Las salas llenas de gente. Tiene que intervenir todos los días la seguridad para poner orden: el aforo. Los demás se quedan fuera: cuatrocientas personas, algunos periodistas. A veces se alborotan. Y la Feria Internacional del Libro de Lima 2019 cumple con un objetivo fundamental a los seis días de su inauguración: ya ha superado ventas de libros, asistencia y éxitos. El año pasado se vendieron 14 millones de dólares en libros y asistieron más de 600.000 personas. Este año, sorprendente y felizmente ya han superado esas cifras: estoy en el corazón del cielo, en el centro mismo de lo que Salazar Bondy llamó Lima la horrible, aunque estoy seguro que hoy Sebastián no estaría de acuerdo ni consigo mismo. Y se emocionaría al ver a la gente joven, universitarios y preuniversitarios, correr para coger su sitio y escuchar a los escritores que están leyendo. Vargas Llosa es la estrella: emociona ver que el prototipo de los jóvenes en el Perú, un país con gran esperanza de futuro, es un escritor. Nosotros, en España, hasta hace poco teníamos como espejo a seguir a un delincuente, Mario Conde, que también es el nombre del policía de los relatos negros de La Habana, las novelas de Leonardo Padura, que está llegando estos días a la Feria de Lima. La gastronomía y la amistad están presentes en todo momento: el seco de cabrito, gran plato que les recomiendo. El ceviche de Panchita: excelente reconstituyente que clama a la euforia de la vida. Sergio Ramírez y Tulita, José Carlos Alvariño (director de la Feria), José Esteban, Alfredo Bryce Echenique (que se empeña en pagar el gran almuerzo cuando ese día es mi cumpleaños, 73 años de día y 20 de noche, 93 años de biografía privilegiada gracias a la vida), Alonso Cueto, Arturo Fontaine y Tamara, celebramos, pues, mi cumpleaños. Me cantan el "cumpleaños feliz", y es verdad: es tan feliz como cumpleaños, rodeado de amigos y amigas del alma.
Hasta ahora no hay ningún incidente negativo que haya que señalar. El hincapié que un determinado diario español ha hecho en la deserción de una poeta menor peruana en protesta porque no había mujeres en la presidencia durante la inauguración de la FIL evidencia mala fe. Sólo ella, nadie casi, y una pituca blanquiñosa que hace teatro mediocre desistieron de ir invitadas a la feria. Miel sobre hojuelas. Los demás, todos los invitados, encantados de la invitación y de conocernos nos divertimos, hablamos sin parar, cantamos, bebemos y hablamos todo el tiempo de literatura: todo esto forma parte de una extraña felicidad, como quien toca el cielo con la mano y juega con la luna. El resultado es fulgurante: la palabra hablada y el libro se unen en una apoteosis que descalifica las profecías del final del libro. ¿Soñamos una vez más con una utopía? Hay aquí dos premios Nobel de Literatura: Vargas Llosa, a quien se dedica la feria, y Mo Yan, el chino. Es un éxito atribuible a la Cámara del Libro, y al equipo de Alvariño y Germán Coronado, los padres de esta patria de papel glorioso donde todo es una luz brillante que nos provoca una felicidad durante estos días, en los que cabalgamos sobre caballos imaginarios, alcoholes, ceviches, secos de cabrito, libros, libros y libros; en un paraíso mandado donde hay una contraseña total: hay que seguir invirtiendo en tres cosas, educación, educación y educación. Y en otras tres: libros, libros y libros, porque por ahí es por donde le entra el agua al coco, por ahí, por la letra impresa es por donde crece la libertad, por donde crece la civilización y el respeto a uno mismo y a los demás.
En la inauguración de la FIL, Vizcarra, el presidente de la República, anuncia a bombo y platillo que el libro en el Perú no tendrá impuestos: IVA cero, como Francia y Colombia. ¿Y nosotros, España, la locomotora editorial del mundo hispano, según los cánones patrios oficiales? ¿Cuándo nosotros? Me asombra que España no haya dado todavía un paso necesario. Aquí, en Perú, la feria se convierte en una fiesta cuando el presidente de la República anuncia la buena nueva. Bebemos por la gloria del libro en el bar del Hotel Los Delfines, donde estamos alojados, en el lujoso barrio de San Isidro. El hombre es libre, la mujer es libre, y viva la librería. Vivan los libros y las librerías. La gente llena la feria, compra ese objeto sacral tan olvidado en tantas ocasiones en España. La gente vive la fiesta de la literatura de una manera asombrosa, nos traen libros para firmar. Asombra que la gente joven sepa tanto de libros, qué maravilla. En uno de los descansos de trabajo, una maestra me pide amorosamente que haga caso a un alumno suyo, que me quiere hacer dos preguntas sobre literatura. Quiere ser periodista. Me pregunta cómo llegué a ser el escritor que soy. Le contesto. Y después me pregunta qué novela le recomiendo que lea de Varas Llosa. "A tu edad", le digo, "debes leer Los cachorros". "No, hombre", me contesta sonriendo, "esa ya la leí hace dos años". Asombroso y esperanzador.