'Senua’s Saga: Hellblade II': dentro de una mente fracturada

En 2017, el estudio afincado en Cambridge Ninja Theory sorprendió al mundo creando un videojuego cuya protagonista padecía un cuadro severo de psicosis, en parte fruto de las brutales experiencias traumáticas a las que fue sometida por un padre abusador.

Senua’s Saga: Hellblade II continúa la historia de Senua, una guerrera picta del siglo X que viaja a Islandia para poner fin a las redadas esclavistas de vikingos que asolan su tierra natal de Orkney.

Tras naufragar en la costa y combatir al jefe de la expedición, le perdona la vida y le obliga a guiarle por una tierra extraña, primigenia, a medio camino entre la fábula y la alegoría, donde las fuerzas de la naturaleza conspiran con gigantes de la mitología nórdica para hacerla fracasar en su misión.

Este segundo capítulo adopta un cariz más épico que el primero, que se centraba en una introspección psicológica para revelar los orígenes del trauma. Hay un conflicto externo patente, con personajes en serios apuros y secretos que revelar.

Sin embargo, volvemos a percibir el mundo a través de sus ojos, con sus alucinaciones geométricas y sus patrones de luces y colores. Escuchamos las voces que resuenan entre los vericuetos de su mente. Las furias están siempre al acecho, poniendo voz a sus dudas e inseguridades. También el timbre gutural de su padre, su principal torturador. A veces más lejos, a veces más cerca. Van y vienen, pero nunca se callan. Es agotador. Es asfixiante.

Es la realidad constante de los que padecen psicosis, recreada gracias a un meticuloso diseño binaural de sonido obra del español David García Díaz que luce en todo su esplendor al jugarlo con auriculares. Senua’s Saga consigue establecerse como un nuevo estándar en fidelidad visual, difuminando las ya porosas fronteras entre cine y videojuegos.

Los escenarios islandeses, capturados a través de fotogametría, se muestran con un nivel de detalle documental, un entorno inhóspito de agua y fuego que acompasa una experiencia visceral, con fases de combate inspiradas en las secuencias más intensas de The Northman, de Robert Eggers, y el episodio de ‘La batalla de los bastardos’ de Juego de Tronos.

Si algo se le puede echar en cara es que sigue muy de cerca el formato establecido en el primero y que el final se antoja apresurado, con un clímax sobrevenido que sufre la ausencia de una gran confrontación con un gigante para clausurar la aventura como sí sucede en los dos actos anteriores. Es un título arriesgado, con una personalidad arrolladora que lo vuelve imprescindible.