Lawrence de Arabia: “No hay nada escrito”
T. E. Lawrence es uno de mis héroes favoritos, una figura sobresaliente y un escritor fuera de serie
He vuelto a ver Lawrence de Arabia, una película extraordinaria, puro cine, que nunca me cansaré de volver a ver. T. E. Lawrence es uno de mis héroes favoritos de la literatura y de la historia. Me parece una figura sobresaliente de la historia del mundo y un escritor, un intelectual profundo, fuera de serie. Demostración: Los siete pilares de la sabiduría.
No sólo hizo eso, sino que escribió algunos libros más y tradujo La Odisea al inglés desde el griego homérico. Personaje de leyenda para los árabes y para el Imperio Británico, Lawrence vivió y fue un gran protagonista de la guerra de las tribus árabes contra los otomanos que se narra en la película. Por eso, cuando tuve ocasión de ir a Jordania al recibir una invitación del Instituto Cervantes para hablar de Juan Carlos Onetti en la Universidad de Amman, dije que aceptaba el viaje.
La curiosidad intelectual por T. E. Lawrence hizo el resto, después de leerme una biografía del héroe que demostraba la grandeza humana del personaje. De modo que una de las aventuras que tuve en Jordania, durante dos días, fue recorrer la geografía legendaria del Wadi Rum, el desierto por donde Lawrence condujo a los árabes sublevados hasta Akaba. Quería ver si era verdad que las arenas de ese desierto cambian de color con las horas del sol y era de verdad un espectáculo natural fuera de serie.
[Lawrence de Arabia o el linaje de los sueños]
Lo era. Dormí una noche en unas cabañas de lona blanca en pleno desierto, vi las decenas de colores de aquella arena milagrosa e interminable, sentí el calor del día asfixiante y el frío asombroso de la noche del desierto y también las inquietudes y nerviosismo de un occidental urbano poco acostumbrado a esos viajes por la aparente nada del Wadi Rum. Uno de esos dos días, vi desde lejos lo que me dijeron que fue el fortín de Lawrence en el mismo desierto, aunque no estoy seguro si lo que vi lo vi o fue sólo uno de esos espejismos que surgen todos los días en la línea de la arena con el sol y el calor.
Pero yo lo recuerdo a lo lejos, como en una película: allá a varios kilómetros de donde nos encontrábamos Mahmoud, mi chófer palestino en esta aventura, estaba la sombra del fortín de Lawrence, como si se moviera levemente en la lejanía. Estuve observándolo una media hora, al sol, sin notar el calor ni ningún otro malestar, y durante mucho tiempo estuve seguro de haberlo visto. Hasta hace unos años, en los que he comenzado a preguntarme a mí mismo si he visto y visitado todo lo que creo que he visto.
Desde el Taj Mahal a la Muralla China, desde cruzar el canal de Panamá de lado a lado y regresar al punto de partida en Ciudad de Panamá hasta buscar insaciablemente durante una mañana entera la tumba de Luis Cernuda en multitud de cementerios, mausoleos y panteones de la Ciudad de México.
Mi chófer palestino en esta historia personal del viaje a Wadi Rum era un hombre ducho que había tenido que llegar a Jordania como refugiado de las guerras interminables de Oriente Medio. Era, por supuesto, musulmán al pie de la letra y se pasó todo el viaje tratando de convencerme de que me convirtiera al Islam, al fin y al cabo, y según él, la religión verdadera.
Desde hace unos años he comenzado a preguntarme si he visto y visitado todo lo que creo que he visto
Además, me dijo en multitud de ocasiones, mientras conducía, que le haría el favor más grande a su destino: si yo me convertía al Islam, él ganaría el cielo para toda la eternidad y me lo debería a mí, un infiel cristiano que tampoco creía en todo lo que el cristianismo dice que es la única verdad.
Le hablé sólo una vez del GADU, el Gran Arquitecto Del Universo, el Gran Geómetra, y en esa misma noche le hice mirar hacia el firmamento del universo, allá en las estrellas más lejanas, señalándome que allí y en todas ellas, en las líneas invisibles que las unían a todas, que son las mismas que nos unen a todos los seres y a todas las cosas, es donde estaba el Gran Arquitecto.
Pareció no entender nada. Confusome miraba en silencio con un coraje contenido, porque veía que yo también tenía una espiritualidad a la que agarrarme, una espiritualidad de la que él no había escuchado nada antes. Y ese descubrimiento lo ponía muy nervioso.
No hablo de la comida durante la aventura. Hasta llegar a Akaba comimos una mezcla abominable de arroz con pasas y carne triturada. Un desastre durante dos días, que hizo despertar en mí el hambre de venganza (o la venganza del hambre) que llevé a cabo con un festín de cordero asado en un gran restaurante de Akaba.
Pero, al fin, en esos dos días, estuve persiguiendo a uno de mis héroes legendarios, Lawrence de Arabia, Lawrence, el hombre rebelde que cuando los jeques y los cherifes de las tribus árabes, en plena guerra, le decían una y otra vez que todo estaba escrito.