En 1952 Eduardo Chillida vislumbra un gran futuro escultórico en la carrera de Pablo Palazuelo: “Harás esculturas extraordinarias sin tener que ver con tu pintura, ya que serán muy esculturas, dirán como tus cuadros lo que tú quieres”. Años más tarde, en 1964, el escultor vasco visita Cuenca, donde un grupo de jóvenes está poniendo en marcha el Museo Abstracto de la ciudad. Lo hace acompañado de Louis Clayeux, director de la galería Maeght entre 1948 y 1964. Durante aquella visita Palazuelo le enseña una pequeña escultura hecha con el barro del pozo de su casa pero Clayeux le dice que no quiere “esculturas hechas por artistas”.
Estas palabras hacen que el creador madrileño sienta una especie de fracaso en su trayectoria: “Me disgusté bastante”, confesó entonces. Esta piedra en su camino lo aparta de la escultura durante un tiempo. No obstante, en 1962 Palazuelo recibe un encargo del mecenas Juan Huarte que consiste en una serie de esculturas para el interior de la empresa Hisa. Este encargo hace que retome el pulso de la escultura y a partir de 1967 “decide llevar a la realidad todas las maquetas que había hecho”, recuerda Alfonso de la Torre, comisario de Ensoñación de la materia, exposición que reúne en las instalaciones de la bodega Cvne (Haro, La Rioja) una serie de esculturas de gran formato que dialogan con una veintena de obras que recorren parte de su trayectoria.
Años más tarde, con el paso del tiempo y los caprichos del azar, aquella escultura titulada Ascendente consigue disfrutar de una nueva oportunidad. En 1977 la galería Maeght de Barcelona dedica al artista madrileño una exposición y para ella crea una edición de seis ejemplares en bronce de aquella pequeña pieza. Por supuesto, se venden todas y el escultor se quita la china que lleva años en su zapato. Este hito en su trayectoria es bautizado por Claude Esteban como “el segundo nacimiento de Palazuelo”.
De las líneas rectas a las curvas
Ensoñación de la materia es la cuarta exposición que se celebra en las bodegas Cvne, empresa vinícola que apuesta por el arte. La primera estuvo protagonizada, precisamente, por Chillida (2014), exposición a la que le siguieron Cristina Iglesias (2015) y Anthony Caro (2016). La pandemia dio al traste con sus planes pero pasados los peores momentos de la covid los responsables retoman un proyecto que busca hacerse un hueco en el calendario artístico anual.
Instalada en su mayoría en una de las salas polivalentes de la centenaria bodega, la muestra reúne una treintena de obras. Se trata de piezas monumentales en las que el artista indaga en torno a los signos, las líneas y los planos. De esta manera, las pinturas dialogan con una serie de esculturas que podrían ser la traducción de los lienzos al espacio físico. Así es, al menos, como lo definía el propio artista.
En total, 12 esculturas realizadas en acero corten de los 90, 20 lienzos fechados a partir de los años 70 y una entrevista realizada por Pierre Dumayet en esa misma década que se proyecta en una pequeña televisión situada en una esquina de la sala. El recorrido arranca desde la pared izquierda, donde cuelgan las pinturas más tempranas de la exposición y que están protagonizadas por sus particulares líneas rectas. De ellas se desprenden las nociones de arquitectura que Palazuelo obtiene de sus estudios arquitectónicos que empieza en Madrid y amplía en Oxford (de allí tiene que regresar con el estallido de la guerra civil).
Algunas de estos trabajos hablan “de redes, de la construcción de las líneas y las formas”, avanza de la Torre. “Palazuelo trabaja con líneas rectas la mayor parte de su trayectoria pero al final traza líneas circulares y curvas. Es uno de los pocos artistas que se complican en los últimos momentos de su vida”, comenta el comisario en alusión a algunas de las pinturas que se ven en la pared derecha y que pertenecen a sus últimos años. En ocasiones, sus piezas muestran la mano del pintor y es que el artista “quería que su geometría fuera sensible, que se viera la mano que la ejecuta”. El centro de la sala está ocupada por las esculturas, también de gran tamaño, que trabaja no fundiendo sino usando la técnica del plegado.
Palazuelo y la naturaleza
Si bien la mayoría de las obras se pueden ver en la nave 2 de la bodega, una pequeña selección de ellas si disponen al aire libre. Esta decisión tiene, por supuesto, una conexión con el imaginario palazuelino y es que “su obra no se puede desligar de la naturaleza”. Palazuelo, una de las figuras clave de la pintura abstracta del siglo XX español y artista que conocía la alquimia, la ciencia, la poesía y la física, otorgaba a la naturaleza un papel esencial: “Para Palazuelo esta formaba parte del tejido de la forma. Decía que la forma siempre estaba ahí y que era ella quien lo encontraba a él”, apunta Alfonso de la Torre.
La elección del gran formato, idea del propio comisario, responde a que “hay pocos escultores monumentales de la posguerra”. De hecho, no siempre cultiva obras de gran tamaño. “Durante sus años en París emplea el pequeño formato y es a partir de los 90 cuando se adentra en los tamaños grandes”, apunta De la Torre. Este nuevo rumbo en su obra tiene origen en la exposición que la galerista Soledad Lorenzo le dedica en 1991 y en la que la escultura tiene un peso protagonista. Desde entonces, el pequeño formato lo cultiva en el dibujo (la fundación cuenta en su colección con cerca de 3.000 dibujos).
Esta fertilidad creativa responde al aislamiento al que se somete voluntariamente en Francia, donde reside durante casi dos décadas. Para Alfonso de la Torre, su obra siguen siendo "energética”. Sus formas, añade, siguen generando nuevas figuras en la obra de artistas de generaciones más jóvenes”.