Acaban de empezar los Encuentros de Pamplona 72-22, que conmemoran los que hace 50 años, con la estupefacción general de la sociedad pamplonesa y española, organizó Luis de Pablo con José Luis Alexanco al cargo de las artes visuales y con la financiación enteramente privada de la familia Huarte.
Aquello fue un fogonazo creativo que deslumbró a la Pamplona y la España del gris tardofranquismo. Vinieron las primeras figuras internacionales del arte y del pensamiento y las calles de Pamplona se llenaron de intervenciones sorprendentes.
No es que no hubiera habido actividad vanguardista antes, pero fue en aquellos encuentros cuando "el arte español pudo engarzarse por primera vez de verdad y del todo con lo que se estaba haciendo en Europa y en América", según Tomás Marco, el único compositor que sigue activo de los que protagonizaron los Encuentros de 1972.
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Marco habló en la charla inaugural de estos nuevos encuentros junto con la pamplonica Teresa Catalán, que en el 72 no era aún compositora, sino espectadora y pianista en ciernes.
Su vocación giró ante la impresión que le causaron los gritos de un John Cage que corría desaforadamente por la Ciudadela, las colas que hacían los pamploneses en las cabinas de la Plaza del Castillo para participar en llamadas telefónicas aleatorias o las pisadas con las que los viandantes destruían la instalación-performance situada en el Paseo de Sarasate sin sospechar que ellos mismos, los espectadores-destructores, eran los artistas.
El espíritu de la performance (ese arte en el que el artista transfiere al espectador la carga de la creación) ha vuelto ahora a Pamplona con la instalación sonora "murmure", de Xabier Erkizia. En el vestíbulo del Baluarte, el artista dispone colmenas que han perdido las abejas, pero conservan su murmullo, laborioso y tan abarrotado como una superficie de Ligeti.
Lo complementa —o contradice— en directo otro murmullo: el de instrumentos ululantes manejados por cuatro performadores y el de un bafle con cantos tibetanos sometido a centrifugación por otro performer mediante una bolsa de basura y una caña de pescar.
El encargado por el Gobierno Navarro de conmemorar con otros encuentros los del 72 ha sido Ramón Andrés. Los ha planteado sabiamente: no tratando de repetir la cosa, que estaba ligada a su momento, sino su propósito, que sigue vigente: el encuentro de contrarios.
El de entonces fue el encuentro de la España creadora con un mundo y un tiempo exteriores que debían ser los suyos, pero no lo eran. El de ahora es la reunión en un tiempo y un lugar de las mil disparidades y contradicciones que han caracterizado siempre el arte y el pensamiento.
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Los Encuentros son, en palabras de Andrés, "la bienvenida de Pamplona al arte y la cultura y una llamada al diálogo y la concordia". Es lo adecuado para esta ciudad moderna, dueña ahora, como tantos lugares de España, de una orquesta de dimensión sinfónica, estructura estable y alta calidad, y de realidades artísticas apabullantes, como el Museo de la Universidad de Navarra.
Allí, al lado de la exposición Treinta y nueve décimos de Alexanco y la magnífica colección de María Josefa Huarte, se han inaugurado los Encuentros de Pamplona 72-22 con la performance de Erkizia y un concierto de la Orquesta Sinfónica de Navarra dirigida por Jordi Francés.
Oímos muy buenas versiones de Aurora de Xenakis, con su masa de cuerdas ásperas, tocadas encima mismo del puente, de Melodías de Ligeti, con sus superficies abiertas ya al canto, y 4'33'' de John Cage, siempre inquietante, que el público de Pamplona recibió esta vez con un respeto casi funeral, sin ruidos ni movimientos de desconcierto, como si el presidente de la asamblea hubiera decretado cuatro minutos y pico de silencio por algún deceso. Se ve que la gente está ya avezada y curada de espanto.
Sonaron también obras de los dos compositores presentes, ambas en diálogo (en encuentro) con otros autores, tiempos y estéticas. Teresa Catalán (Glosa en tono de re. Manuel Castillo in memoriam) hizo un bonito comentario orquestal de una miniatura de Castillo que había sido grabada en vídeo minutos antes por el pianista de la orquesta.
Además, el maestro Francés, la orquesta y el violinista Yorrik Troman interpretaron brillantemente el Paseo con Sarasate, de Tomás Marco, sonoro y divertido. En una especie de Concierto para Sarasate y orquesta, Marco glosa el Zapateado y otros aires sarasetianos, congelando en bucle su taconeo rítmico y su chisporroteo de violín virtuoso.
Superviviente de aquellos Encuentros y de una época importante de la música española, la voz de Marco, como compositor y testigo lúcido, es necesaria. Su reciente 80 cumpleaños nos está dando amplia ocasión de oírla y de comentarla.