Vibrar, recordar y poner en entretela
El arte textil viene pisando fuerte. El CAAC de Sevilla reúne en 'Textiles instalativos' los trabajos de seis mujeres de distintas generaciones y revisa los rasgos principales de esta tradición artística feminista
6 diciembre, 2021 05:54El denominado Fiber Art viene pisando fuerte últimamente también en nuestro país. Tras la celebración hace dos años de la Bienal Internacional de Arte Textil Contemporáneo en Madrid, asistimos a numerosas exposiciones colectivas en variados museos, al reconocimiento de históricas como Aurèlia Muñoz y Teresa Lanceta; y, por fin, a la presencia y diseminación de lo textil en el sistema artístico de primer nivel, como en las últimas ediciones de la feria ARCO a cargo de artistas que no solo utilizan este medio.
Es obvio que esta inserción hunde sus raíces en las reivindicaciones feministas de los años 70 en pro de la revalorización de labores asignadas culturalmente a las mujeres, excluidas como productoras de la alta cultura, como subrayó Roszika Parker en La puntada subversiva. Todas ellas se sumarían entonces a la reclamación conceptual de la utilización de medios y elementos domésticos, artesanales e industriales en el arte, sin que esta confluencia fuera reconocida por el mainstream durante décadas. Esto, sin embargo, no impidió el aluvión de propuestas, hasta formar una frondosa tradición, que medio siglo después se pretende asimilar (encasillar, incluir en el relato) de pleno derecho en el arte contemporáneo.
Los grandes telones de colores calados de la nave de la iglesia, son una de las experiencias más impactantes
Desde una perspectiva focalizada en las propias resonancias barrocas y coloniales del Monasterio de la Cartuja sevillana donde Colón fue enterrado, zona monumental del CAAC, la exposición Textiles instalativos. Del medio al lugar pone el acento en algunos rasgos primordiales de esta tradición artística feminista: su vinculación con tejidos y coloridos precolombinos, la revalorización formalista como investigación combinatoria inseparable de una ética de los cuidados y una muy aquilatada tensión entre textil, pintura y escultura. Todo esto se plasma en once instalaciones, la mayoría en formato monumental, donde luz y las sombras acaban de colmar su carácter teatral, entre los bellos elementos decorativos de este espacio que también fue fábrica de cerámica en el siglo XIX. El hilo oculto entre esta prolija tradición queda pespunteado por seis artistas de sucesivas generaciones, que ocupan las diversas estancias, al margen de un relato cronológico, puesto que lo que prima aquí es el lugar.
La estadounidense Pae White y la española Belén Rodríguez protagonizan un interesante contraposto neobarrroco y neocolonial en torno a la comida y su carestía: White (Pasadena, 1963) con una luminosa instalación sobre la fast food de ida y vuelta en amarillo y rojo (mostaza y kétchup) en la Capilla de Afuera, donde se daba de comer a los “menesterosos”. Por el contrario, todo es tenebroso y desteñido en la extendida “escalera de Jacob” de Belén Rodríguez (Valladolid, 1981) en el antiguo Refectorio, donde los monjes mientras almorzaban, escuchaban narraciones bíblicas. También el mecanismo mágico del juguete escalera de Jacob alude a las combinaciones inesperadas de tejidos en la pieza Donde el cambio es la única constante de la tejedora guatemalteca Hellen Ascoli (Ciudad de Guatemala, 1984), educadora afincada en Wisconsin y centrada en la transmisión generacional de técnicas textiles que atraviesan la dicotomía entre mente y cuerpo.
Comparte esa raíz precolombina con la joven Ascoli la veterana estadounidense Sheila Hicks (Nebraska, 1934), alumna de Anni Albers, que durante años visitó Latinoamérica hasta impregnarse de su vivo colorido todavía hoy en sus grandes instalaciones aclamadas en la Bienal de Venecia y ahora en la Capilla de Santa Ana.
Con todo, es en la nave de la propia iglesia donde se encuentran las experiencias más impactantes. Si todas y cada una de las instalaciones han de recorrerse y rodearse, con la cercanía háptica de nuestro trato cotidiano con lo textil, merece destacarse el juego entre los grandes telones de colores calados de círculos hasta componer la estructura del diafragma de un objetivo de cámara fotográfica, colgados en la nave, de la alemana afincada en París Ulla von Brandenburg (Karlsruhe, 1974) a quien recientemente se dio carta blanca en el Palais de Tokyo. Esta apabullante eclosión teatral para cambiar nuestro punto de vista con un medio como la tela –“material barato, fácil de modular, nómada”– contrasta con la severidad constructiva en el altar de la italiana Paola Besana (Breno, 1935 - Milán, 2021), que atravesó toda la industria textil sin dejar de investigar procesos y combinatorias que llevan al extremo emociones abstractas. Poco conocida hasta ahora en el medio artístico, aporta una nota original e inolvidable en esta exposición.