma Corradi, que se va manifestando como una mujer culta, viajera, de mundo, cosmopolita y muy atractiva físicamente, según tiene ocasión de comprobar con ardor el notario cuando ella le envía sucesivamente dos retratos suyos. La correspondencia va contando también cómo Riotta pierde la cabeza, la dignidad y el decoro ético ante esa mujer araña, podríamos decir, que lo atrapa en su red con su sensual sexualidad de madura en sazón.
Digamos, sin decir más, que Riotta, un mal día, desaparece y que El cielo robado se completa con un testimonio elaborado por su hijo Giorgio y por los informes cruzados del fiscal y del comisario jefe, que investigan las circunstancias y el posible desenlace de tal desaparición. La novela adquiere entonces, y tras ser la crónica epistolar y encendida de una curiosidad intelectual y de una pasión unilateralmente desbordada, su definitivo cariz de relato policíaco, que, con la consumada habilidad de Camilleri, y con otro lenguaje, deparará al lector importantes, juguetonas y tristes sorpresas.
En un momento dado, Alma Corradi envía al incauto y ya cautivo Riotta la fotografía de un retrato que presuntamente le pintó un reconocido artista. Y ésta es parte de la reacción del notario: “Guttuso captó y reprodujo magistralmente en el lienzo la violenta y luminosa sensualidad de su carne joven, poniendo en evidencia, en parte por la postura que le hizo adoptar, todas sus intimidades más secretas, las que Courbet llamó “el origen del mundo””.
La alusión al célebre y prohibido cuadro de Gustave Courbet marca literalmente el momento álgido del “encoñamiento” -con perdón de la palabra- de Riotta con Alma Corradi, que Andrea Camilleri va describiendo con ascendente vibración erótica. Las citas de Courbet y del pintor expresionista siciliano Renato Guttuso incrementan, junto a muchas otras -el decisivo marchante Durand-Ruel-, el mencionado fuerte aroma culturalista y, si se quiere, vagamente historicista de la novela.