Siete años después de su presentación en el Festival de Venecia, la distribuidora Avalon ha anunciado el estreno en salas españolas (cuando se reabran) de Under the Skin, de Jonathan Glazer. Pareciera que todo el que ha querido verla posiblemente ya lo ha hecho, pues el interés por el director británico de Sexy Beast y Birth no es menor (yo mismo publiqué un post sobre el film hace seis años), y en cualquier caso también despertó el interés (o el morbo) de los fans de Scarlett Johansson, quien se dejó filmar por primera vez íntegramente desnuda en una breve escena. El hipnótico film de Jonathan Glazer tenía sin duda todos los elementos para no pasar desapercibido y acudir a mercados internacionales en su busca. Aún por mucho que pueda sorprender la oportunidad del estreno, desde luego sigue siendo una gran ocasión para “descubrirlo”, se haya visto o no, en una pantalla grande, por lo que celebramos la experiencia como ritual de regreso a las salas. Su poderosa estética, que no desaparece de nuestro imaginario y que incluso ha influido en diversas creaciones posteriores en los últimos años, así merece ser experimentado.
Casualidad o no, la plataforma Mubi ha estrenado en exclusiva el último trabajo de Glazer, un inquietante y siniestro cortometraje de seis minutos titulado The Fall. Es un film sin diálogos y de trama mínima, fundamentado en la acción, con un manifiesto carácter sensorial y atmosférico. De noche en un bosque, un grupo de personas con máscaras se reúnen para lo que parece ser una práctica habitual: un ritual de sacrificio mediante el ahorcamiento. También interviene un pozo sin fondo en la liturgia. Conecta con Under the Skin en varios sentidos, como extensión de una “cacería humana” y como dispositivo de intriga que desaconseja hablar mucho sobre él, por riesgo a destripar más allá de lo mínimo destripable. Es en cualquier caso una película con el sello de Glazer –su oscuridad, su violencia, su tensión, su belleza– que recomiendo vivamente.
Como señala la propia web de la plataforma Mubi, el cortometraje reverbera con el cuento corto La lotería de Shirley Jackson, un clásico de la literatura estadounidense que se publicó por primera vez en The New Yorker, en junio de 1948, y que ha crecido con los años como una poderosa metáfora sobre la enajenación social, la deshumanización del individuo y el conformismo democrático, escrito en plena posguerra triunfante como una suerte de advertencia social: el hombre es un lobo para el hombre. También relata este cuento de mínima trama un escalofriante ritual (o tradición) en una pequeña comunidad.
Cuento de horror o ficción especulativa, el relato fue llevado a la pantalla en 1969 por Larry Yust, un director al que no se le conoce mayor carrera en el cine (dirigió varios cortos en los sesenta, hizo televisión en los setenta y un largometraje en los ochenta), pero que con este filme de 18 minutos que realizó con 39 años se ha ganado un pequeño rincón en la historia del cine norteamericano. Se trata de una pieza que ni siquiera nació con la intención de estrenarse en salas, pues la produjo la Encyclopedia Britannica Educational Corporation, seguramente destinada a fines educativos en escuelas. En todo caso, hoy capta nuestra atención, cuando el cuento, y la película, nos hablan bien alto y con meridiana claridad metonímica de nuestros propios tiempos.
The Lottery está rodada con caligrafía documental, con precisión en el ritmo y la narración, generando claustrofobia en un espacio abierto (acontece en una plaza), una distopía realista en su propio tiempo que podría ser cualquiera de los tiempos y de los países. La equivalencia literaria de la obra en su trasvase a la pantalla es admirable. La fidelidad de la adaptación y su neutralidad pedagógica ayudan a crear ese distanciamiento casi brechtiano que pide esta historia de conductas alienadas, al tiempo que permite a Yust obtener cierta poesía con lo que narra. Determinadas decisiones, como la sucesión de rostros en primer plano y el inquietante arranque de unos niños recogiendo piedras en planos cerrados, pero sobre todo el empleo del tiempo, generan una tensión densa y atmosférica. En esta fábula hobbesiana, el contrato social muestra la cara dulce y la cruz cruel de la misma moneda, como si Jackson indicara entonces que siempre debemos examinarnos cuidadosamente como individuos, vivir con riqueza introspectiva y no dejarse llevar por la presión social o nacional para seguir un camino a ciegas. Es a su modo una advertencia sobre la naturaleza malvada inherente en el ser humano que, sobre todo en tiempos de supervivencia y de conformismo ideológico, es capaz de la mayor de las aberraciones.