La traversée de la vie, 2015 (detalle)
Con ocasión del Premio Julio González que el IVAM viene otorgando desde 1989, tenemos la oportunidad de exponernos a una experiencia del Boltanski esencial. Christian Boltanski (París, 1944) es el artista de la muerte -¿hay algún tema atemporal más importante?-, y de la pérdida y la desaparición -¿puede haber otro más actual y urgente?Traumatizado desde su infancia por la Shoah, la catástrofe de la aniquilación judía en Europa, sus obras encarnan todas los horrores sucedidos después, de Sarajevo a la crisis migratoria a la que asistimos ahora, entre la perplejidad, la indiferencia y la vergüenza. Al tiempo, el anonimato de aquellas muertes le ha llevado a formalizar como nadie la fugacidad de nuestro tránsito por la vida, efímera y sujeta a la vulnerabilidad y el azar. La lotería de la vida en nuestros destinos fue enfatizada en su monumental instalación Chance (2011), creada para el Pabellón de Francia en la Bienal de Venecia: cientos de fotografías de recién nacidos se deslizaban en un rodillo por un complejo andamiaje de evocación industrial mientras los números millonarios de un contador se sucedían a velocidad de vértigo hasta que sonaba el estruendo de un timbre, entonces todo se paraba al dictado aleatorio de un ordenador y se proyectaba la imagen de un bebe anónimo. Uno más, cualquiera.
Después, Boltanski creó Animitas (2014), una pieza en colaboración con una pequeña comunidad de indios y su chamán en el desierto de Atacama, en Chile, compuesta con campanas abandonadas a la erosión del tiempo. Otra pieza work in progress es la biblioteca de latidos de corazón en una fundación en la isla de Teshima, en Japón, que cuenta ya con ciento cincuenta mil registros: "cada día se incrementa el número de latidos que pertenecen a personas muertas", explica el artista.
Pero, como decía antes, en esta exposición en el IVAM, encontramos al Boltanski clásico, o esencial. El artista, que afirma que él no produce exposiciones sino que proporciona experiencias, se las ha apañado -contando con los escasos recursos del museo valenciano, que ha sufrido este año un recorte adicional- para articular cinco instalaciones, todas procedentes de colecciones españolas junto a dos piezas de su propiedad, construyendo un montaje idóneo, cuya intensidad va creciendo y se cierra en una eclosión total.Las instalaciones se erigen como templos a la desnuda humanidad, devuelven el respeto a
La sala de acceso con la instalación más floja por obvia es Les Tombeaux (1996), aunque sirve de preludio para quienes no estén familiarizados con su trabajo, enseñando la gramática con que Boltanski ha formalizado sus severas escenografías negras, con ataúdes cubiertos por viejos trapos y espejos-nichos negros frente a los que apenas nos vislumbramos bajo la luz amarillenta de bombillas.
Les tombeaux, 1996 (detalle)
Al cabo, la eficacia de Boltanski reside en la empatía hacia los olvidados, fundada en el luto por nosotros mismos. Nos vamos perdiendo y reconociendo en su juego entre visibilidad e invisibilidad, entre la lejanía y la identificación. Al final, nosotros también nos diluimos en el gran mural Archives de l'anné (1987) du Journal El Caso, entre imágenes de gentes y lugares cotidianos, zanjas y guerras, sobre los que nos reflejamos. Personal y por tanto, político. Poco para ver, todo para experimentar. Se trata de nuestra historia y de nuestro presente, de los horrores de la vieja Europa como ejemplo, y también de nuestra inalienable fugacidad.
En cuanto al premio internacional Julio González, que hasta ahora se había otorgado a Georg Baselitz, Cy Twombly, Eduardo Chillida, Anish Kapoor, Markus Lüpertz, Robert Rauschenberg, Anthony Caro, Miquel Navarro, Pierre Soulages, Frank Stella, Robert Morris y Bernar Venet, parece que bajo la nueva dirección de José Miguel Cortés pasará a ser bienal y se impondrán algunos cambios. Resulta increíble que un galardón reciente y creado por un museo de arte contemporáneo tenga un listado de ganadores formado sólo con artistas varones.
@_rociodelavilla