"Tengo 31 años y aún no he hecho nada", escribió Marcel Proust a Robert de Montesquiou en una carta que, desde este jueves, 16 de diciembre, se puede ver en una excepcional exposición en torno a su obra y su universo en el Museo Carnavalet de Historia de París. En la misiva, Proust, entonces un joven diletante muy en el espíritu de la sofisticada Belle Époque, le cuenta a su colega escritor su vida mundana consagrada a veladas con artistas y aristócratas, que luego reseñaba en el periódico Le Figaro.
Pasarían siete años antes de que comenzase a escribir En busca del tiempo perdido, una de las cumbres de la literatura del siglo XX. La obra, en la que trabajó durante 14 años, desde 1908 hasta su muerte, consta de siete volúmenes, que abarcan 3.200 páginas. La historia principal la cuenta el narrador, un joven parisino, alter ego de Proust, quien, como él, quiere ser escritor, pero su anhelo se extravía porque pasa la mayor parte de su tiempo socializando ociosamente y buscando infructuosamente el amor romántico, hasta que cientos de páginas después se convierte en lo que él pensaba que no estaba destinado a ser: un gran escritor. Una obra monumental que haría del propio Proust, Marcel-Valentin-Louis-Eugène-Georges Proust (1871-1922), uno de los más grandes literatos.
Este año 2021 se ha celebrado el 150.º aniversario de su nacimiento, y en 2022, el centenario de su fallecimiento. El Museo de Carnavalet, que en junio reabrió sus puertas tras cuatro años de renovación ofreciendo una historia completa de París, desde la Edad Media hasta el siglo XXI, conmemora ambas efemérides en Marcel Proust, una novela parisina, una exposición cuyo foco principal es la relación del escritor con París, donde pasó la mayor parte de su vida. La ciudad fue decisiva en el despertar de su vocación literaria, en el fortalecimiento de su personalidad estética y en su descubrimiento de los círculos artísticos y sociales, que luego trasladaría a la ficción en su novela En busca del tiempo perdido.
"Es una exposición que hemos tardado cuatro años en realizar", señala Valérie Guillaume, directora del Museo Carnavalet. "La muestra evoca el universo parisino de Marcel Proust, en ese espacio de transición que es la literatura, a caballo entre la realidad y la invención".
De hecho, el gran reto era cómo traducir la arquitectura de la novela, y las claves del universo Proust, esto es, la importancia de la memoria y del paso del tiempo, en una exposición. “Lo hemos conseguido”, prosigue la directora, “con la ayuda de un comité científico de expertos de Proust, con quienes hemos identificado las 280 obras que componen la muestra”. Pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, maquetas arquitectónicas, objetos del propio Proust, complementos de moda, vestuario que describe en su obra, además de manuscritos y documentos de colecciones públicas y privadas, tanto francesas como extranjeras.
De igual manera, la importancia del paso del tiempo, el flujo de la conciencia y la exploración de la memoria se representan también con numerosos extractos tomados de archivos, adaptaciones cinematográficas, grabaciones de sonido y música de Wagner, Ravel, Debussy, Frank, Saint-Säens, o Schubert. La música, en Marcel Proust, también jugó un papel muy similar al de su famosa magdalena: el de un estímulo sensorial que suscita en la memoria una cosmogonía de recuerdos y evocaciones.
La comisaria técnica de la exposición, Anne-Laure Sol, matiza: “La exposición es un viaje real y ficticio por la historia del París desde la Belle Époque hasta después de la primera Guerra Mundial, el periodo de tiempo en el que transcurre la obra magna de Proust”. Y desvela cómo la muestra aclara muchos aspectos en torno al escritor y su obra: “Cuando se habla de En busca del tiempo perdido, se la relaciona automáticamente con Normandía y con Venecia, y quizás no tanto con París, y eso es precisamente lo que hacemos en esta exposición”.
Por otra parte, se subraya la vertiente modernista del escritor: “Siempre se ha pensado en Proust como un escritor heredero de la novela del XIX, pero fue también un hombre del siglo XX y de gran modernidad”, dilucida Sol. "La exposición muestra igualmente ese artista a caballo entre dos siglos que también admiraba a Jean Cocteau, a los Ballets rusos de Diáguilev, y que se interesaba por Picasso, a pesar de reconocer que no entendía nada de su obra”.
