Vista de sala

Galería Max Estrella. Santo Tomé, 6. Madrid. Hasta el 5 de diciembre. De 600 a 15.000 €

Hay talentos creativos de diversas clases: artistas que destacan por su capacidad imaginativa o narrativa, por su lucidez analítica o crítica, por su potencia icónica, por su arrastre emocional o social… Hisae Ikenaga (México, 1977) tiene, a espuertas, el talento objetual y el talento para generar formas rotundas a partir de materiales a mano. Pero, a pesar de que atravesó con honores la etapa de artista emergente y de que ha tenido algunas buenas oportunidades de lucirse en espacios institucionales, no me parece que esté lo suficientemente valorada, quizá por las estrecheces de nuestro sistema artístico, quizá por no ser hombre, quizá por no ser de ninguna parte. Ikenaga, de origen japonés, maduró como artista en España, vive en la actualidad en Francia (Metz) y conserva de México esa facilidad para transformar y trascender las cosas. Buena parte de su trabajo ha consistido en desfigurar muebles. Sus métodos se sitúan en la estela de la tradición del assamblage o escultura de ensamblaje, que hizo furor en los años sesenta y se ha mantenido más o menos viva a lo largo de las décadas, pero evitan por lo general las acumulaciones caóticas, el brutalismo, para alcanzar una especie de exactitud que nos hace sentir que es precisamente así y no de ninguna otra manera como las piezas y los objetos debían unirse para transmutarse en arte.



En series anteriores había jugado con las piezas de los muebles que nos hemos acostumbrado a montar en casa (todos somos ensambladores), haciendo disfuncional lo funcional, bizarro lo familiar. En esta primera exposición en Max Estrella presenta obras inspiradas en el mobiliario con estructura tubular que inventó el diseñador de la Bauhaus Marcel Breuer y que se popularizó en los setenta. Utilizando piezas de una fábrica de sillas de este tipo, ha creado "cuadros", o más bien bajorrelieves, que combinan las líneas tubulares de acero con planos de color que son recortes de tableros laminados, maderas o falso cuero. En cada uno de ellos encontramos un Sutil olvido (título de la muestra): una herramienta de montaje o un objeto doméstico que señalizan el camino del taller a la casa, y viceversa. También incluye la muestra una estupenda escultura de gran tamaño que, con similar procedimiento constructivo, practica el "dibujo en el espacio" y tiene algo de circuito inoperante fuera de la operatividad estética. Es una pena que no se hayan incluido más obras como ésta. La galería ha inaugurado con Mikel R. Nieto un espacio de proyectos, en su sala del fondo; una buena idea que enriquece su oferta pero que, en este caso, recorta erradamente el empaque de la exposición principal.



No siempre es el trabajo de Hisae Ikenaga así de abstracto y pulcro. Sus magníficas intervenciones en la colectiva Ocho cuestiones espacialmente extraordinarias, en Tabacalera, incorporaban un denso fondo de memoria y de oscuridad, y su reciente instalación en la basílica de Saint-Vincent, en Metz, un bestiario a tamaño natural "empaquetado" (busquen las imágenes), sorprendía con una deriva figurativa y simbólica que no conocíamos. Si bien inapelable en la forma y en el concepto, la serie que podemos ver ahora dará un poco de frío a los no entusiastas de lo geométrico y lo constructivo. O del diseño. Pero ahí sigue ese gran talento transformador de las cosas.



@ElenaVozmediano