'The Seven Streams of The River Ota', siete horas de asombro en compañía de Robert Lepage
- Tanto tiempo de función (con breves descansos) no se aguanta si lo que ves no te atrapa. El director de escena y dramaturgo engancha con su deslumbrante estilo teatral.
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Ayer los Teatros del Canal, dentro del Festival de Otoño, acogieron una de las primeras obras del canadiense Robert Lepage: The Seven Streams of the River Ōta (Los siete arroyos del rio Ota). Faltaba ver en Madrid esta pieza de siete horas de duración considerada fundacional de la compañía Ex Machina del director quebequés, estrenada en 1994 y que remontó en 2020 con motivo del 75 aniversario de la explosión de la bomba nuclear sobre Hiroshima.
No se aguantan siete horas de función (con unos breves descansos) si lo que ves no te atrapa. Lo pone fácil la deslumbrante narración escénica de Lepage y el alarde de lenguajes que emplea.
Muchos de los espectáculos del canadiense son de larga duración, concebidos mayormente para ser exhibidos en festivales, ya que difícilmente encajarían en la programación periódica de un teatro. Lepage lo ha justificado porque busca algo más que entretener al público, lo desafía a implicarse de verdad y el de ayer se mantuvo en el patio de butacas hasta el final.
En Madrid, y casi siempre programado por el Festival de Otoño, hemos visto muchos de los títulos principales de Lepage, desde aquella obra maestra de Elsinore, versión de Hamlet que nos lo descubrió como la gran revelación de la escena contemporánea en 1997, a su fascinante Trilogía de los dragones (de seis horas de duración) que vimos en 2003, Proyecto Andersen o la más reciente 887, su autobiografía, entre muchas otras. The Seven Streams…, sin embargo, no es una obra redonda, pues al final pierde consistencia con episodios que quedan difuminados.
Pero estamos ante la puesta en escena de un maestro de desbordante imaginación y conocimiento profundo del teatro, que logra engendrar en colaboración con su escenógrafo habitual, Carl Fillion, un dispositivo escenográfico asombroso y efectivo para sustentar el lenguaje de poesía visual y pulso casi cinematográfico marca de la casa con el que ha revolucionado la escena teatral.
Otra cosa es la historia que nos cuenta, con brillantes momentos frente a otros de menor interés, y donde se pierde el sentido último que la inspira. Dividido en siete capítulos, la obra es como una novela fragmentada, que va desmenuzando anécdotas de la vida de personajes comunes a los que vincula de alguna manera a la tragedia de Hiroshima.
Se abre con la de un militar que es enviado a la ciudad japonesa durante la ocupación estadounidense para fotografiar los efectos de la bomba nuclear; allí conoce a una mujer de rostro desfigurado por la explosión y a su hija ciega de once años.
El relato abarca 50 años, desde la ocupación de Hiroshima por los americanos, pero no sigue un orden cronológico. De Hiroshima nos lleva al Holocausto, y luego a la epidemia de sida de los ochenta, cuando ofrece la representación de un caso de eutanasia; poco antes ya nos ha servido la tragedia de un suicidio.
Entre medias una divertida escena de la época hippie de los sesenta, un vodevil de Feydeau durante una representación en los setenta, la jocosa entrevista de una periodista a una monja zen y a un embajador donde con fina ironía retrata la política internacional… Un fresco de humanidad en el que parece decirnos que la vida continúa en medio del horror y la masacre, que el ser humano combate la tragedia con dosis de trivialidad.
Representada en inglés y francés, aunque también oímos alemán y japonés, la obra se beneficia de la potente y ritual estética japonesa, que tanto reverencia Lepage y que ha utilizado en otras obras. En este sentido, actúa como símbolo estético un kimono dorado que veremos en muchas ocasiones a lo largo de las siete horas, y que funciona como un símbolo del Japón infamado, tanto en la historia como en la cultura, como nos recuerda la referencia a la ópera Madame Butterfly. A este se suma la danza butoh y otros estilos tradicionales, así como la música de Tetsuya Kudaka, que situado a un lado del escenario, va ilustrando las escenas con percusión japonesa en directo.
Fillion ha ideado una escenografía fascinante: el aspecto es un sencillo frontal de una casa nipona, que da a un jardín, con sus puertas corredizas, versátiles y que en un prodigio de fantasía y creatividad se descorren y nos muestran habitaciones y toda suerte de ambientes, como un bar, una biblioteca, un salón…; o se transforman en la representación del vodevil de Feydeau, con puertas que se cierran y abren y que vemos por la parte trasera del escenario; también sirven como pantallas donde se proyectan videos o imágenes que nos llevan de forma instantánea a un aeropuerto, a un jardín, a un estanque…
A Lepage no le interesa el retrato psicológico de los personajes, sino mostrarnos situaciones trágicas y cómicas que resuelve plásticamente con eficacia y belleza y de la mano de una troupe de camaleónicos actores. Hace un uso fascinante de la elipsis, y en cuestión de segundos nos resume el desenlace de una vida o propicia unas transiciones de una a otra escena de forma maestra. El ritmo es ágil, y pasamos de una situación a otra en un abrir y cerrar de ojos.
Uno de los mejores momentos, de fino tono humorístico, llega cuando nos sitúa en el que podría ser el Village de Nueva York, donde un grupo de bohemios y artistas viven en un edificio de apartamentos donde tienen que compartir el baño, haciendo de este una especie de camarote de los hermanos Marx.
Brillantísimo también es la ya referida escena de la representación del vodevil de Feydeau, o la evocación del campo de concentración, con el empleo de espejos que multiplican los personajes sobre la escena recordando las muchedumbres, ya fueran de soldados o de judíos asesinados. Potente escena casi al final, donde se fusiona Madame Butterfly con el bailarín de danza butoh, en una metáfora elegantísima y dramática.
The Seven Streams of The River Ota
Teatros del Canal. Festival de Otoño. Hasta el 23 de noviembre
Texto: Éric Bernier, Gérard Bibeau, Normand Bissonnette, Rebecca Blankenship, Marie Brassard, Anne-Marie Cadieux, Normand Daneau, Richard Fréchette, Marie Gignac, Patrick Goyette, Robert Lepage, Macha Limonchik, Ghislaine Vincent
Dirigido y diseñado por: Robert Lepage
Director creativo: Steve Blanchet
Dramaturgo: Gérard Bibeau
Traductor - Sobretítulos en español: Loreto Mendeville
Asistente de dirección: Adèle Saint-Amand
Intérpretes: Rebecca Blankenship, Lorraine Côté, Christian Essiambre, Richard Fréchette, Tetsuya Kudaka, Myriam Leblanc, Umihiko Miya, Audrée Southière, Philippe Thibault-Denis, Donna Yamamoto
Música y diseño de sonido: Michel F. Côté
Colaborador musical y músico: Tetsuya Kudaka
Diseño de escenografía - Producción original: Carl Fillion
Diseño de escenografía - Adaptación: Ariane Sauvé
Diseño de iluminación: Sonoyo Nishikawa
Diseño de imágenes: Keven Dubois
Diseño de vestuario: Virginie Leclerc
Una producción de Ex Machina en co-producción con Chekhov International Theatre Festival, Moscow Le Diamant, Quebec City National Theatre of Great Britain, London Schaubühne, Berlin Centre culturel de l'Université de Sherbrooke
Théâtre du Nouveau Monde, Montréal Festival Internacional Teatro A Mil.