Clásicos españoles (IV): Juan Antonio Bardem
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Cineasta mayor de la historia del cine español, Juan Antonio Bardem (Madrid, 1922-2002) fue el gran retratista de la sociedad de su época además de un refinado esteta superdotado para expresar mediante imágenes y sonidos los turbulentos estados de ánimo de sus protagonistas, lo cual dota a su cine una enorme modernidad. Porque Bardem no solo fue un gran contador de historias y un fino captador de las pulsiones de fondo de la sociedad española, sus películas nos conmocionan y nos sorprenden con su gran capacidad para crear planos y puestas en escena que rebelen el contenido latente de lo que está sucediendo en pantalla. Es también un director dotado de un enorme pulso dramático y un gran creador de personajes, un cineasta “psicólogo” capaz de penetrar más allá del subconsciente. Y es también, o sobre todo, un valiente y un patriota con el coraje para poner el dedo en la llaga y resignarse a las consecuencias de ello. El cine de Bardem pone un espejo a España y lo que refleja, hace daño.
Arrancó Bardem su trayectoria junto a Berlanga, con el que firma el corto Paseo por una guerra antigua (1948), en el que contraponen la figura más melancólica que trágica de un hombre cojo (suponemos que lisiado en la guerra) a unos atletas para mostrarnos una sociedad que quiere mirar adelante y convierte a sus caídos en fantasmas. Hablé del primer filme de Bardem, Esa pareja feliz (1953) en el post sobre Berlanga pues ambos firmaron juntos su debut, en una rara colaboración entre quienes estaban llamados a ser dos de los más grandes cineastas de su época. En ese filme, en el que Fernán Gómez y Elvira Quintillá dan vida a una pareja de jóvenes que se las ven y se las desean para sobrevivir en el Madrid de postguerra asoma ese espíritu neorrealista y conviven en armonía el espíritu de Bardem, más seco y más dramático, con el más amable y burlón (que no menos incisivo) de Berlanga.
Ese mismo 1953 Bardem trabaja con Berlanga en Bienvenido Mister Marshall, película mayor de nuestra filmografía premiada en el Festival de Cannes que inició el idilio del director con los festivales internacionales. Hay una realidad, los dramas tienen más posibilidades de triunfar y Bardem se convirtió en uno de los hijos mimados de Cannes y Venecia mientras en su propio país acumulaba todo tipo de dificultades debido a su militancia en el Partido Comunista, lo que le complicó mucho la vida y en último término casi acaba con su carrera y provocó su forzado exilio.
Cómicos (1954) es la primera película que firma el director en solitario. Es un drama áspero, con mucho primer plano como le gustaba, en el que ensaya las posteriores virtudes de su filmografía. Cuenta la historia de Ana Ruiz (Elisa Galvé), una actriz de una compañía con cierto lustre que no logra tener papeles de más de diez líneas. La voz en off, un recurso que volvería a utilizar en Muerte de un ciclista (1955) que se convertiría en su película más famosa, acentúa ese aire psicologicista (dicho sea en el mejor sentido) de sus películas. Porque Bardem trata de superar los corsés del cine tradicional para “robarle” a la literatura su capacidad para entrar en el pensamiento de los personajes.
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En Cómicos aparecen muchos actores que marcarían su filmografía. Está el inquietante Carlos Casaravilla, ese hombre de rostro inolvidable e hiperexpresivo que nunca falla en sus filmes o Manuel Aleixandre, en quien encontró el secundario perfecto. Hay en Cómicos también las primeras luces de lo que será su reconocible estilo, una suerte de postneorrealismo que tanto Bardem en España como Antonioni en Italia desarrollarán en paralelo para encontrar el gusto por el plano meditado y bello, es un cine que mira a la realidad para encontrar su armonía y por qué no, su glamour.
Las películas de Bardem, como las del italiano, tienen estilo, son rabiosas y punzantes, pero nunca dejan de ser elegantes, sus imágenes buscan un cine que se reafirme como medio de expresión artístico en sí mismo conectado al mismo tiempo con la pintura como con lo desconocido y es fascinante el uso que hace Bardem del sonido.
Felices Pascuas (1954) tiene un claro sabor neorrealista y podría haberla firmado perfectamente Vittorio de Sica porque tiene su espíritu amable y popular. Cuenta la historia de una familia que gana un cordero en la lotería (triste consuelo porque al principio creen que les ha tocado el Gordo) y cuando llega el momento de comérselo por Navidad ninguno es capaz de matar al animal del que se han encariñado los niños. Hay en este pequeño y bonito filme un canto a los valores de la gente sencilla y trabajadora que nos conmueve por su candor.
Muerte de un ciclista (1954), ganadora del premio FIPRESCI en Cannes, es una de esas joyas que uno puede ver varias veces y seguir descubriendo sus distintas capas. Es una crítica a una clase social adinerada y frívola que vive de espaldas a la realidad del país disfrutando de sus privilegios sin complejos en una vida monótona e hipócrita. Y es una incursión de Bardem en el noir, un thriller que bebe de las fuentes estadounidenses pero que discurrirá por un camino propio europeo que Bardem comienza a marcar y que después tendría otro hito con aquel Ascensor para el cadalso (1957) de Louis Malle de la que esta película es precedente.