El París real y el París ficticio
La muestra está dividida en dos secciones. La primera explora el París real de Marcel Proust, cuya existencia transcurrió en el corazón de un espacio muy pequeño, un cuadrilátero que va desde Auteuil (donde nació) al Bois de Boulogne, del Parc Monceau a la Place de la Concorde, hasta Étoile. La muestra va mostrando a través de fotografías, pinturas, música y manuscritos los siete domicilios donde vivió el escritor. El gran giro de su vida ocurrió cuando fallecieron sus padres, con los que vivió hasta los 37 años, y se trasladó a los barrios de Haussmann frecuentados por la aristocracia y la clase media alta financiera, industrial y cultural.
La segunda parte se centra en el París ficticio creado por Marcel Proust, evocando lugares emblemáticos de la ciudad a través de los personajes centrales de En busca del tiempo perdido. “El visitante descubrirá la transformación radical ocurrida en los 50 años de la vida de Proust, desde la urbanización de la capital con las grandes obras de Haussmann a las Exposiciones Universales que la convirtieron en la ciudad de la luz, hasta el París moderno con electricidad, coches, restaurantes... “Uno de los objetivos principales de la muestra es hacer más comprensible y accesible la compleja obra de Proust, de manera que no resulte tan imponente”, señala Valérie Guillaume, directora del Museo Carnavalet. Para lograr esa mejor comprensión se han creado, entre otros, mapas con diversos recorridos que van examinando esa transformación de París, mapas con los lugares habituales que Proust frecuentaba: los cafés, los museos, las óperas o los restaurantes donde cenaba. Uno de los mapas más singulares es el que muestra la selección de los personajes principales de En Busca del tiempo perdido, donde vivían y donde transcurrían sus existencias.
Relación con los impresionistas
La sofisticación cultural del París de Proust, así como su mundo sensorial y artístico, se traduce magníficamente, primero a través de su relación con los pintores impresionistas, con quienes tenía una afinidad de estilo, especialmente con Claude Monet, a quien consideraba un genio. De hecho, en su gran novela Proust plasmó, a través de los personajes de ficción, sus ideas acerca del arte y de la política. Bergotte era escritor; Vinteuil, músico; mientras que Elstir representa el arquetipo del gran pintor moderno, de estilo impresionista. Esta relación en la muestra se plasma a través de una selección de pinturas de los maestros impresionistas; en este sentido, destacan la Gare de Saint-Lazare de Monet, La avenida de la ópera de Pissarro o plazas famosas como la de La Concorde, pintada por el postimpresionista Henri Le Sidaner. Además, se incluyen óleos claves de otras escuelas modernistas que representan paisajes de las grandes avenidas del París moderno, y de felices veladas en las lujosas residencias, realizados por artistas como René-Xavier Prinet. Lo completan fotografías de la época de la vida de Proust y de la ciudad, así como escenas y carteles del hotel Ritz en Place Vendôme, recién inaugurado. Marcel Proust se inspiró particularmente en los personajes de la aristocracia y de la clientela exclusiva y habitual del Ritz para crear sus personajes de ficción en En busca del tiempo perdido.
“Hasta 1903, Proust recibía invitados en casa de sus padres, que le permitían organizar grandes veladas, pero a partir de la muerte de su madre en 1906, a la que estaba muy unido, casi todas sus cenas las celebraba en un salón privado del Ritz, hoy llamado el Salón Proust”, explica la comisaria. En el Ritz se sentía, en las propias palabras del escritor, “como en mi propia casa, sobre todo por la gentileza del personal tan complaciente… Hasta me siento menos cansado”. De gustos culinarios sencillos, siempre tomaba pollo asado, lenguado al limón y helados de chocolate y frambuesa. Le encantaba la cerveza Ritz helada que el maître Olivier le llevaba cuando no salía de su casa. Ilustra este apego al Ritz otra nota en la exposición que escribió al chef del hotel en 1909, y que decía: "Ojalá mi estilo de escritura fuera tan brillante, tan claro como tu gelatina".
