Avilés, el Palacio Valdés y el Niemeyer
[caption id="attachment_1783" width="560"] Svetlana Yancheva y Vladimir Penev en la obra La danza de la muerte[/caption]
He visitado recientemente el Centro Niemeyer de Avilés para ver una obrita de August Strindberg, La danza de la muerte, representada por la compañía búlgara Theatre Laboratory Sfumato. Me sorprendió gratamente el centro cultural, pero más todavía lo atrevido de programar una compañía desconocida, que actuaba por primera vez en nuestro país y en un idioma difícil para nuestro oído. Avilés tiene una tradición teatral como pocas ciudades españolas y quien mejor lo saben son las compañías de teatro madrileñas, ya que muchas de ellas siguen con la costumbre de estrenar en el antiguo teatro de la ciudad, el Palacio Valdés, de titularidad municipal.
Al anterior director del Palacio Valdés, Antonio Ripoll, se le ocurrió la idea de ofrecer el teatro a las compañías para que hagan sus últimos ensayos en el escenario. Durante tres o cuatro días -y entre semana, cuando el teatro permanece cerrado al público-, los equipos artísticos ajustan allí el montaje, y cierran aspectos últimos y tan importantes como, por ejemplo, la iluminación. A cambio de beneficiarse de estas instalaciones y de su personal, las compañías ofrecen una o dos funciones de la obra que han ensayado, y convierten el teatro en punta de lanza de las giras.
Ahora Ripoll ya se ha jubilado, pero me cuenta que su sucesora en el Palacio Valdés, Julia Ripoll, sigue con la misma política. Además, él asesora en artes escénicas al nuevo gerente del Niemeyer, Carlos Cuadros, y ambos escenarios coordinan su programación e incluso emiten un bono, EscenAvilés, que permite disfrutar de los espectáculos que se programan en uno y otro.
La obra que vi el pasado 18 de noviembre, La danza de la muerte, lleva por título original Danza macabra, y Strindberg la escribió a comienzos del siglo XX, tras salir de una crisis que sufrió y que le mantuvo alejado durante muchos años del teatro. La obra da idea del carácter mercurial que suponemos al autor, y en especial, de sus convicciones en torno al matrimonio, un argumento que es constante en su obra, posiblemente a raíz de las malas experiencias que vivió. En esta pieza nos presenta una pareja que ha cumplido sus bodas de plata y cuya celebración se va a convertir en una batalla de los cónyuges.
Ella es Alice y sostiene que su matrimonio con Edgar, un militar autoritario, frustró su carrera de actriz. Viven en una isla, y Edgar se ha empeñado concienzudamente en mantener incomunicada a su mujer del resto de los mortales. La visita del amigo que los presentó, Kurtz, lleva a la pareja a exhibir el amplio abanico de agravios y reproches que se dedican.
El montaje es de una gran austeridad, sin ninguna concesión al artificio, y parco en medios: luces crudas y tenebrosas, sin complicaciones; mobiliario mínimo pintado de negro y estilo Ikea; vestuario también en tonos carcelarios, a ratos visten el mismo uniforme. La directora, Margarita Mladenova, aplica una dirección brechtiana, por momentos parece como si los personajes fueran títeres, nos hablan discurseando, a veces parece como si no interactuaran los personajes cuando se hablan, pues ni se miran, alejados de un registro naturalista. Hacen patente la violencia del texto.
El teatro estaba lleno y después de ver una obra así me pregunté sobre la conveniencia de programar producciones tan exigentes para el espectador (la obra era en búlgaro, con sobretítulos en español). Pero el nuevo equipo del Niemeyer sabe que el gusto también se educa y, quizá por eso, no teme incluir en su programación títulos arriesgados como este con obras de producción nacional, que son las que ocupan mayormente la programación. Este fin de semana, por ejemplo, se exhibe El cartógrafo (hoy) y Himmelweg (mañana), de Juan Mayorga.
El complejo de Oscar Niemeyer de Avilés se compone de tres edificios: un auditorio de casi mil butacas, una preciosa sala de exposiciones en forma de cúpula, -en la que actualmente puede verse una exposición de dibujos de Francis Bacon-, y la torre, desde la que hay un mirador para contemplar la ciudad y la ría que la conforma. Me alegró saber que el Centro Cultural Niemeyer va recuperando su credibilidad, y con ella su actividad, después de la crítica situación que atravesó a raíz de las denuncias de malversación, falsedad y otras acusaciones vertidas contra el equipo de gestión precedente. Pendiente está que el juez se pronuncie sobre ellas.