'Sol de la mañana', pintura de Edward Hopper

'Sol de la mañana', pintura de Edward Hopper

A la intemperie

Cualquier tiempo pasado

Mi actitud en la vida hasta ahora ha sido no olvidar ni siquiera el más mínimo recuerdo de mi pasado, de las diferentes vidas que he tenido el privilegio de vivir hasta hoy

27 julio, 2022 02:49

"Cualquier tiempo pasado fue mejor". Así reza el refrán, dicho frecuente, estereotipo, tópico, traído siempre al presente por una añoranza que retrotrae el recuerdo al pasado como tiempo mejor que el presente gravoso y el imprevisible futuro. Advirtamos que el presente dura un instante y suele ser gravoso incluso en la comodidad del momento. Avisemos una vez más de que el futuro no llega nunca porque nunca lo alcanzamos. Si llegamos a él es en un instante de presente que deja de serlo y ya es pasado, y que —según el dicho— fue mejor.

El recuerdo está lleno de memorias nostálgicas y melancólicas, de pérdidas que casi siempre quedan archivadas y regresan cuando menos se las espera. Esas pérdidas son terribles casi siempre, pero el ser humano tiene una gran capacidad de resistencia y de superación de la pérdida, cualquiera que ella sea, y sigue adelante dejando atrás lo que luego dirá que, de todos modos, fue mejor.

Incluso el tiempo de las pérdidas, de las enfermedades largamente padecidas, de las ruinas sentimentales, domésticas, matrimoniales, sociales, económicas; de las guerras insaciables y calamitosas, siempre evitables, que todo el tiempo están naciendo gracias a la genética del mono caníbal que todavía llevamos dentro de nosotros, incapaces luego de millones de años de extirparlo de lo que queremos —o eso decimos— ser: trascender del bicho criminal que se transmite por encima del pasado, del presente y, lo siento por mi pesimismo, del futuro que aún no ha llegado.

Las pérdidas son terribles casi siempre, pero el ser humano tiene una gran capacidad de resistencia y de superación

La memoria es una construcción de cada una de las personas: el pasado es tal como lo recordamos cada uno de los seres humanos, tal como lo hemos vivido, con lo bueno para recordar y lo malo, como se dice, para olvidar. Dicen los charlatanes que para ser feliz hay que olvidar lo malo, recordar sólo lo bueno y entregarse a la bondad, esa exigua inteligencia que vive en nosotros contrarrestando la constante tentación de la maldad.

Los recuerdos se van fabricando y modificando con el tiempo que pasa por encima de los hechizos y nosotros, en esa misma memoria, los vamos moldeando conforme nos conviene o nos interesa. Tengo para mí que olvidar cualquier cosa para ser feliz o para simplemente no acordarse de ella, por perversa, es un error que llama a gritos al alemán que empieza por robarnos las llaves y cuando nos las devuelve no sabemos ya para qué sirven ni qué son con exactitud. Porque la falta del recuerdo, burlón o malo, es plantar poco a poco la falta de la memoria, que actúa en el ser humano como un músculo vivo: mientras más gimnasia se haga con ese músculo, más recuerdos se tendrán y menos peligro habrá de perderlos para siempre.

No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor para todos. La vida no es precisamente un paraíso y el mundo que estamos haciendo es un universo que poco a poco va rompiendo el equilibro inestable sobre el que se sostiene. La esperanza del futuro es vana, ya lo he dicho, nunca llega y cuando llega no es el que habíamos imaginado, bien o mal: es otra cosa que deja de ser futuro para pasar tras un instante a ser pasado; y aquí ya entra otra vez la memoria: según lo recordemos será mejor que el inmediato presente del recuerdo que sea.

Ya soy viejo, aunque no anciano, y mi actitud en la vida hasta ahora ha sido no olvidar ni siquiera el más mínimo recuerdo de mi pasado, de las diferentes vidas que he tenido el privilegio de vivir hasta hoy. El único miedo que he tenido y tengo en la vida es perder recuerdos, abandonar poco a poco la memoria hasta perderla del todo y perderse uno mismo en la nada. No hace falta viajar más allá de Andrómeda y la Puerta de Tanhauser para llegar a la conclusión que el dicho latino de carpe diem encierra toda una profunda filosofía e incluye la memoria, es decir, no olvidar lo pasado para no repetir los errores que cometimos y recordamos. Quien olvida repite el error, como si la experiencia no fuera la madre de la vida.

La vida no es precisamente un paraíso y el mundo que estamos haciendo poco a poco va rompiendo el equilibro

En cuanto a los escritores, y en general, todos los creadores de belleza y de arte, ¿qué serían sin el pasado, terrible o glorioso, en un instante? ¿Qué sería de la experiencia plástica si el olvido arrasara por sus raíces, qué sería del verso, de la literatura, de la música…? Amar la memoria es recordar el pasado para seguir adelante: para aprender de todo, de lo nefasto y de lo sublime.

A veces inventamos el pasado para mejorarlo o empeorarlo, desde luego, pero eso es mucho mejor que olvidarlo para no recordarlo por voluntad propia. Claro que todo esto no es un dogma, sino un criterio, no sé si el de Funes el memorioso, el famoso y espléndido cuento de Borges, pero sí el de un escritor convencido de que, bueno, somos química y física en esencia, pero también somos, y en mucho, memoria del tiempo pasado que, fuera mejor o peor, es la sustancia de nuestra propia existencia.

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