Durante toda su vida, el artista Francisco Concepción se dedicó a pintar el alma viva de la isla de La Palma, su isla. En su tiempo más lúcido, en el momento de su madurez creativa, llegó a España la revolución plástica que trajo el arte abstracto y el artista figurativo pasó a un silencio mediático, encerrado en el laberinto de una nueva era plástica. Pero los verdaderos artistas figurativos sobrevivieron a aquella revolución porque fueron fieles a sí mismos y al camino que se habían trazado.
Francisco Concepción, Quico Concepción, estuvo y está entre esos artistas perseverantes que supieron encontrar un camino personal, "pintar con placer por el placer de hacerlo. Invertir el tiempo en la pintura para llegar a ser de la pintura el tiempo, de la vida el paisaje, de la amistad el destino de compartir sede placer de seguir pintando", como escribió Luis Mateo Díez en "Paisajes de la vida".
Acabo de regresar de La Palma una vez más, bendita isla, gran refugio del paisaje natural, aire limpio del cielo, verde corazón de Canarias. Y esta vez el viaje me hizo un gran regalo, una epifanía artística de las que están escritas de forma invisible en el tiempo hasta que las ocultas sincronicidades se hacen visibles y provocan nuestro encuentro: he visto una descomunal antológica de Quico Concepción en el Espacio Cultural de CajaCanarias en Santa Cruz de La Palma: Hacer de la vida el paisaje.
Cada uno de los cuadros, los de gran formato o los de formato pequeño, encierran un secreto que sólo será dado descubrir al espectador activo que mientras observa el cuadro dialoga en un lenguaje silencioso, un bisbiseo que semeja letanía, con ese mismo cuadro.
Nabokov hablaba de los detalles en la novela para establecer los álgidos puntos de interés en el relato. "Detalles, benditos detalles", dejó escrito el gran escritor. Otros dirán que es el diablo el que está en los detalles, pero en los cuadros de Concepción el detalle es esencial para hacer de la vida un paisaje suyo sin dejar que ese mismo paisaje lo sea de su isla, de su alma.
Tengo para mí que habríamos sido buenos amigos, de habernos conocido cuando pudimos hacerlo. Amigos de criterios artísticos, de visión de la vida y del mundo, de la barra y el trago, del humor y el aire limpio. Ahora me conformo con esta exposición de Quico Concepción en CajaCanarias para acercarme a él con la humildad y el asombro que me lleva al borde del síndrome de Stendhal.
Cuenta la leyenda que en cierta ocasión estaba Quico pintando la Cibeles en medio de la ciudad de Madrid. Llevaba un par de horas trabajando absorto en su concepción plástica de una de las plazas más importantes de Madrid cuando llegó a su lado un pintor con ínfulas de "profesional"; o sea, "un artista".
En los cuadros de Concepción el detalle es esencial para hacer de la vida un paisaje suyo sin dejar que ese mismo paisaje lo sea de su isla
"El profesional" miraba de vez en cuando por encima del hombro a Concepción, que seguía en su Cibeles sin aparentar ninguna otra atención ni curiosidad, ni en el "artista" ni en el entorno de la plaza. Dos horas más tarde, Quico empezó a recoger sus arreos de pintura y trató de despedirse de su "colega".
"Ya he terminado", le dijo. Entonces, "el profesional" se acercó al cuadro de Concepción, que hasta entonces no había visto, y quedó preso de asombro y con la boca abierta. "¡Pero usted es un artista profesional", exclamó. Quico no se inmutó. Sonrió y se despidió del otro "profesional". En cuatro horas había pintado al óleo la Cibeles.
Ahora, he visto colgado en las paredes del Espacio Cultural CajaCanarias en La Palma, esa misma Cibeles, en medio de los paisajes del corazón de La Palma que parecen hablar en el silencio de esa plástica que sin duda tiene un lenguaje secreto solo descifrable para los cómplices del artista y sus obras.
El caso de Concepción es de los que claman al cielo. Prolífico y repetitivo hasta la obsesión artística y espiritual, no hay otro artista plástico en La Palma que haya sido capaz de saltar sin red sobre los paisajes de la Caldera de Taburiente y todos esos mapas de color, rurales y ciudadanos, algunos de los cuales ya no son los mismos salvo en la pintura de Quico Concepción. Tildado de pintor popular, durante años quedó arrinconado en ese barrio de los artistas populares, fechados y enterrados.
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Pero Concepción llegó en vida ser un artista clásico sin ínfulas de pintor moderno y parisino. Solo examinar ahora sus cuadros nos dará idea de la maestría en el uso del color y las dimensiones del genio. No estoy hablando de acuarela ni de acrílico.
Hablo de madera al óleo, a golpe de pincel, a espátula, domeñando la nada para construir el mundo y dejar plasmado sobre el futuro el corazón de la isla; hablo de telas eternas que describen al detalle rostros y gentes de una época que ya no existe: hablo de Francisco Concepción a quien la isla de La Palma y la plástica universal deben todavía el gran homenaje del reconocimiento a un gran artista.