No es el de Alberto Peral (Santurce, 1966) uno de esos nombres que estamos acostumbrados a encontrarnos en todas partes. No se trata de un artista fácil de clasificar o situar, sino más bien de un artista “de umbral”, de los que “eluden las clasificaciones reduccionistas y prefieren la ubicuidad, los juegos de transición en el heterogéneo escenario del arte contemporáneo”. Así lo describía el comisario y crítico Manel Clot con motivo de Travessies liminars. Arteleku Zeharbideak, una exposición que reunía en 1994 en La Capella de Barcelona a 11 artistas adscritos a Arteleku, entre quienes por supuesto estaba él.
Han pasado casi treinta años desde la llegada de Peral a Barcelona, donde reside y regenta el espacio independiente Halfhouse junto con la artista Sinéad Spelman. Treinta años en los que su trabajo se ha ido depurando formalmente desde una estrecha correspondencia con la figura humana hacia un análisis más interesado en la forma, y en los que ha trabajado también con otros medios como el vídeo o la fotografía, pero siempre desde una mirada de escultor.
Su último proyecto, Redonda redonda, en la planta baja del Centro de Arte Tecla Sala (Hospitalet), se presenta como una muestra antológica que, aunque plantea un análisis de treinta años de pensamiento escultórico, lo aborda de un modo muy poco ortodoxo. Y es que acostumbrados a recorrer tediosas retrospectivas en las que, quizás por la incapacidad de repensarlo desde el momento actual, todo lo viejo reaparece desactivado.
Aquí el ejercicio llevado a cabo por Peral y el comisario y artista Jorge Satorre ha querido crear un diálogo entre una serie de nuevas producciones, que han sido en su mayoría encastradas en los muros de la sala, y que dialogan con seis piezas de otros períodos, trazando una sutil línea cronológica que se inicia en 1994. A ese año pertenece una de las dos cabezas de nadador que se incluyen, y que supusieron entonces la llave del cambio en su escultura, estableciendo una articulación entre lo anterior y lo que vendría después.
Redonda redonda recuerda a algunos montajes realizados por Peral en los últimos años, al de la individual Nudos, en la Fundación Suñol (2015), a Mitad, en la galería Ana Mas Projects (2017) o a Abertura, en la galería Alegría (2019), y estos se entienden de pronto como un banco de pruebas para esta exposición que roza lo sublime. Muros que se abren y que muestran su interior para permitir el paso del espectador, para ser peana de alguna escultura, para ser atravesados por ellas, para abrigarlas como parte del mismo muro o simplemente para ampliar los campos de visión.
El recorrido está plagado de recovecos y puntos de vista que articulan una exposición en la que la imagen de sí misma, confirmando un viejo anhelo de Peral, mejora incluso la calidad de las piezas. “Me ayuda mucho la fotografía a hacer escultura. Porque la escultura es un ser que necesita un entorno y en fotografía tú creas ese entorno. Se suman aspectos de la escultura, cosas propias de la imagen, cosas que siempre han interesado en la pintura. En Roma las esculturas están siempre dentro de un conjunto. Me interesa que las piezas sean menos irreales, incluso más narrativas; me gustaría que la fotografía enriqueciese mi escultura”, asumía ya en 1995, recién llegado de la Academia de España en Roma, donde había comenzado a trabajar en ese medio, seducido por los contextos que rodeaban la estatuaria clásica en aquella ciudad. Y quizás como guiño irónico a esa cuestión, una de las fotografías de ese período, realizada en las ruinas de Ampurias, se halla semioculta tras una de las columnas de la sala.
Redonda redonda transmite a la perfección la escala humana que continúa afectando el trabajo de Alberto Peral. Porque, aunque su investigación haya derivado en esa búsqueda formal que analizada de un modo superficial podría despistar, en ella existe algo que nos es familiar, que nos conecta de un modo muy físico con los volúmenes y con las grietas que surgen sobre la arquitectura del propio espacio.
Escribía José Luis Brea en 1996 en las páginas de Artforum, a propósito del concepto de autoproducción en el trabajo de Peral: “Lo consigue de forma mágica, inquietante y seductora, arrastrando al espectador al corazón de una experiencia oscuramente telúrica, incluso religiosa”. Y no puedo estar más de acuerdo. Recorrer esta exposición resulta emocionante.