Los tipos difíciles de Sara Mesa
La entrevista de Nuria Azancot en “El Cultural” me motivó a leer a Sara Mesa. Uno echa en falta, entre los más o menos nuevos que escriben, pintan, ruedan o componen, la capacidad de teorizar y reflexionar sobre su trabajo alejándose de dos extremos: la banalidad seca o meramente ocurrente y la impostación pedante y espesa.
Sara Mesa (Madrid, 1976) se explicaba –y muy bien- con un pertinente equilibrio entre la solvencia y la naturalidad. Y eso me atrajo, y al tener Mala letra (Anagrama) a mi alcance, no quise esperar más para conocer a una escritora –novelista, cuentista, poeta- sobre la que ya tenía suficientes y fiables noticias elogiosas.
Con toda justicia. Sin duda posible, Sara Mesa es uno de los nombres del momento, y todo hace pensar que lo seguirá siendo –creciendo, acumulando, extendiéndose- en el futuro de la literatura española.
Mala letra reúne once relatos, que –con sus interesantes e, incluso, excitantes variables- forman un todo unitario: se trata de una mirada realista a tipos difíciles, a hombres y –sobre todo- mujeres –y niños- que se desenvuelven, heridos y con potencia para herir, en las zonas de sombra y sufrimiento de nuestra sociedad, vinculadas tanto a una cierta periferia social y, en especial, existencial como, generalmente, al núcleo –doméstico, cotidiano- de las relaciones familiares, muy violento. Sara Mesa pone el foco sobre ellos, los ilumina, los amplía y, con extraordinaria habilidad de entomólogo, desbroza las situaciones –lo exterior-, los sentimientos, los pensamientos –lo interior-, siguiendo una anécdota argumental pequeña, que dilata con maestría y que le sirve para retratar no un mundo reducido, sino el mundo, esta vida que tenemos y llevamos.
Su realismo no es escueto. Sara Mesa se las ingenia –sabe hacerlo de maravilla- para crear atmósferas intrigantes, turbadoras, incluso terroríficas sin despegarse de lo reconocible, indagando, metiendo el dedo, hurgando en lances, escenarios y emociones, dando a sus personajes una profunda dimensión psicológica –inquietante a más no poder- que va mucho más allá del realismo del decorado y el paisaje, por lo demás minuciosamente descritos cuando procede.
Y esto lo consigue con un estilo que, siendo unitario a la postre –como el libro mismo-, combina estrategias narrativas y puntos de vista distintos, donde el sabor autobiográfico –que puede ser un artificio- se mezcla con la perspectiva de un testigo frío y distante, donde los párrafos largos –muy cadenciosos, con muchas subordinadas- se alternan con golpes y quiebros breves y con diálogos precisos y económicos, donde el pormenor de lo narrado deja paso en los desenlaces a los puntos suspensivos, donde una especie de “oralidad literaria” es compatible con una fuerte elaboración que, por otra parte, no desdeña ni lo coloquial ni los materiales “pobres” o propios de cierta subcultura vital. Y Mesa –sin perder pie nunca- también se permite, a veces, jugar al borde de lo metaliterario.
El universo de estos cuentos es un universo enfermo, doloroso, antipático, hasta podríamos decir que escabroso –como la mayor parte de los personajes-, pero, empezando a leer, es imposible despegarse. Hay una escatología controlada, un mal olor y una suciedad –en las que Mesa insiste-, que son, sobre todo, morales, existenciales, que parecen a punto de desparramarse en una ficción –y sucede- de tipo criminal e incluso, insisto, terrorífico, pero, antes o después, Sara Mesa logra imponer una verdad reconocible: sé de qué me está hablando, esto me suena, esto es así, más lejos o más cerca de mi experiencia concreta, estelibro habla de mí, de lo que conozco. Siendo extraño, no me es extraño. ¿Qué es lo extraño? Eso piensa el lector.
¿Juegos? ¿Autobiografía? En el último de los relatos, Mustélidos, espléndido, una mujer que escribe y publica es cuestionada, de pronto, en el curso de un viaje de trabajo, por un compañero de la empresa, que ha leído uno de sus libros: “¿Y esos personajes, tan oscuros, tan…turbios? Todo el tiempo parecen amargados, o tristes, o son directamente egoístas y se comportan con maldad. No hay compasión en ellos, ni arrepentimiento. ¿Por qué tienen que ser así? ¿Es ése el tipo de gente con la que te encuentras, con la que convives a diario? ¿Todo el mundo que te rodea es así?”
Juego de espejos, ironía crítica, desdoblamiento, efecto de distanciamiento (para ir al grano): la escritora es la creadora y su criatura. Se hace sangre. Con una pregunta ajena, se pregunta y nos pregunta. ¿Qué opináis?, ¿os parezco tan desagradable?, ¿cómo sois vosotros? Gran libro.