Un ciudadano informado, con cierta cultura bajo el brazo, interesado por esas cosas que todavía llamamos cultura, espera que el gobierno “progresista” de su país tenga al frente del Ministerio de Cultura a una persona representativa del país y de la cultura -con minúscula y con mayúscula-, alguien que está familiarizado con el “quién es quién” de esa misma cultura, alguien que proponga, en principio, confianza ante el electorado y la ciudadanía.
Hay quienes todavía creen que el mejor Ministerio de Cultura es aquel que no existe, sobre todo en un país como el nuestro, en el que las competencias de la cultura que nos ocupa ya están casi todas trasladadas a los gobiernos autónomos. Gobiernos hubo sin Ministerio de Cultura, como hubo algunas veces Ministerio de Cultura sin ministro.
El último ministro de Cultura del gobierno de España, el señor Iceta, era un experto en baile público, y seguramente en la sardana y otros bailes regionales, pero su presencia al frente del Ministerio no fue precisamente brillante. Pasó con más pena que gloria por la política cultural española y antes de ser ministro no se le conocía ninguna cercanía con el asunto que nos ocupa. De modo que fuese y no hubo nada.
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Muchos presidentes de los gobiernos de España han utilizado el Ministerio de Cultura de sus gobiernos como espacio abierto a cuotas que ellos creen necesarias, incluida la cuota femenina, que ya parece haberse impuesto definitivamente en la política de primera fila del país. Repito que lo que se debería de exigir de un Ministro de Cultura es que fuera una persona, hombre o mujer, representativa de esa actividad y cuyo reconocimiento público lo fuera precisamente por eso.
Llevar al Ministerio de Cultura a alguien que no está incrustado en la cultura del país, en la primera fila del país, es llevar al político de turno que sirva tanto para un ajuste de cuentas como para una cachetada, para un baile simpático y una sonrisa amable. Pero con eso no basta.
Muchos amigos de la cultura me han preguntado, desde dentro y desde fuera de España, en estos últimos días quién es el nuevo Ministro de Cultura de este gobierno nuevo y “progresista”. Les he hablado de lo poco que sé de él; que me parece un hombre con ideas claras (lo he visto hablar por televisión bastantes veces con esa claridad que le otorgo), es un europarlamentario muy respetado de una minoría izquierdista y me parece que tiene dotes de buen negociador. Pero no es representativo de nuestras culturas, ni siquiera de las culturas populares con las que tanto juegan en la calle los gobiernos “progresistas”.
Todo esto de un Ministerio de Cultura nos viene de Francia, pero no somos Francia y mucho menos desde el punto de vista cultural
Se van a cumplir en los próximos días 100 años del nacimiento de Jorge Semprún, un escritor español en lengua francesa (y también en la nuestra), muy conocido en el mundo europeo, acostumbrado a discutir con Sartre y otros filósofos franceses, hombre reconocido en el mundo entero por su biografía extraordinaria. Felipe González trajo a Semprún desde París, donde vivía el escritor, para ejerciera durante uno de sus gobiernos como ministro de Cultura. Su nombramiento fue controvertido y sus acciones como ministro de Cultura lo fueron también ciertas ocasiones. Actuó como quiso y como pudo, y cubrió durante su mandato ese espacio representativo que yo he echado de menos muchas veces en el Ministerio.
Todo esto de un Ministerio de Cultura nos viene de Francia. El mejor ejemplo de lo que estoy diciendo fue André Malraux, ministro del gobierno de De Gaulle en un momento histórico importantísimo para la historia de Francia y Europa. Pero no somos Francia, nunca lo hemos sido, y mucho menos desde el punto de vista cultural. Seguramente otro gallo nos hubiera cantado a la historia de la cultura española de haber seguido el ejemplo respetuoso, claro y preclaro de los franceses, pero somos como somos, con todas las consecuencias y circunstancias que nos enredan, una y otras vez, en los nudos gordianos de los que siempre nos estamos quejando.
De modo que no conozco al nuevo ministro de Cultura sino por lo que sigo de la política española. Tampoco tengo mucha esperanza de que las cosas, desde el punto de vista cultural, de la cultura oficial del gobierno “progresista”, cambien para nada ni para peor ni para mejor. Cierta indiferencia se mueve detrás de tantas decepciones. Ya dicen los viejos que la sabiduría llega al final, cuando ya no caben más decepciones y cada uno fija el horizonte de su vida en unos pocos años de tiempo a la búsqueda tardía de nuevas ilusiones.
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Tengo que añadir, para terminar, que nunca pensé que llegara al Ministerio de Cultura alguien que estuviera familiarizado con los asuntos y las personalidades que tuvieran que ver con su departamento. Al fin y al cabo, en la mayoría de las veces, ese ministerio no ha servido hasta hoy para gran cosa, salvo cuando es lo que es, un cajón desastre donde va a parar siempre alguien que pasaba por allí. Eso es respeto y lo demás es lo demás…