Fue uno de los españoles más importantes del siglo XX. Fue un intelectual sólido, un gran prosista, un pensador e intérprete de su tiempo. Fue un político que llegó a presidente de la II República Española. Fue un tipo tremendo al que el franquismo condenó a la nada hasta conseguir, después de años de desafuero, que mucha gente se creyera que era un monstruo, un criminal que había llevado a la ruina absoluta y a la guerra al pueblo español. De modo que esa es su primera tragedia: no quería la guerra, sabía que iba a perderla y le echaron la culpa unos y otros, unos de perderla y otros de quererla. Otra tragedia: fue la "oveja negra" de su familia burguesa, de Alcalá de Henares, escogió "el camino equivocado" y quiso hacer, entre dos facciones revolucionarias, una reforma que cambiara al país. Era europeísta y sabía que el gran problema de España, frente a Ortega, no era España en sí misma, sino una España fuera de sí y fuera, sobre todo (y por eso estaba fuera de sí), de Europa.
¿Dónde situar hoy a Azaña? Después de leer esta semana algunos de sus textos y asistir en Alcalá de Henares a un conciliábulo de azañistas relevantes que celebraban su memoria a través de sus libros, es evidente que Azaña, y esa es su gran tragedia política en aquel tiempo suyo, estaba a la izquierda del centro político pero en el mismo centro de la izquierda. Situado en medio de dos corrientes revolucionarias, el fascismo internacional y el estalinismo comunista, Azaña fue lo que alguno de los azañistas en esa reunión alcalaína de hace unos días llamó "un presidente bisagra": un presidente al que las izquierdas tildaban de derechista y al que las derechas tildaban de izquierdista. De modo que era un personaje bien pertrechado política e intelectualmente, del que por eso mismo tal vez no se fiaba el gran espectro político de aquella época, en la izquierda y en la derecha.
No estoy tan seguro de lo que dicen muchos analistas: que ya no hay izquierdas ni derechas. Las hay, claro que las hay; en la derecha hay muchas derechas y en la izquierda hay muchas más izquierdas. La tragedia de Azaña entonces fue el drama de muchos españoles de ahora: que están (estamos) situados en la izquierda del centro y en el centro de la izquierda, pero tanto las izquierdas como las derechas sospechan que no son (somos) lo que son (somos), ni están (estamos) donde están (estamos). Allá cada cual con su exégesis.
En la reciente reunión alcalaína se dijo también que Azaña, salta a la vista de la lectura de muchos de sus textos, fue y es un gran escritor, pero que tenía, también como escritor, un grave defecto: fue y era un mal novelista, un "pésimo" (así se dijo) creador literario. ¿En comparación con quién o con quiénes?, habría preguntado yo. Visto y leído lo que hemos visto y leído ya a estas alturas, no podemos decir nosotros que Azaña, al que -dicho sea de paso y en su contra- no le gustaba Galdós, fuera un pésimo novelista. No era, no es, un gran novelista, pero era un gran escritor. Se puede ser las dos cosas, que no son incompatibles, y no pasa nada. Quisiera hacer hincapié en la injusticia que se comete, todavía, con la figura de Azaña, dentro y fuera de la literatura y dentro y fuera de la política. Y entre las jóvenes generaciones, incluso de izquierdistas, todavía es peor: no hay mayor injusticia que el desconocimiento de una figura de esta categoría, más incluso que su falta de reconocimiento.
Alguien, en esa misma reunión, se atrevió a decir, con respecto a Azaña, que en España la injusticia intelectual y literaria era incluso peor y mayor que la injusticia social. No llego a aplaudir esa afirmación, pero entiendo la indignación intelectual de quien la profirió porque éste sigue siendo un país, desde la II República hasta hoy, donde quienes reparten los cánones intelectuales, los rangos literarios y las jerarquías académicas son personajes de opereta, ridículos intelectuales y farsantes que en otro país un poco más sensato no pasarían de maestros de escuela, con todos los respetos posibles para los maestros de escuela. Cuando llegaron los socialistas en el 82 del siglo pasado, todos creíamos en sus promesas intelectuales: la dignificación del profesorado, poner en la más alta escala social a los maestros, buscar la excelencia (ahí está Azaña, en la excelencia) en cada ritmo y forma de la vida. Nada de nada: todo fue un globo hinchado por el carismático Felipe González, que, sí, hizo muchas cosas, pero dejó de hacer otras que eran más importantes incluso que las que hizo. Así se hace la Historia. Y Azaña, una vez más, en sus escritos y en su memoria política, quedó relegado a la categoría de olvidado, fracasado y perdido. Eso sí ha sido un error, un inmenso error. Y una tragedia.