Ugo Rondinone: Stars, 2009
Desde su importante exposición en el MUSAC de León, ahora hace seis años, apenas se había visto obra de Ugo Rondinone (Brunnen, Suiza, 1964) en España, a pesar de ser uno de los artistas suizos más reconocidos de las últimas décadas, junto a Thomas Hirschhorn, Pipilotti Rist, o Urs Fischer, con el que compartió pabellón en la Bienal de Venecia de 2007, y estar representado por algunas de las galerías más potentes del sector. En esta ocasión, la muestra en La Caja Negra de Madrid no puede calificarse como grande, en el sentido literal del término, o espectacular, como resultan algunas de las instalaciones del artista (sólo hay que pensar en esos arcoíris con un mensaje ambiguo que colocaba en la puerta de algunos museos o los bosques de olivos a tamaño real que pueblan muchas de sus exposiciones), sino que resulta íntima, porque está dedicada a sus series de grabados, un trabajo más modesto, no demasiado conocido, que le ha facilitado concentrarse en algunas de sus obsesiones, subrayando su interés por ciertos asuntos y estrategias, y le ha posibilitado experimentar, ya que es un medio que no había explotado antes.La serie más reciente es Windows (2015), realizada en paralelo a esas obras en las que rehace y colorea muros, puertas y ventanas, quizás los de su estudio o puede que los de su dormitorio cuando era niño, y recoloca, transformándolos de algún modo en pintura, en las salas de exposición. Son grabados que modifican el espacio, lo alteran rompiendo con la idea de lo que se cree fuera y lo que está dentro, con esa frontera que una y otra vez se demuestra tan débil porque sólo está en la posición del que mira. Estas ventanas no permiten asomarse, moverse hacia fuera, sino sólo hacia lo interior, hacia otro tiempo que está en los recuerdos. Sin embargo, y a pesar de lo que él mismo ha dicho, no se trata de una obra inocente, naïve, sino que su perversa nostalgia y ese colorido a veces chillón es una puesta en abismo de la propia historia del arte, o, más concretamente, de la de la pintura: desde la famosísima ventana albertiana, que construyó el modo de mirar alrededor en Occidente, hasta la serialización warholiana, pasando por los trampantojos barrocos, los fondos en fuga neoclásicos, los balcones románticos e impresionistas, los paisajes desde el interior cubistas, las cristaleras canceladas de Duchamp y los ejercicios de color del maestro de la Bauhaus, Josef Albers.
Son ventanas que se multiplican en progresión geométrica haciéndose infinitas, como cientos, miles, millones de estrellas contienen las constelaciones de Stars (2009). Se trata de una serie de litografías que vuelven sobre un tema que ha tratado en pintura, son salpicaduras con algo de azar, automáticas, que se transforman en fantasiosos cielos estrellados; esos cielos que ya no se pueden ver en la ciudad y que sólo están en la memoria de las noches de verano pasadas al ras. Rondinone, melancólico otra vez, se aproxima en sus estrategias a lo poético, como demuestran literalmente las xilografías de Poems (2009), que contienen versos breves que hablan de lo cotidiano, y en las que destaca la confusión entre técnica y fondo, entre los bloques de madera utilizados para grabar y las vetas sobre las que están escritas esas particulares declaraciones de amor en las que se confunden los sujetos, yo y él, pero también tú. Finalmente el que lee y mira.