Ayer, viendo en los Teatros del Canal el último trabajo de Jan Lauwers al frente de Needcompany, Guerra y trementina (War and Tupertine), me reafirmé en que cuando un artista o un autor encuentra su estilo, tiene más de la mitad del camino recorrido. ¡Qué extraordinario relato escénico y qué hábil manera de confrontar la Historia, el arte y la dificultad de los hombres para comprender los acontecimientos del tiempo que les toca vivir!
Lauwers adapta para la escena la novela de título homónimo de Stefan Hertmans, poeta y escritor contemporáneo belga, que obtuvo un gran éxito de crítica y ventas con esta obra cuando la publicó en 2013 (en España la editó el pasado año Anagrama). A la muerte de su abuelo, el escritor encontró dos cuadernos manuscritos y autobiográficos que le inspiraron una historia en tono de memorias. El protagonista Urban es un personaje que recorre la primera mitad del siglo XX, participando como soldado en la Primera Guerra Mundial, e intentando expiar los terribles recuerdos de esa experiencia mediante el arte -es copista de obras antiguas- y el amor de una mujer.
El director de la compañía ha declarado que encuentras muchas similitudes entre la novela de Hertmans y su célebre Isabellas’s Room. “Guerra y trementina es un libro que me toca el corazón… y supone para Stefan lo que Isabella’s Room para mí… Ambos trabajos son sobre nuestras propias familias, en su caso sobre su abuelo, en mi caso sobre mi padre. Quizá por ello es que los he unido: como resultado de mi experiencia con Isabella’s Room sé lo que es vivir en un tiempo en el que el arte debe reclamar su lugar en el espacio público. Contando estas historias personales, muchas de las cuales son rectilíneas e irreversibles, indagamos y salimos de nuestra torre de marfil, donde tan deliciosamente nos instalamos en el siglo pasado”.
Viviane De Muynck, la actriz habitual de Lauwers, vuelve a ser la columna o el pilar sobre el que descansa toda la puesta en escena. Una narradora maravillosa, que no abandona nunca la escena y que atrapa al espectador como si estuviera alrededor de una hoguera abstraído por las aventuras del jefe de la tribu. Hay momentos de gran dramatismo, como al inicio cuando describe las soporíferas calderas de una fundición de hierro en la que el protagonista casi no sobrevive, y que nos da idea del ambiente industrial de la ciudad de Gante. Pero también hay ironía, y descripción detallada, y sublimación cuando habla de arte y de ángeles y de frescos, y una gran sensibilidad para contarlo.
Detrás de De Muynck, o al lado o interactuando con ella, hay una segunda partitura visual, manejada magistralmente por Lauwers, sugerente, llena de detalles e imágenes, y perfectamente incardinada con el discurso de De Muynck. En esa partitura convergen un grupo de actores-bailarines, un trío de cámara (la música original es de Rombout Willems), y un actor-pintor (Benoît Gob) que en directo va ejecutando tres dibujos que vemos en una pantalla para indicar los tres actos del espectáculo: el primero, la cabeza de una joven mujer con moño ilustra el ambiente familiar del protagonista, de baja extracción social; el segundo, un cadáver, para el trágico episodio que relata su destino como soldado en las trincheras del frente occidental durante la Primera Guerra Mundial; y el tercero, una joven, para el de un amor imposible y eterno y su sorprendente desenlace.
Cuadros, objetos, música, danzas, versos… todo confluye con naturalidad, con una gran sensibilidad, con un estilo único que le permite a Lauwers ofrecernos un relato bello y verdadero en el que la tragedia y la comedia, la guerra y el arte, conviven uno como bálsamo o refugio del otro.