La saga de Geralt de Rivia gozó de un éxito notable en Polonia y en varios países de tradición eslava desde un primer momento, cuando se publicó en los años 90. A España los libros llegaron de la mano de la editorial Alamut, y también encontraron su nicho en el género fantástico por su interesante mezcla del folklore de Europa del Este y una actitud revisionista ante los cuentos tradicionales.  Sin embargo, en el mundo anglosajón, el brujo (que es como aquí se decidió traducir el vocablo polaco Wiedzmin) pasó completamente desapercibido hasta la llegada de los videojuegos. No hay otra forma de explicarlo, y por mucho que moleste a su creador, Andrzej Sapkowski, la saga no sería lo que es hoy, y mucho menos disfrutaría de una serie de alto presupuesto en Netflix protagonizada por Superman, si no fuera por los esfuerzos de CD Projekt, la compañía polaca que pasó de vender juegos piratas en una furgoneta en los años posteriores a la caída del muro a convertirse en uno de los estudios de desarrollo más prestigiosos del mundo.

Cuando CD Projekt se propuso crear su primer videojuego a principios de los años 2000 no tenían ni la más remota idea de lo que eso implicaba, pero creyeron que tendrían mucha más fortuna si conseguían trabajar en una licencia conocida, para no tener que partir de cero. Sapkowski nunca creyó en el proyecto, y en un clarísimo error de cálculo, ante la opción de dinero en metálico o unos royalties basados en las ventas del título exigió una cantidad fija inmediata. Al parecer vendió los derechos por unos míseros 9500 dólares. El primer The Witcher se puso a la venta en 2007 con un motor gráfico que ya por entonces estaba completamente anticuado, y unas ideas de diseño realmente extrañas. Era un título tosco, en ocasiones grotesco, pero tenía un cierto je ne sais quois que lo hacía destacar entre la competencia. Funcionó lo suficientemente bien como para financiar una segunda parte que se puso a la venta casi cuatro años después. El estudio polaco demostró una capacidad de mejora asombrosa, con un motor gráfico de su propia cosecha de lo más puntero y un ambicioso diseño narrativo que hacía de la no linealidad su gran virtud. A pesar del evidente salto de calidad, las ventas fueron parejas a la primera parte. La saga no conseguía romper las constricciones del nicho. Pero lejos de desanimarse, CD Projekt volvió a la cocina y puso toda la carne en el asador: un mundo abierto enorme, un lanzamiento simultáneo en consolas de nueva generación, una historia épica capaz de equilibrar tensiones geopolíticas con un drama de personajes intimista y todas las conexiones posibles con los libros que pudieran hacerse. The Witcher 3: Wild Hunt, lanzado en 2015, fue un éxito rotundo. En mi opinión, el mejor juego de rol de la historia. Y esta vez a la innegable calidad le acompañaron unas ventas de infarto. Geralt de Rivia inundó el mercado anglosajón, y por ende, los libros de Sapkowski, después de tantos años, se tradujeron al inglés, con todo lo que eso implica.

THE WITCHER | Tráiler principal | Netflix España

No se puede explicar la decisión de Netflix de adaptar The Witcher sin el éxito masivo que la franquicia ha tenido en el mundo de los videojuegos. Cronológicamente, los títulos se sitúan años después de los libros, y la serie es una adaptación de los hechos que transcurren en estos, no tan conocidos. Pero se sitúan en el mismo mundo, y por mucho que la showrunner, Lauren Schmidt Hissrich, haya dicho por activa y por pasiva que su intención siempre ha sido adaptar las obras literarias, son muy evidentes las sinergias que han surgido entre las obras videolúdicas y la serie de televisión, que en ocasiones van a detalles de lo más curioso. Por ejemplo, la actriz que interpreta a Tissaia de Vries, la rectora de la escuela mágica de Aretusa, MyAnna Buring, fue la que puso voz al personaje de Anna Henrietta, duquesa de Toussaint, y uno de los personajes principales de Blood & Wine, la segunda expansión de The Witcher 3: Wild Hunt.

Schmidt no lo tenía nada fácil. Por varias razones. Por un lado la obra de Sapkowski estructuralmente tiene mucha complicación. El autor empezó a escribir cuentos en su tiempo libre, buscando su publicación en revistas de género y presentándose a concursos. La publicación en formato libro los agrupó también de forma extraña. Primero se lanzó La espada del destino, y luego El último deseo, pero cronológicamente las historias de este último van primero, aunque a lo largo de varias décadas. Y después de los dos libros de relatos va la saga, cinco novelas que siguen un hilo narrativo más definido pero mucho más complicado a nivel geopolítico. Era perentorio introducir a personajes importantes cuanto antes, incluso cuando en la cronología interna ni siquiera habían nacido. Por otro lado, los juegos ya habían hecho su trabajo en el diseño de los personajes, por lo que la gran mayoría del público ya tenía una idea clara de la supuesta apariencia de los mismos, lo que causó cierto revuelo en las redes cuando el casting empezó a filtrarse.

