[caption id="attachment_1708" width="560"] Un momento de En la Ley[/caption]
No hace mucho se vio en Madrid una obra del argentino Martín Giner, Un tonto en una caja, que reseñé aquí como distopía teatral en clave clown. Ayer se estrenó en la Cuarta Pared En la ley, de Sergio Martínez Vila (Pola de Siero, 1984), definida por su autor como obra de ciencia ficción rural y post-apocalíptica. Me sorprende esta coincidencia de dos obras que tocan el mismo género, pues el teatro es poco fecundo en ficciones distópicas, es decir, en utopías negativas o ficciones que transcurren en sociedades devastadas.
Aún así, me vienen a la cabeza algunos ejemplos de autores españoles que se interesaron por inventar distopías futuristas, o por la ciencia ficción, pero seguro que hay muchos más. Abre la lista La Fundación, de Buero Vallejo, en el que cinco científicos encerrados en un centro de investigación ven cómo el lugar va transformándose en una especie de corredor de la muerte, o sea, cómo el idílico lugar que uno cree habitar es en realidad una prisión. Alberto Miralles planteaba en ¿Es usted feliz? un mundo del que se apropian los robots, y Albert Boadella, en Laetius, hablaba del origen de un nuevo ser más evolucionado que el hombre que surge tras una devastación nuclear. Incluso Jardiel Poncela fantaseaba con la muerte en Cuatro corazones con freno y marcha atrás…, pues los personajes se hacen inmortales tomando una pastilla, (en la senda de Shakespeare en Sueño de una noche de verano). Más recientemente, los argentinos Victoria Szpunberg y Javier Daulte estrenaron en España La máquina de hablar y Automáticos, respectivamente.
La obra de Martínez Vila surge de un laboratorio, con actores y directores, en la Cuarta Pared, y ha sido escrito casi a pie de obra. La historia está concebida casi como un experimento: imaginemos un lugar donde la gente vive en circunstancias de supervivencia, hay carencia de alimentos y una amenaza exterior. ¿Puede crecer el amor y la esperanza en un medio así? , se pregunta el autor, lo que equivale a preguntarse por la supervivencia del grupo.
La comunidad que imagina Martínez Vila sigue le cliché de alguna que nos ha dado la literatura y el cine. La comunidad vive en régimen de autarquía, dedicada a la agricultura y con escasísimos víveres, y siguiendo unas normas de convivencia que han codificado como La Ley. Están convencidos que ese credo les permite preservarse de un mundo exterior violento y amenazador, del que parecen proceder los personajes.
Estas normas de convivencia guardan bastante relación con las de una sociedad totalitaria: no hay lugar para el individualismo, ni para la propiedad, ni para el amor u otros sentimientos humanos. Está jerarquizada, hay una jefa que vigila la aplicación de La Ley. Y hay un reparto del trabajo, de la comida, y las mujeres se aparean como animales, pendientes del calendario lunar que dicta sus días de fertilidad con los machos que encuentran. Ni siquiera hay un código moral que prohíba, por ejemplo, las relaciones incestuosas.
Desde el punto de vista argumental, el autor no se interesa tanto por las tensiones políticas, o las relaciones de poder, como por las relaciones humanas y sentimentales de los miembros de la comunidad. Pero los personajes están poco definidos, su pasado nos dice algo, pero no sabemos bien sus intenciones, es su carácter agrio lo que prevalece. El relato se pone interesante cuando la mujer embarazada, que espera su noveno hijo, se comporta como una disidente. También la llegada de un personaje extraño a la comunidad pretende actuar como agitador de conciencias pero, en mi opinión, queda desdibujado. En el desenlace de la obra, conocemos la reacción de la comunidad a los cambios que se piden.
La puesta en escena, con elementos escenográficos bastante pobres pero efectistas, es obra de Juan Ollero, y está concebida como un escenario circular en torno al cual se han dispuesto las gradas. Del reparto, sobresalen las actrices, Carmen Mayordomo, Begoña Caparrós y Ángela Boix. Al igual que el texto, creo que la función debería evitar reiteraciones y, sobre todo, agilizar el ritmo.
Sergio Martínez Vila y Juan Ollero van a dar que hablar esta temporada, su próximo montaje se estrenará en el Centro Dramático Nacional, donde debutan. Para esa ocasión, preparan una obra que tiene a dos refugiados y una rica familia financiera europea de protagonistas.