El 'caso' Teddy
El daño ya está hecho: su honra estuvo por los suelos diez años. Diez años estuvo sin honor, sin nada de lo que tuvo. ¿Quién paga eso ahora, quién o quiénes son los culpables, los responsables de esta injusticia?
El día en que lo detuvieron en su oficina de la SGAE yo estaba en la terraza del Café Gijón charlando con unos amigos. Supongo que era día de tertulia literaria. Allí me enteré, asombrado de que se lo habían llevado entre guardias y policías como si hubiera robado los fondos del Banco de España. Una hora después, aparecieron por la calle Almirante algunos actores, cantantes y directores de cine a los que conocía desde hacía mucho tiempo. Entraron en el Gijón. Yo me levanté, crucé la calle y fui a hablar con ellos. Teddy Bautista y yo éramos amigos y cómplices desde hacía muchos años. Él decía que mi amistad era para él muy estimulante. Por mi parte, aprendí en todos esos años muchas cosas que ignoraba y supe de su boca. Comíamos juntos cada quince o veinte días y habíamos fraguado una amistad muy cercana, que continúa en estos momentos.
"Lo acusan de todo, menos de terrorismo y asesinato", me dijeron sus amigos de la SGAE en el Gijón. Después, lo mantuvieron tres días detenido y, finalmente, cuando fue procesado, lo dejaron en libertad. Los medios informativos no sólo publicaron la noticia, como era lo natural, sino que lo despedazaron en poco tiempo. Lo bajaron del cielo, reportaje tras reportaje, noticia tras noticia, lo dejaron hecho una ceniza (o eso creyeron muchos). También en su tierra, como en toda España. Otros muchos creyeron que no se iba a librar de la cárcel. Teddy Bautista había adquirido un poder cultural y económico en los últimos años que se convirtió en un hombre muy querido por muchos y odiado por otros tantos, que además lo consideraban una persona temible para sus intereses y peligroso por su fuerza entre los socios de la SGAE, sociedad de autores y editores a la que había convertido en una entidad no sólo seria sino poderosa económica y culturalmente. En todo el mundo latino. En todo el mundo. No en vano llegó a ocupar la vicepresidencia de la CISAC, la sociedad de autores del mundo.
Así, procesado, ha pasado diez años. A los pocos meses del vapuleo público, Teddy Bautista salió de los medios y fue condenado a un silencio domiciliario y humillante que acabó por hacerle creer a la mayoría que estaba completamente acabado. Durante esos años, un grupo de amigos fieles y convencidos de su inocencia, no dejamos de verlo, no dejamos de hablar una y otra vez por teléfono con él, no dejamos de visitarlo en su casa, no dejamos de darle ánimos. Por su parte, Teddy decía siempre cuando le preguntábamos cómo pasaba aquel tiempo -¡diez años a la espera de la Justicia!- que estaba escribiéndolo todo y que, de paso, componía... Algunas veces lo vi extenuado, cansado, pero nunca entregado y derrotado. Al contrario: estaba en proyectos muy interesante que, al final, no salieron. Lo sé bien porque yo estuve en alguno, en su proyecto y en su ilusión.
Hacía muchos años que yo conocía a Teddy Bautista. Yo iba, en la ciudad en la que nacimos, al mismo parque en el que él se reunía todas las tardes con una pandilla de adolescentes rebeldes, con el pelo largo, pantalones vaqueros y chaquetones de cuero. La época. Yo iba a leer mis libros muchas tardes al Parque San Telmo. Me sentaba en la terraza del quiosco modernista que aún hoy está en pie. Ellos hablaban todo el tiempo de música, de cantantes que me eran desconocidos -éramos en la práctica dobles entes insulares limitados por el mar-, cantantes internacionales y bandas musicales de moda. "Este tío es un líder", pensaba yo cuando lo veía "mandar" sobre aquella gente joven, atenta siempre a lo que decía el "organizador". De vez en cuanto, aparecía por allí su padre, Eduardo Bautista, un personaje que pasaba por excéntrico en Las Palmas de Gran Canaria; un personaje con patillas, rubio, con entradas en el cabello rubio, que entendió que lo que su hijo estaba formando trascendería en pocos años de la isla y de España. Lo creyó hasta convertirse después en consejero de Los Canarios, un grupo salido de una ciudad atlántica muy pequeña y que triunfó en todo el mundo. Yo seguí mi camino y lo perdía de vista. Estudié mis cursos universitarios en La Laguna y Madrid, y seguí leyendo hasta que vi muy claro que yo quería ser escritor. En los medios salía a cada rato, en titulares de éxito, los correrías musicales de Los Canarios en el mundo entero. Desde Los Ángeles a París; desde Londres hasta Buenos Aires. Pasaron los años y nos volvimos a encontrar en Madrid, cuando yo ya era escritor, siempre en crisis varias, y él director de la SGAE. Ahí volvimos a reanudar la cercanía y la complicidad, hasta el punto de pensar en proyectos juntos, desde una ópera rock de tres horas con toda la música de nuestra generación, hasta la banda de películas de algunas de mis novelas. Nada de eso salió. La época. Lo que se verificó fue un trabajo conjunto que empezó con el proyecto del musical de tres horas, según un guión interminable que yo había escrito con más de 1000 páginas con todos los grandes acontecimientos del mundo que nos había acompañado a nuestra generación (que fue el germen de mi novela Los dioses de sí mismos) y Carlos Villarrubia, ahí sigue de testigo de lo que cuento, escribió algunas letras de canciones que todavía guardo en mis archivos. Sí, Teddy hizo la música de la primera serie de producción internacional que hizo TVE en Canarias, con un guión mío, bajo el título de Canarias en América: el otro Archipiélago.
Y después vino todo: diez años en el silencio, fuera de la circulación, humillado, en boca de cualquiera. Ahora me preguntó si hubo o no conspiración de ciertos poderes para eliminarlo. No sé: multinacionales de la música, ciertos miembros del gobierno de la época, asustados con el poder cultural de Teddy y la SGAE, nuevos intereses surgidos de las nuevas tecnologías y la revolución de las telecomunicaciones. En fin: diez años en el ostracismo, en el descrédito, en el rechazo... Pero nunca se entregó, nunca decayó su lucha. Ahí, en esa batalla, Teddy descubrió el cariño de sus hijos, de su familia y de algunos -muchos, es verdad- de sus amigos de siempre. Cuando nos veíamos a comer, íbamos a un cubano que se llamaba Zara, que primero estuvo muy cerca de la calle Fuencarral y luego, creo, que en la calle Libertad. Triste paradoja: calle Libertad.
Ahora ha quedado demostrado que era inocente. "No tienen nada, Juancho, digan lo que digan. No tienen nada porque no hay nada", me decía cada vez que yo insistía en preguntar cómo iban las cosas. Nunca se resignó, jamás de desesperanzó: era y es fuerte como una roca viva. Ahora, absuelto, ha recuperado toda su alegría, toda la fuerza que nunca perdió. Sí, ¿y qué? El daño ya está hecho: su honra estuvo por los suelos diez años. Diez años estuvo sin honor, sin nada de lo que tuvo. ¿Quién paga eso ahora, quién o quiénes son los culpables, los responsables de esta injusticia? Nadie. Sólo él podrá levantarlo con la fuerza que le caracteriza. Sus más cercanos amigos -sus hijos- y sus amigos fieles de siempre, lo ayudaremos como siempre, si nos necesita. Por mi parte, quiero terminar esta escrito, brindando por el amigo leal y entero. Y quiero decir que su absolución es una de las alegrías más grandes que he tenido y me ha regalado este terrible y maldito año de pandemia.