Dalí: detalle de Retrato del embajador Juan Francisco Cárdenas, 1943
Uno de los aspectos más controvertidos de la historia reciente del Museo Reina Sofía ha sido el sesgo y los modos de reconstrucción de periodos determinados de la historia del arte, especialmente en nuestro país. Así ocurre con la visión parcial que se da de los años 70 en De la revuelta a la posmodernidad o con el primer ensayo de ordenación de los años 80 y 90 que fue Mínima resistencia. Por razones distintas, no dejará seguramente de serlo también esta exposición titulada Campo cerrado -homónima de la novela de Max Aub-, que se ocupa de los primeros años de la dictadura franquista, entre 1939 y 1953. La muestra, concebida y comisariada por María Dolores Jiménez-Blanco, derriba estereotipos, ensancha su área de conocimiento y ofrece un recorrido tan prolijo como esclarecedor sobre aquellos años lúgubres y oscuros que Carlos Barral bautizó como "años de penitencia".Más de mil piezas de unos doscientos autores componen la visión de una época terrible en lo humano, lo social y lo político y de la que se destila cómo, pese a todo, el arte y la cultura consiguieron abrirse un hueco, por diminuto que fuese, en el que fueron posibles tanto la mínima superación de las circunstancias desde la sumisión al régimen, como la resistencia y perduración de determinados valores previos a la contienda, más fácilmente reconocibles entre quiénes se vieron forzados al exilio.
Destacaría la extraordinaria labor de investigación llevada a cabo por la comisaria, que descubre materiales inéditos y muestra obras peculiares de artistas conocidos por otras facetas, así como la sensibilidad y el buen sentido del montaje, que dota de vida propia la sucesión de salas que la componen. Dividida en nueve grandes capítulos, la exposición cubre desde la victoria de las fuerzas sublevadas contra la República hasta el año 1953, el de la I Bienal Hispanoamericana, y también el de la firma de los acuerdos económicos, técnicos y militares con los Estados Unidos, que sustentaron el poder de Franco, peón en el ajedrez de la Guerra Fría.
Ya en la sala de apertura se evidencia la sensibilidad citada. Coinciden en la misma la emisión en un noticiero italiano del desfile de la victoria de las tropas franquistas por Madrid el 19 de mayo de 1939, una tan conmovedora como patética serie de fotografías de Robert Capa de los españoles que consiguieron huir a Francia y de su llegada al campo de Argelès, dibujos de los campos de Haras y Barcarés de Antoni Clavé y Josep Narro, un extraordinario óleo de Esteban Francés del mismo tema, el célebre El enigma de Hitler de Salvador Dalí y la carpeta editada por S.W. Hayter, Fraternity, en la que artistas como Miró o Kandinsky denuncian la pujanza de los fascismos. No sólo nos sitúa en un momento crucial de la historia española e internacional, sino que localiza las fuerzas en conflicto y lo que podríamos llamar "el estado espiritual del momento".
Le sigue, inmediatamente, el intento del régimen por dotarse de una fuerte imagen simbólica, sirviéndose de precedentes italianos, como los retratos de Pancho Cossío de José Antonio Primo de Rivera, Ledesma Ramos y Agustín Zancajo Ossorio, y la estética de revistas como Vértice y Signal. Los temas educativos -con la influencia del catolicismo y de la Falange- adquieren especial importancia y la comisaria ha seleccionado una serie de ejemplos que hoy pueden resultarnos sorprendentes por la zafiedad de sus argumentos y la pomposidad de sus expresiones, pero que articularon una visión del mundo impuesta por la fuerza a niños y jóvenes.
Especial atención mereció por parte de los vencedores la reconstrucción de pueblos y ciudades y el consiguiente aparato propagandístico. Aquí la exposición se centra en lugares como Eibar -"incendiada por los rojos"-y en los dibujos de Luis Quintanilla sobre los sufrimientos de la población civil. Las fantasías y las realidades del proyecto de reconstrucción de la Ciudad Universitaria y del levantamiento del todavía hoy existente Arco de la Victoria de Madrid, se acompañan de la imagen de los héroes mártires -el ángel de Eugenio d'Ors- de Pere Pruna o Josep María Sert.
Julia Minguillón: Escuela de doloriñas, 1941; Angel Ferrant: Muchachas, 1950
Más ciertos resultan los retratos que trazan La familia de Pascual Duarte, La Colmena o Nada. Aquí la exposición reúne junto a pinturas y dibujos, algunos de ellos como anunciábamos muy peculiares, los planes de colonización del campo y los proyectos de Fernández del Amo, así como las celebraciones, entonces festejadísimas, de la Feria del Campo.
Del mismo modo que en la ciudad -aquel Madrid de "un millón de cadáveres, según las últimas estadísticas"- serán el teatro, el circo y, en otro sentido, el humor, las válvulas de escape, que la exposición confronta con las imágenes dibujadas de presos en las cárceles, como recordatorio de que el enclaustramiento y la tortura de presos políticos no fue un fenómeno pasajero, sino una constante feroz de los vencedores. Extraordinario y afortunado es el capítulo dedicado al Postismo, el primer movimiento para la recuperación y puesta en hora de la vanguardia de postguerra.
Varias salas se ocupan, también, de los distintos exilios, especialmente los de Rusia y México, con obras de Alberto Sánchez, Josep Renau, Maruja Mallo y otros, y una sala dedicada a Picasso, símbolo de los demás, y otra a varias obras de la serie Barcelona, que marca el retorno de Miró a España.
Aunque no hay un apartado específico sobre Pórtico sí está la reforma del cine Dorado de Santiago Lagunas, uno de los puntos fuertes de la arquitectura en la exposición. La Escuela de Altamira, los componentes de Dau al Set y Algol, el papel fundamentalísimo jugado por Ángel Ferrant y el Congreso de Santander sobre la Abstracción en 1953, cierra el ciclo histórico que hemos recorrido.
La inmensa mayoría de los visitantes de esta exposición ni habrán conocido los años 40 ni habrán vivido ni un solo día bajo la que fue una de las dictaduras más prolongadas de la historia de Europa. La visita les asomará convincentemente a una de sus caras más amables por acogerse al ámbito de la cultura y la creación, pero en la que podrán descubrir todo el aparato despótico del que se sirvió el franquismo.
Para quienes sí la sufrimos hasta nuestra juventud, la exposición resulta esclarecedora por las contradicciones que pone al descubierto e incide en el carácter represor, la ciega obediencia al sistema de la jerarquía católica y el militarismo del régimen. También hace emerger las personalidades y las obras que quisieron orientar el arte, la arquitectura, la literatura y el teatro por derroteros más modernos, y reúne a aquellos que las eludieron y conformaron una sociedad civil ajena a las limitaciones que imponía el franquismo conformadora de una realidad que muchos años después reconoceríamos en el proceso de la transición.