Las aves es una de las obras más divertidas que he visto recientemente. Sale una del teatro revigorizada y contenta por el descubrimiento de La Calórica, la compañía catalana que la representa y que llega a Madrid (sala Princesa del María Guerrero) avalada con un buen número de premios recibidos en Barcelona.
Desternillante e inspirada farsa política, protagonizada por cuatro actores camaleónicos con una gran vis cómica, que se desdoblan en una fantasía de personajes. El texto lo firma Joan Yago, aunque explican que la dramaturgia es colectiva, y toma del original de Aristófanes el planteamiento: dos buscavidas con problemillas con Hacienda convencen a la comunidad de las aves —que vive feliz y tranquila en los cielos- para que construyan una ciudad donde ser más libres que nadie. Los buscavidas aspiran a llevarse una buena tajada, veremos en el proceso de construcción de la ciudad los corruptos resortes del sistema político.
La parodia está servida: la democracia está enferma si no catatónica, la Iglesia corrompida, también la justicia, la polícia, la administración, hay guiños contra la escuela concertada… Es ingeniosa la trasposición de las situaciones, algunas descacharrantes y absurdas. Por ejemplo, la escena de la familia de palomos, que podríamos imaginar encajada en un ambiente costumbrista, sentada en torno a la mesa a la hora de la comida, es llevada aquí a un tono surrealista, alcanzando cotas de delirio, y sin perder un ápice de denuncia de la explotación obrera que se pretende.
La representación alegórica de conceptos como el capitalismo o la democracia es otro recurso dramático que emplean con éxito, especialmente por el virtuosismo de los actores en los que recae: Aitor Galisteo-Rocher se trasviste en una anciana y paralítica Democracia, mientras el prodigioso Xavi Francés (descubrimiento) ofrece otro de los momentos memorables, cuando da vida al Capitalismo a la manera de una estrella de la canción que no sabe cantar.
El artefacto cómico lo dirige con pulso, buen ritmo y originalidad Israel Solà, se apoya en un fantástico y colorista vestuario y caracterización (con abundante uso de pelucas) de Albert Pascual, y tiene a cuatro cómicos de raza que deben tener un lio morrocotudo entre bambalinas solo por los cambios de vestuario que hacen, no paran de sorprendernos en cada escena. Me refiero a los actores ya citados Francés y Galisteo-Rocher, y sus compañeros Esther López y Marc Rius.
Es evidente que la comedia es una de la escasas fórmulas de amortiguar la impostura de nuestra sociedad, pero cuando se trata de repudiar o ridiculizar algún aspecto de ésta los artistas de teatro casi siempre escogen —y mira que hay donde elegir— el mismo objetivo: la ideología liberal. La Calórica llega incluso a presentar la obra en sus materiales de promoción como “una crítica del auge del populismo neoliberal”.
¿A qué se refieren con dos términos antitéticos y sin sentido como “populismo” y “neoliberal”? Me temo que se han dejado llevar por la palabrería de moda de los medios de comunicación. Creo que de lo que se mofa la obra es del capitalismo liberal y nacionalista, simple y llanamente, pero como toda buena comedia sin pretensión de amenazarlo o arreglar el mundo, solo para reír.