Una escena de la serie

Creo importante aportar todo este contexto para explicar por qué considero el resultado final más que digno. La mayor parte de las quejas se dirigen a la obtusa estructura que siguen los ocho episodios. Se han hecho comparaciones a Westworld que carecen de todo fundamento, porque la complicación de The Witcher no se acerca ni de lejos al puzle demencial que es la segunda temporada de la serie de HBO. Schmidt ha dispuesto los episodios de manera que sigan a tres personajes principales: Geralt, Yennefer y Ciri. Los tres se mueven en sus propias líneas temporales hasta que al final de la temporada confluyen en una. El punto de mayor complicación proviene del hecho de que tanto Geralt como Yennefer, por razones varias, tienen vidas extremadamente largas y Ciri es tan solo una niña. Esta disparidad causa un desequilibro importante que hace que su trama sea la más floja de las tres. Ni los guionistas tenían mucho material con el que trabajar ni tampoco podían inventarse apenas nada en el comparativamente breve periodo de tiempo que cubre su trama. Geralt y Yennefer, por el contrario, sí disfrutan de una mayor flexibilidad. El cazador de monstruos tiene un fondo literario en los cuentos muy interesante que ya sigue la estructura episódica (el banquete en Cintra, la caza del dragón) y la hechicera cuenta con la posibilidad de profundizar en su traumático pasado, algo que los libros apuntan pero que la serie se detiene en detalle.

El portentoso éxito global de Juego de Tronos en esta década que termina es un indicador de un fenómeno más amplio. La ruptura de los diques de contención que separaban la cultura nerd del mainstream. Recuerdo como si fuera ayer leer los libros de Gigamesh hace quince años y sorprenderme de que nadie hablara de ellos constantemente. Recuerdo el tortuoso camino que siguió la serie desde que se anunciaron por primera vez los contactos para adaptarla hasta que se estrenó. Y recuerdo cómo algo que la intelligentsia despreció en un primer momento fue ganando adeptos año a año hasta convertirse en el nuevo estándar narrativo (sin contar con la controvertida temporada final). Ahora que la serie ha terminado todos los grandes actores del sector televisivo buscan suplir el hueco que ha dejado, anunciando adaptaciones de sagas literarias con presupuestos de película a diestro y siniestro. Y de alguna forma The Witcher se ha colado en esa red, cuando la raigambre de ambas series es muy diferente. Juego de Tronos es una recolección pseudohistórica con tintes de culebrón, un Walter Scott bajo el prisma del folletín decimonónico. La esencia de The Witcher es mucho más pulp. Proviene del fandom surgido al calor de las revistas de género, y aunque tiene su pertinente ración de intrigas palaciegas y movimientos políticos, el foco es mucho más intimista. Las contiendas épicas entre grandes ejércitos suceden en los márgenes de la acción, más preocupada por retratar los lazos de una familia vicaria formada por los desheredados, los extraños, los otros.

Anya Chalotra interpreta a Yennefer de Vengerberg

¿Es The Witcher una serie de calidad premium comparable a los recientes ganadores de los Emmys? ¿O a ejercicios de virtuosismo narrativo como Watchmen o Westworld? No, pero tampoco pretende serlo. Lo que sí es, es una serie con buenos personajes, con tramas entretenidas que alternan momentos trágicos con un sentido del humor que aporta una muy necesaria levedad, una reinterpretación de los cuentos populares y una estimulante infusión de mitología eslava, no muy conocida por estos lares. Tiene una factura técnica decente (aunque la dirección de fotografía flaquea en algunas secuencias), un presupuesto notable (aunque no llega a todo) y unos actores entregados a la causa. Henry Cavill es un fichaje estelar, y, como ha indicado en multitud de entrevistas, su pasión por los videojuegos es la que le llevó a perseguir a Schmidt para conseguir el papel. Y la verdad es que lo borda, tomando muchas notas del trabajo que hizo Doug Cockle en los títulos de CD Projekt RED, pero también aportando de su propia cosecha, sobre todo en las secuencias de acción, muy vistosas, capaces de combinar elegancia con brutalidad como una especie de John Wick medieval. Anya Chalotra, que interpreta a Yennefer, es una auténtica revelación, con un arco de transformación de mucho empaque que le lleva de chica de granja deforme y jorobada a poderosa hechicera consejera de reyes. Freya Allan, Ciri, está un peldaño por debajo, pero, al igual que su personaje, tiene mucho potencial y recorrido por delante.

La primera temporada de The Witcher es ciertamente irregular, pero muchos de sus menoscabos son una consecuencia natural de la estructura de la obra que adaptan, y deberían de pulirse de forma automática en la siguiente temporada al unir todas las líneas temporales. Con el trabajo de construcción de mundos ya desplegado, la serie a partir de aquí puede crecer mucho. Puede que parte de la crítica haya intentado hacerla desaparecer antes de tiempo (el artículo de Entertainment Weekly ha causado estragos por la poca profesionalidad de sus autores), pero el apoyo sólido de una audiencia entregada debería ser suficiente para que Netflix confiara en la serie durante varios años, con la libertad para trazar su propio camino, sin mirar por encima del hombro y sin tratar de emular a nadie.

Lo que es indiscutible es que el estreno de la serie de televisión ha tenido un efecto pronunciado en los otros medios donde la franquicia se ha desarrollado. Hace unos días se anunciaba que The Witcher 3: Wild Hunt había batido el récord de jugadores simultáneos en Steam, con 95.000, una cifra incluso mayor que cuando se estrenó hace casi cinco años. En consolas, con el título recientemente añadido al catálogo de Xbox Game Pass (en un movimiento maestro), las cifras tienen también que ser escandalosas. Los libros igualmente han elevado a su autor a la lista de los más vendidos en Amazon, superando a pesos pesados como J. K. Rowling o Stephen King. The Witcher es uno de los ejemplos más característicos de cómo se puede desarrollar una estrategia transmediática ganadora, y como los lectores/espectadores/jugadores saltan de un medio a otro sin ningún tipo de discriminación artificial, empapándose de las bondades particulares de cada uno.

@borjavserrano