'Syberia: The World Before', amor en la ciudad de los autómatas
El videojuego, que narra las pesquisas de Kate Walker, es la obra póstuma del artista belga Benoît Sokal y su mayor triunfo tras dos décadas en el medio
5 junio, 2022 01:43Después de los acontecimientos de la trilogía anterior (que se resumen en un vídeo, pero que no son fundamentales para seguir la trama), Kate Walker pasa los días en una mina de sal realizando trabajos forzados. Al colapsar un túnel, descubre un tren nazi de la Segunda Guerra Mundial repleto de obras de arte, entre las que se incluye el dibujo de una muchacha que parece su vivo retrato. Tras escapar, en vez de volver a Nueva York, donde su madre acaba de morir, emprende un viaje a la ciudad de Vaghen, enclavada en las faldas de los Alpes, para desentrañar su historia.
Por otro lado, Dana Roze, la chica retratada, trata de sortear los peligros que acechan a su familia en 1937 ante el ascenso imparable de los fascistas mientras pugna por ingresar en la prestigiosa academia de música de la ciudad. Sin embargo, el encuentro fortuito con el guía de una expedición científica en un refugio en las montañas y el estallido de la guerra cambiará su vida para siempre.
Syberia: The World Before sigue a las dos mujeres de forma paralela, saltando entre 2005 y 1937 conforme avanza la historia y Kate va siguiendo el rastro de Dana. El grueso de la trama se desarrolla en Vaghen y sus alrededores, una ciudad ficticia que aúna la majestuosidad de Viena con el encanto gótico de Praga, creando unas estampas preciosistas a partir de sus escenarios: imponentes edificios de piedra adornados con intrincadas escaleras laterales de hierro forjado, plazas comandadas por regios templetes y salpicadas por intrigantes estatuas de bronce y puentes que se abren paso entre las brumas que descienden de las montañas.
Las líneas sinuosas del Art Nouveau se encuentran con la sensibilidad steampunk de sus autómatas, prodigios mecánicos de carácter cotidiano que, entre otros quehaceres, supervisan los lujosos tranvías que conectan los diferentes barrios de la ciudad. Explorar Vaghen es una auténtica delicia a pesar de las cicatrices de la guerra o la posterior transformación turística que se evidencia al cabo de las décadas.
Como aventura gráfica, el juego incluye una serie de puzles que se centran sobre todo en arreglar los enrevesados artefactos de Hans Voralberg. Conllevan una cierta complejidad alambicada, pero son mucho más intuitivos de lo que pudiera parecer a primera vista y algunos resultan especialmente elegantes, como el que requiere descifrar un mensaje en código morse. Sin embargo, son meros aderezos de una narrativa expansiva que mantiene al jugador en vilo con sus misterios.
Misterios y secretos
En el fondo, es una historia de detectives a través del tiempo, con un espíritu romántico, repleta de celos, giros de guion, cierres en falso, revelaciones sorprendentes y auténticos momentos de catarsis dramática. Destila un aroma clásico con personajes candorosos arrastrados por las circunstancias con algunas bienvenidas excepciones como son Leni, la anciana paralítica y héroe de la resistencia con un secreto inconfesable que la llena de amargura, y Frau Junta, fotógrafa extraordinaria y agente doble para la inteligencia británica.
En un nivel inferior del relato, subyace la reflexión personal de Kate tras años vagabundeando por el mundo y rehuyendo la realidad que la espera en Nueva York. Se ve obligada a confrontar las consecuencias que su nomadismo sobrevenido ha tenido sobre las personas de su entorno. El juego lanza preguntas relevantes sobre las tensiones derivadas de la modernidad y la incomprensión de la sociedad a quienes rechazan el encaje en sus rígidas estructuras.
Hacia el final de la aventura, Kate comparte con una antigua amistad de Nueva York su pesar por el daño causado, pero al mismo tiempo su negativa a pedir perdón por vivir en libertad, siguiendo su propio camino y siendo sincera consigo misma, leal a su carácter quijotesco, persiguiendo trenes en marcha para sumergirse en aventuras espontáneas.
Hay aquí un debate interesante sobre responsabilidad personal, madurez rehusada, fantasías autoinfligidas o delirios de grandeza. Benoît Sokal (Bruselas, 1954 - Reims, 2021), que murió hace ahora un año, no aporta soluciones obvias y se empeña en mantener la pertinencia de la dicotomía entre el ser fiel a uno mismo y el deber impuesto. Es una pena que no llegara a presenciar el impacto que su última creación tendría sobre los jugadores, pero como testamento final es inmejorable.