En los años 70 y 80, hasta que salió de la Librería y la Editorial Turner, José Esteban hizo de la trastienda de esa librería un lugar de encuentro de escritores, profesores y políticos; un lugar de encuentro digno de un doctorado, documentado y contrastado. La aventura empezó en el Café Teide, en el Paseo de Recoletos, cuando Manuel Revuelta, José Esteban y el capitán jurídico Arroyo (padre de Manuel Arroyo), tramaron la creación de una editorial y librería que se podría haber llamado "La Pájara pinta" o "Max Estrella". Ambos nombres fueron desechados y se tomó el de Turner, no por el pintor sino porque ese era uno de los apellidos de la madre de Arroyo. José Esteban, ya curtido en el mundo editorial (había fundado y dirigido Ciencia Nueva), venía del mundo político e intelectual, mientras que Arroyo era un corredor de bolsa en una empresa de Enrique Sarasola, "El Pichirri". Todo el mundo conocía a Pepe Esteban y él conocía a todo el mundo, de modo que fue fácil que la trastienda fuera no sólo ese lugar de encuentro que todo el mundo que quiso pudo conocer, sino un sitio para tramar conspiraciones, intercambiar información y hacer amistades peligrosas. Estamos en el tardofranquismo y José Esteban procede del PCE.
En cuento a la editorial, a Esteban se le ocurrió la colección de la novela social; trajo La forja de un rebelde, de Arturo Barea, trajo a Bergamín, trajo a Giménez Caballero; a la trastienda llegaba de vez en cuando Juan Antonio Gaya Nuño, Blas de Otero, Celaya (a quien Esteban editó y publicó en Turner), un arrepentido Dionisio Ridruejo; llegaba la gente del 50 que se acercaba a Madrid, desde Carlos Barral a José María Castellet; llegaba Caballero Bonald, García Hortelano, Juan Benet, y todos los demás, viejos y jóvenes; venía Francisco Ayala, y venía Armando López Salinas, y otros miembros del Partido, Ballesteros y otros muchos. Todos, todos, todos, llegaban a Turner a ver a Pepe Esteban. Si Pepe no estaba, se marchaban, daban una vuelta y cuando regresaban le preguntaban a Aletxu Arroyo (para quien verdaderamente su padre quiso junto a José Esteban y a Rafa Azqueta fundar la librería y que trabajaba en ella desde el principio), si Pepe había llegado. Tragos, conversación libre, amistad, afecto: eso era para todos José Esteban en Turner, durante su dorada época de gran prestigio, los años 70 y 80, hasta que salió José Esteban del "negocio". De los malos recuerdos de la editorial, el lío inmenso con Pierre Villard por la manera oscura que Manuel Arroyo tuvo de actuar en aquellas nefasta ocasión.
Todo lo que escribo aquí, lo he vivido. He visto la relación padre-hijo de Bergamín y Pepe Esteban; he visto como Bergamín le recomendó a Pepe que publicaran en Turner algunos libelos; supe antes de que se publicara que Contra los franceses, sin valor mayor alguno, fue terminado en su escritura por el propio José Esteban, y que los libros de los toros fueron todos iniciativa de Pepe Esteban desde La música callada del toreo. Todo lo que digo deben recordarlo quienes en España inútilmente luchan todavía contra la amnesia nacional y contra la falta de memoria de este pueblo de analfabetos que nos rodea e inquieta; pueblo de iletrados y mentirosos, que inventan cualquier cosa que les guste y colaboran, incluso en los periódicos de los que son adalides, en falsificar la verdad y adjudicar la realidad a quienes en cada momento les conviene. Sic transit gloria mundi.
Un día llegó una conocida escritora a Turner. Venía a ver a José Esteban porque traía unos papeles inéditos muy interesantes; papeles que había podido sonsacar a un académico que los atesoraba en secretos. Eran las cartas de amor de Pardo Bazán y Pérez Galdós. Pepe las editó en Turner, y así conocimos desde la trastienda de Turner la trastienda de los amores del escritor y la escritora, con toda la cursilería del amor y el deseo, y con todo el talento de dos de los más grandes.
Clama al cielo, y en el desierto, quien en España quiere decir y mantener la verdad por encima de la vulgaridad falaz y el invento periodístico. Sorprende que nadie salga a decir en estos tiempos, en los que parece difícil demostrar lo que es evidente, a llamar mentirosos a quienes lo son y cometen una y otra vez, por indocumentados, por malos profesionales y por cinismo irredento, ese pecado que perturba la historia y ofrece y muestra la mentira de las mentiras de nuestra "gloriosa y mítica" historia de España. Los intelectuales no se libran de esa costumbre del embuste, al contrario, muchos la fomentan, alimentan y cultiva, en la vida y en la muerte de cualquiera. Ya lo decía, y lo escribió en su poema Romero solo, el poeta León Felipe: "Para enterrar a los muertos, cualquiera sirve, cualquiera, menos un sepulturero".