Lo más fascinante de este filme interpretado por Lucía Bosé y Alberto Closas es la forma que logra crear tensión sin pistolas ni gángsters temerarios. Como un talentoso heredero de Dostoievski, Bardem penetra en la psique de sus protagonistas para encontrar ese “corazón delator” del que hablaba Poe en un thriller en el que es el propio miedo de los protagonistas su peor enemigo. Por lo visto, ese trágico final, quizá demasiado moralizante, fue imposición de la censura que tuvo que padecer Bardem toda su vida.
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Calle Mayor (1959) realizada tan solo un año después, es una película como mínimo tan buena. Basada en una obra de Carlos Arniches, está ambientada en una aburrida ciudad de provincias castellana que podría ser Ávila o Toledo, cuenta la historia de un muchacho “bien colocado” en un banco que se presta a la broma perversa que le proponen sus amigos de ligarse a la solterona del pueblo y hacerla creer que se va a casar con ella. Calle Mayor es una película demoledora sobre la estulticia y la cobardía humanas y un retrato pavoroso de una provincia anclada en el pasado en el que la presión social se vuelve insoportable regida por normas de una hipocresía santurrona sin límites. Crea Bardem con esa “solterona” (Betsy Blair) un personaje de gran altura trágica que sirve como espejo a una sociedad cruel y machista. La última escena, en la que los ruidos del tren y de la estación revelan las emociones de la protagonista, es un hito que revela el enorme talento del director. El filme ganó el premio FIPRESCI en el Festival de Venecia.
La venganza (1958) comienza a marcar un giro hacia el cine de género que marcará buena parte de su trayectoria a partir de los años 70. Si el espejo de Muerte de un ciclista era el noir, La venganza nos lleva al terreno del western puro y duro con aire clásico para contarnos la historia de unos humildes segadores andaluces que emigran al norte para encontrar trabajo. El líder (Raf Vallone) está enemistado con uno del pueblo (Jorge Mistral) por un antiguo crimen que el segundo pagó sin haberlo cometido. Y en medio, Carmen Sevilla como la sex symbol más tapada de la historia del cine (cosas del franquismo).
Bardem es un maestro a la hora de crear personajes, exponer sus motivos y reproducir los conflictos entre ellos. Con un imponente technicolor, La venganza es una buena película que revela su talento para el melodrama y su aire americano sin duda ayudó a que fuera nominada al Oscar a la mejor película extranjera.
Sonatas (1959), más conocida como Las aventuras del marqués de Bradomín, es una película de corte histórico con Paco Rabal en la piel de un seductor aristócrata predestinado a vivir las más trepidantes peripecias y vivir grandes amores de corte trágico primero en España y después en México. Basada en la obra de Ramón del Valle Inclán, el filme hace lo que puede debido a la censura para ponerse del lado de los subversivos en una película que supone la incursión plena de Bardem en el terreno del folletín decimonónico.
Los inocentes (1962) tiene puntos en común con Muerte de un ciclista y es una de sus películas más logradas en el terreno de lo formal, donde los caminos de Antonioni y Bardem parecen converger para desarrollar cada uno por su lado nuevos caminos para el cine europeo. Trata sobre un pobre empleado de banca (Alfredo Alcón) cuya mujer muere en un accidente de coche en el que iba acompañada de un millonario industrial. Como en Calle Mayor, el protagonista se convierte en víctima de la presión social y del escarnio público pues nadie duda que su mujer le ponía los cuernos con el capitoste.
Hay ecos entre esta Los inocentes de Bardem y aquella La ley del más fuerte (1975) de Fassbinder. Bardem nos presenta la diferencia entre las clases sociales narrando en paralelo el destino de la familia del rico industrial y la suya propia de empleadillo de banca. Cuando el héroe abandona sus gestos de dignidad por una mentalidad mucho más práctica y finalmente decide sacar partido de la situación choca contra una realidad que divide el mundo entre ricos y pobres y no quiere cambiarle de lugar.
Termino con Nunca pasa nada (1963) este breve repaso a la etapa clásica y “española” de Bardem, aunque la mayoría de sus películas anteriores tuvieran capital extranjero debido a las dificultades que encontraban en España, pero en cualquier caso desde entonces el director iniciaría una errática trayectoria internacional hasta que Franco murió y pudo regresar, donde realizó su último gran éxito patrio, El puente (1977), donde subvertía con el propio Alfredo Landa los códigos del landismo para hacer una película manifiestamente militante, y al final encontró acomodo en la televisión con grandes series como Lorca, muerte de un poeta (1987) o El joven Picasso (1993).
Nunca pasa nada es un clásico y sólido drama “bardemiano”. Ambientada en una pequeña ciudad de provincias (los títulos de crédito dicen que es Aranda de Duero) el director se muestra demoledor con esa sociedad de provincias asfixiante e hipócrita que ya había denunciado con saña en Calle Mayor. Aquí el detonante es la aparición de una actriz de variedades francesa rubia y explosiva que revoluciona por completo la pequeña ciudad creando todo tipo de suspicacias. La joven debe permanecer retenida por una enfermedad y es su doctor (Antonio Casas) quien acaba alargando el cautiverio de la paciente porque se enamora de ella. Crea el director con este doctor de 50 años amargado por la pérdida de su juventud, soberbio y despótico, una de sus mejores y más matizados personajes.
Nunca pasa nada, donde también sobresale Julia Gutiérrez Caba interpretando a una “aburrida” señora de provincias que es la única inteligente de toda la película, aunque ese final demoledor nos recuerde que nadie puede escapar a las convenciones, es una crítica brutal contra el atraso de costumbres de España respecto al resto de Europa. Una sociedad machista y santurrona que películas como las de Juan Antonio Bardem contribuyeron a transformar.