La FIL de Guadalajara es un milagro anual que se renueva y lucha contra las inclemencias de la incertidumbre, ahora que se habla tanto de estar en la cuerda floja por la pandemia y tantas otras circunstancias. FIL de Guadalajara: mucha gente joven, escolares, preparatorios y universitarios, todos en torno a la curiosidad intelectual por los libros. Un milagro en ese universo lleno de estupideces y absurdas realidades que se imponen sobre la conciencia y la sensibilidad para ganar esclavos para el presente y el futuro. FIL de Guadalajara: los escritores se sienten estrellas de Holliwood paseando por la alfombra roja, entrando y saliendo de los cócteles interminables, hablando con otros colegas y vendiendo su personalidad como si hubieran salido ayer del paraíso.
Perú fue este año el país invitado, aunque hubo por parte de los invitados ciertos problemas de organización: en el fondo la política. Quien financiaba a los peruanos, sus billetes de avión y otras regalías, supongo, fueron los gobernantes de ese país, que decidieron enviar a Guadalajara a escritores jóvenes y no promocionados hasta hoy, lo que parece en principio muy estimulante. Pero los escritores consagrados del Perú tenían que haber estado presentes, invitados, abriendo el camino de los más jóvenes y presentándolos "a la sociedad internacional". No fue así y se perdió otra ocasión para ellos. Así es la política de hoy: huachafa y equivocada.
FIL de Guadalajara: presentaciones de libros todos los días. Jorge Fabricio Hernández se deja ver en todos lados con su desbordante afabilidad intelectual y humana. Veo de lejos a Héctor Aguilar Camín, también con su nueva novela, y ceno un rato de cualquier día con Alberto Ruy Sánchez. Son mis amigos mexicanos en la FIL de este año, donde no pudieron venir otros por ciertas circunstancias que tienen que ver casi siempre con la pandemia. Estuve un rato fumando con Leonardo Padura, viejo amigo de la literatura, cubano hasta las médulas y más allá, que vino con su nueva novela bajo el brazo y su hablar habanero y su memoria prodigiosa. Hablamos de Eliseo Diego y de su hijo, Lichi, Eliseo Alberto; hablamos de Cintio Vitier y de Fina García Marruz (la única poeta viva que queda de aquel milagroso grupo poético de Lezama Lima llamado Orígenes). Y hablamos de La Habana. Y del mundo.
Estuve con mi amiga Nelly Rosales Plasencia en la presentación de uno de sus libros publicados por su editorial, Conexión, con un proyecto de cinco libros bellísimos (en alguno he colaborado con un texto), tres de los cuales ya están publicados. Anduve con Francisco Serrano, uno de los directores del Auditorio Nacional de México, y con Profesor Piedra, creador de la Economía Naranja, que maneja una tesis muy esperanzadora para el presente y el futuro del mundo (aunque yo, la verdad, con todo eso, con los delincuentes robando todo el día el total del sistema, soy muy escéptico, qué le vamos a hacer).
Quise escribir esta crónica la semana pasada, pero entre vaina y vaina, largas conversaciones, actos de presentación de libros, almuerzos interminables donde los escritores tratamos todavía de arreglar el mundo con palabras y largos tragos de tequila; entre locuras y milagros que surgían dentro del milagro de la FIL, el cansancio pudo siempre más que el entusiasmo, lo que pasa ya con los años que llevo encima (95 tacos, uno encima de otro, 75 de día y 20 de noche), y pedí permiso para escribirla hoy, cuando ya la FIL ha sido clausurada y sigue siendo el milagro anual de Guadalajara.
Raúl Padilla, presidente de la FIL, y Papa laico de la literatura de lengua española en todo el ámbito hispánico, dijo en su discurso inicial que "el libro es un sujeto revolucionario tan grande como la escritura". Y tanto: es un sujeto sagrado, revolucionario y milagroso a través del que vivimos 500 vidas de los demás como si fueran nuestras, según sabia afirmación del sabio Umberto Eco.
Mi trabajo consistió en un par de diálogos con alumnos de Preparatoria para la Universidad de Guadalajara. Traté de explicar, contando dos o tres cuentos fantásticos, lo que es la poesía. Y ocurrió otro milagro: tres horas de conversación sin que yo viera cansancio en el rostro de los más de ciento cincuenta alumnos. Incluso sucedió algo insólito: ninguno de ellos abrió en ningún momento su móvil, ni entró a internet ni se entretuvo con esos bichitos electrónicos, tan útiles y al mismo tiempo tan pesados y negativos.
Y desayuné, almorcé y cené con Humberto Luna Carrillo, mi viejo amigo tapatío de los tiempos en que fui director de la Cátedra Vargas Llosa. Todo estuvo genial. Y para colmo, como diría Hemingway, buen tiempo.
El día de mi despedida de Guadalajara hubo otro milagro. A las 7 de la mañana caminaba yo por el lobby del Hilton hacia el comedor a desayunar. Entonces apareció la sombra de un cenizo que venía del comedor. Y me saludó. Trató de ser afectuoso, afable, pero no se lo consentí. Estaba deseando verlo para decirle lo que le dije: "En todo lo que te quede de vida, no vuelvas a dirigirme una palabra en tu vida". Es uno de esos escritores peruanitos sin talento literario alguno, en el que la ambición traicionera, el arribismo y la mala educación lo ocupa todo. Oká. En fin, lo que digo: un cenizo hecho al fin ceniza. Y, encima, buen tiempo. Fue un privilegio un año más estar como invitado en la FIL. Quedan muchas cosas por contar, muchos milagros, que seguro me iré acordando poco a poco, y que iré escribiendo en esta intemperie de los miércoles para mis pocos pero rotundos y contundentes lectores, a los que doy una vez más las gracias por su benevolencia y complicidad...