Volver a la Isla de La Palma siempre me provoca privilegios y grandes epifanías. Vengo de Santo Domingo, República Dominicana, tierra de gente de ron y tabaco. Las dos cosas son arte puro, desde lo más vulgar hasta el plano de la excelencia. En Santo Domingo tomé buenos rones blancos, que no había probado allí, y fumé tabacos impresionantes, en la labor y en la liga de los elementos. Ahora en La Palma, con los vestigios de la cena del volcán todavía en la superficie del asfalto de Santa Cruz, Anelio Rodríguez Concepción me llevó a ver a Julio, un tabaquero que ha heredado el arte de su padre y que se ha empeñado en hacer del arte del tabaco un arte totalizador, desde el cultivo mismo de la mata hasta la labor final. El resultado es excelente, con pruebas de varias ligas de tabaco, porque hay que "innovar", respetando todas las normas del ritual tabaquero.
En Cuba, en las grandes tabaqueras como Partagás y Montecristo, asistí muchas veces a sesiones donde el lector de tabaquería leía encima de una tarima, para que lo vieran todos sus compañeros, tabaqueros torcedores y cortadores, las novelas populares que se han hecho famosas precisamente desde esta lectura en tabaquerías. Ahora Julio, en La Palma, en la calle Cabaiguán (nombre de la localidad cubana más isleña canaria), ha instalado un local en donde la belleza del arte de la tabaquería es exuberante y excepcional. Hay una habitación para el almacenamiento del tabaco propio e importado, donde no faltan los tabacos asiáticos, que sirven sobre todo para la capa de los tabacos terminados. Ahí, en esa habitación, huele profundamente al fuerte y embriagador aroma del tabaco en reposo.
Hay otra habitación que hace de secadero del tabaco, hay otra que expone al público todos los arreos necesarios para trabajar la hoja, hay de todo. Y luego está la tienda. La exuberancia se vuelve ahí estética esencial, una maravillosa exposición de las labores médium y premium de Julio, junto a botellas de vino malvasía y rones de la tierra, además de trajes, pañuelos y sombreros de los tabaqueros, desde los llamados panamás, impropiamente, hasta los usados por los mismos tabaqueros palmeros. Un regalo para cualquier visitante, para su vista, sus gustos y su estética. Y ese olor profundo a la hoja del tabaco... Todo limpísimo y excelente, de modo que da gusto estar allí una mañana viendo y disfrutando de este museo que es producto de la fe inquebrantable de estos palmeros que veneran su tradición tabaquera.
Soy lector constante de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, de Fernando Ortíz, un sabio, libro fundamental en la terna de la cubanía poética y tradicional, junto a El Monte, de Lydia Cabrera, la mujer más relevante de la mestiza tradición cubana, y Paradiso, de Lezama Lima, que algunos escritores europeos bastantes despistados llaman "el Ulises caribeño para mulatos", pero que yo guardo en mi alma como oro en paño. Aquí, en los locales de Julio en la calle Cabaiguán, en Buenavista de Arriba, Breña Alta, La Palma, se recoge toda la historia del tabaco en la isla, que enlaza con la grande y remota tradición cubana del tabaco, como bien dice Anelio Rodríguez Concepción en su Historia del tabaco palmero. En eso coincide con Fernando Ortiz y hasta con el viejo Davidoff, ya superado, pero que tanto hizo no sólo por su propio negocio sino por el tabaco cubano, elevándolo a gran estrella universal.
Entre Cuba y La Palma, pasé una mañana embriagado por los olores y aromas del tabaco secándose, en espera, o probando unas labores todas de excepción, miles de tabacos ordenados, en formación casi militar, a la vista de los cada vez más visitantes de esta tabaquería, que es el producto de la confianza y la fe de estos isleños palmeros en su propia tierra. La Palma forma parte esencial de la mitología, la historia y la leyenda del tabaco universal, desde esos puros posibles que Churchill fumaba hasta los que se enviaban desde esta tierra para el Rey Juan Carlos, algunos ejemplares de los cuales alcancé a fumar en alguna fiesta del Palacio Real. Un privilegio, por supuesto. De modo que ver con todos los sentidos esta suerte de museo vivo, donde respira el tabaco que resiste ante las presiones de tanta gente, y donde se elaboran trabajos extraordinariamente bellos, ha sido una excelencia y un honor de primera y última escala.
Me sorprendió, pues, con asombro y alegría ver el trabajo de Julio, que heredó de su padre, un tabaquero desde los 12 años hasta ahora mismo que tiene 79, y que cada vez que quiere, porque no lo necesita, baja de su casa a la fábrica para cortar y torcer y no perder su maña de toda la vida. He prometido volver cuando de nuevo vuelva a La Palma, en este regreso continuo que para mí significa la Isla de las Maravillas, el corazón verde de las Islas Canarias.