Obreros ya no nos quedan
'Mundo obrero' es un musical hagiográfico del movimiento obrero que señala sus conquistas a costa de olvidar sus expolios
Vuelvo al Teatro del Barrio para ver la última función de Mundo Obrero en Madrid. Es la sala agitprop de la capital, comprometida abiertamente con la izquierda ideológica. Así que está cristalino cómo se escribe aquí la historia y hoy toca una de obreros emancipados, de lucha de clases a la que debemos por lo menos los logros sociales de que disfrutamos, en opinión del autor de la obra, Alberto San Juan, también director y actor. Junto a él, tres cómicos sensacionales: Luis Bermejo, Pilar Gómez, Lola Botello y el valor añadido de ser Santiago Auserón el autor de las canciones.
El título de la comedia recuerda la cabecera de la revista Mundo Obrero, periódico en sus orígenes, “el órgano del comité central del Partico Comunista de España” (estaba Mundo Obrero y su hermana menor Nuestra Bandera, un ladrillo solo apta para quienes habían superado la prueba de leerse las obras completas de Lenin, y creo que todavía sobreviven). Pero la comedia no va de periodismo, sino de trazar en forma de musical hagiográfico los conatos revolucionarios en nuestro país desde el siglo XX a nuestros días, señalando sus conquistas y, lógicamente, omitiendo todos los expolios que han cometido.
Afortunadamente, el musical está tejido en torno a la historia de amor de dos currantes a los que su fervor callejero les lleva a participar en las movilizaciones sociales de la centuria. Hay que reconocerle a San Juan habilidad para tejer situaciones teatrales en las que desliza su humor político, creando momentos divertidos y tronchantes con otros dramáticos, en línea clara con una visión maniquea y nada contrastada de la historia de España y al servicio de una izquierda populista y sentimentalista, antimonárquica y antiespañola.
El itinerario escénico comienza con Luis y Pilar, dos emigrantes en Barcelona, que pasean por la Semana Trágica, la huelga de 1919, conocerán el experimento pedagógico de Ferrer i Guardia, hasta llegar a la II República, -periodo que la izquierda insiste en recordar como un remanso de paz y prosperidad a pesar de que fue una de las etapas más inestables y violentas de la historia de nuestro país-, y luego el franquismo y la transición. Y siempre con la misma pareja protagonista, que atraviesa todos los periodos históricos mediante el ardid de que son descendientes de la pareja original.
Con un San Juan haciendo precisamente del citado pedagogo anarquista comienza la obra en una divertida escena en la que intenta ilustrar a los emigrantes recién llegados y concienciarles de su condición obrera, cuando ellos lo que realmente están es hambrientos. A partir de ahí la primera parte de la pieza corre un pelín esquemática (algo hay que sacrificar), pero veloz, con una puesta en escena humilde y sobria, rápidas transiciones y al servicio de dos estupendos actores como Pilar Gómez y Luis Bermejo; este último tiene una facultad extraordinaria para hacer de hombre común, simple, bonachón, y a la vez tiene mucha gracia, me trae el aroma de Alfredo Landa.
Por su parte, San Juan es un actor descarado, con ramalazo de pícaro moderno y, aunque la guitarra no es lo suyo, apoya musicalmente el montaje y se diversifica en múltiples personajes (Orwell, Durruti, el comisario Billy el Niño…), mientras hace lo propio Lola Botello, bonita y potente voz, que es puta del barrio chino de Barcelona, bedel del Congreso de los Diputados, Simone Weill…
La segunda parte arranca desde la transición - (¡la asamblea de vecinos de Orcasitas es un disparate jocoso!)- hasta nuestros días y ofrece una reflexión del autor sobre las políticas más recientes y la evolución de la lucha de clases en una economía global y con las tecnológicas campando a sus anchas. Otra buena escena: dos oficinistas, con Luis Bermejo haciendo de pusilánime, y San Juan defendiendo que los antiguos obreros son equiparables en la actualidad a los asalariados de cuello blanco. Pasa que obreros ya no nos quedan, gracias al desmantelamiento de la industria, y olvida que los asalariados están en franca disminución, un contrato por cuenta ajena es hoy una bicoca. La obra está pidiendo una secuela, pero sobre la emancipación de los parados, a ver qué conquistas se le ocurren.
La comedia está bien rematada, con un final de fantasía, idealismo y ternura, pero no voy a hacer espoiler, a la obra le queda gira por el país. No puedo dejar de citar el par de canciones que se marca Auserón,-la que da inicio y con la que termina el espectáculo-, muy potentes, por su ritmo y por su habilidad para narrar en sus letras la idea de la comedia.