Cuando me refiero a la lengua española no la llamo nunca castellano. En junio de 1979, y de vez en cuando lo recuerdo, el entonces director de la RAE Dámaso Alonso, poeta y filólogo indiscutibles, clausuró el I Congreso de Escritores de Lengua Española en Las Palmas de Gran Canaria con una conferencia extraordinaria. Dijo entonces que la lengua castellana ya no era exactamente la lengua española; que el castellano era ya un estado de lengua y la denominación de origen de la actual lengua española que, tal vez mañana, se llegaría a llamar hispanoamericano. Fue muy aplaudido por los presentes, porque el poeta y académico no dijo otra cosa más que lo obvio: que el castellano se sigue hablando, con matices, en ciertas partes de Castilla y que lo que se habla y escribe en el resto de la Península, en la América hispana y en otras partes del mundo se llama lengua española, una lengua de frontera, mestiza y cada vez más rica en fuerza y voces, maneras y extensión. En efecto, la lengua llamada hoy castellana que se habla de Despeñaperros para abajo es un hecho de lengua bastante distinto a la que se habla en ciertas partes de Castilla: diferente en fonética, diferente en tono, distinta en modismos sintácticos, en giros lingüísticos y hasta en semántica. Otro tanto sucede en América, donde el español es uno y múltiple y tiene muchas almas, según países y mestizajes, multitud de tonos, según lugares y geografías. Aquel castellano de antaño se ha convertido hoy en una lengua universal que crece en partes del mundo donde nunca se ha hablado y que no ha desaparecido de ningún lugar donde se implantó en un determinado momento histórico. No sirve el caso de Filipinas, donde el español sólo lo hablaba la clase dirigente y altos funcionarios, el resto hablaban su propia lengua, el tagalo, y una lengua híbrida que no terminaba de ser ni una cosa ni otra, el chabacano.
Que en España se llame todavía castellano a lo que hoy es lengua española es un contrasentido político que se mantiene sólo por intereses y lenguaje político. Los nacionalismos periféricos han ido imponiendo, lentamente pero sin pausa, que al español en los textos y la cotidianidad de los documentos públicos, incluidos los medios de comunicación, traten de castellano lo que en el resto del mundo se llama español. En el resto de las lenguas del mundo entero el español se llama español y nunca se llama castellano. En las constituciones oficiales de América, los países que hablan español llama al español como se llama, el español, y no aparece nunca o casi nunca como castellano. Pero España y yo, somos así, señora, y por lo tanto, podemos permitirnos la idiotez de llamar a una cosa que está clara de otra manera, como si fuera un vino, por su denominación de origen; que esa lengua deje ahora, por ley (por política, por concesión a los nacionalistas), de ser vehicular en toda España no sólo es una canallada que provoca estupor y carcajadas de risa en el mundo exterior a España que habla español, sino una imbecilidad a la que ya parecen haberse acostumbrado los "niños" que manejan en Parlamento español, tan desunido como en tiempos de la República española, pero muchísimo más analfabetos que nunca. Baste verlos y oírlos hablar para entender por qué les da lo mismo una cosa que otra, con la estúpida y falsa coartada de la razón de Estado.
Observo con creciente escepticismo los andares de la perrita (la política española) en los últimos tiempos y no soy capaz de reservarme, ni siquiera en este suelto de los miércoles en El Cultural, la decepción que hoy me provoca la política, los políticos, lo que dicen, lo que tartamudean y los contrasentidos y mentiras que se superponen desde el principio al fin de todas las semanas. Conviene con esto tener cuidado porque la gente suele estallar en el momento menos pensado y, de repente, recuperan un olvidado y extraño sentido de la dignidad y a veces pasan cosas que no nos gustan ni siquiera a los que presentimos los desastres.
De modo que jamás digo lengua castellana donde debo decir española. ¿Dónde conviene más, desde el punto de vista político que a la lengua española se le llama castellana? En Euskadi, en Cataluña y en Galicia, los países con lengua propia que también son lenguas españolas desde el punto de vista político, aunque no desde el científico ni lingüístico. Del euskera y del catalán se hizo en tiempos de la inmensión lingüística un mismo problema de lengua y un idéntico problema político. Un error: el euskera es una lengua mucho más primitiva (antigua y primaria) que el catalán, lingüística e históricamente hablando, y no tienen nada que ver el uno con el otro; el euskera es monosilábico (y ahora aglutinante), el catalán es romance, como el español, en origen castellano, y el gallego (familia del portugués). Lo demás es fila política, mentira que se parece a la basura que nos venden aquellos que se dicen nuestros representantes parlamentarios, a los que dios salve su vida por muchos años mientras a nosotros nos coja confesados.