La cama de Proust, laboratorio literario
A partir de los 48 años, a causa de la frágil salud que Proust padecía desde su infancia, vivía prácticamente recluido en su apartamento, aunque recibía muchas visitas. El punto central de la exposición son, de hecho, las dos salas con mobiliario y objetos de su universo más íntimo, incluida la cama donde escribió En busca del tiempo perdido, conservada en el Museo Carnavalet, y donada por la hija de su bibliógrafo. “En vez de un habitual despacho, su cama era el verdadero laboratorio de su creación literaria”, señala Anne-Laure Sol, que añade: “Es muy emotivo porque, aunque se cambió de apartamento, siempre guardó el mobiliario de sus padres. Junto al mobiliario se exhiben objetos como el famoso abrigo de piel que utilizaba como manta cuando escribía, el bastón con el que salía a la calle o su reloj, verdadero símbolo del tiempo perdido.
Como no podría ser menos, la exposición dedica una sección al universo de la moda, tan detallado por el narrador de En busca del tiempo perdido. Destacan los trajes de Mariano Fortuny, a quien Proust admiraba y con cuyas creaciones vestía a su personaje Albertine.
El contraste del Proust mundano y exquisito, tal y como reflejan sus cartas, sus notas o su famoso retrato en el que aparece como un joven elegantísimo pintado por Jacques-Émile Blanche, y el Proust casi austero de la intimidad de sus aposentos es enorme, y así lo explica la comisaria: “En realidad, Proust tenía una mente muy refinada, intelectualmente muy sutil, pero no daba importancia al aspecto material ni al dinero, quizás porque provenía de una familia con medios y había heredado, en términos actuales, un capital de alrededor de 6 millones de euros". La exposición también incluye fotografías de Proust joven, con sus amigos jugando al tenis, hasta una fotografía en su lecho de muerte realizada por Man Ray.
En 1913 Marcel Proust publicó Por el camino de Swann, el primero de los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido. En 1919 recibió el Prix Goncourt por la segunda parte de la obra, titulada A la sombra de las muchachas en flor. Por entonces ya tiene trazado el esquema de toda su obra y teme que no llegue a culminarla por su frágil salud. Por ello pasará los últimos tres años de su vida encerrado escribiendo los últimos cinco volúmenes de su gran obra literaria, que componen el magno fresco de toda una época. Escribía por la noche, con las paredes recubiertas de corcho para aislarse del ruido y estar más tranquilo, y dormía durante el día.
Murió a los 51 años, antes de poder completar la revisión de los borradores y pruebas de los últimos volúmenes. Los tres últimos fueron publicados póstumamente y editados por su hermano, Robert.
La exposición acaba con un cuadro de una gran avenida de París pintado por Gustave Caillebotte, el gran pintor de la vida urbana de finales del siglo XIX, que nos recuerda el pasaje de la novela en la que el narrador pasea por París, acordándose de Venecia acompañado por la princesa de Guermantes, que finalmente le hace entender su vocación de escritor.
Paralelamente, se llevará a cabo una exposición especial en las colecciones permanentes con el título Anna de Noailles, la sombra de los días, para introducir al visitante en el mundo creativo de la poeta, una de las grandes amigas de Marcel Proust. Él solía recibirla con sus amigos en el domicilio de sus padres, y también cenaban en el Ritz con ella; luego aparecería en su novela como princesa oriental. Ante todo era un ferviente admirador de su obra y de hecho mantuvieron una extensa correspondencia a lo largo de su vida. Su habitación, que fue donada al museo Carnavalet a finales de la década de 1970, será reconstruida, al lado de libros dedicados por Proust, cartas y óleos tan importantes como el retrato que le realizó Philip de László.
La exposición del Museo Carnavalet será la primera de un conjunto de homenajes al escritor. El otoño próximo la Biblioteca Nacional de París llevará a cabo una muestra centrada en su literatura. El Museo Judío de París dedicará otra a su relación con su madre, de origen judío. Otra muestra tendrá lugar en la Villa de Combray, donde transcurre el legendario comienzo de Por el Camino de Swann. "Los inmutables aniversarios invitan a renovar el homenaje de los sentimientos constantes", escribió Marcel Proust, y para renovar nuestras emociones habrá muchas ocasiones a lo largo de 2022.