La instalación de Danh Vo titulada Destierra a los sin rostro, en el Palacio de Cristal. Foto: J. Cortés/R. Lorés
Todavía se puede ver Slip of the Tongue (decir lo que no se quería, sería una traducción) en la Punta della Dogana de la Fundación Pinault. Sólo por esta exposición de Dahn Vo (Bà Ria, Vietnam, 1975) merecería la pena el viaje a Venecia. Se podría incluso prescindir de visitar la Bienal porque, en esta edición, la propuesta del sudafricano Okwui Enwezor está vacía, vacía porque el comisario no tiene claro su discurso, a pesar de que lo haya intentado disfrazar de otra cosa recurriendo a Marx o a Benjamin, figuras de autoridad de las que hace una lectura muy superficial en ese ir y venir del pasado al presente, y también pretendidamente al futuro, de su proyecto.Sin embargo, este ir y venir entre tiempos, una heterocronía que rompe el progreso de la Historia, la narrativa que algunos han deseado única y aspiran a escribir con mayúscula, funciona muy bien en esta exposición de Danh Vo, a quien el Museo Reina Sofía cede ahora el espacio del Palacio de Cristal del Retiro. Su intervención específica en Madrid, como la que ha hecho también en el Pabellón danés dentro de la Bienal, comparten mucho con este desliz en el que el artista actúa como comisario. En esta muestra colectiva, fragmentaria y fragmentada, como lo es el propio trabajo de Vo, las obras se encuentran entre ellas y terminan por hacerlo también con el espectador. El artista ha incluido las suyas entre los trabajos de sus amigos, como Leonor Antunes o Julie Ault; de sus referentes, como Félix González Torres, Lee Lozano o Nancy Spero; de artistas que le obsesionan, como ese raro Martin Wong que sorprende; de maestros del pasado, como Tiziano o Bellini, provocando relaciones, a veces tan inconscientes como los lapsus, que pasan a ser conversaciones en las que el tiempo no importa y que van mucho más allá de las puras analogías. Un ejemplo es la que conecta una de las esculturas de Vo con otra de Rodin que tiene mucho del Origen del mundo de Courbet.
Son diálogos que antes podrían haber sido considerados improbables pero que ahora ayudan a resituar figuras como la del fotógrafo Peter Hujar, uno de cuyos desnudos en blanco y negro envuelto en telas parece continuar en la pieza de David Hammons que cuelga de la pared al comienzo de la muestra, anunciando lo que está por venir. La de la Fundación Pinault es una exposición que adquiere las características de un ensamblaje. Está hecha a base de trozos, y huye del lenguaje, resulta difícil explicar lo que ocurre allí, entre las obras y también con el espectador, algo que sucede también con muchos de los trabajos del artista, si esta colectiva no es uno más al coincidir en sus estrategias, al que se ha acusado de hermetismo porque siempre va más allá de un solo relato posible.
En su intervención en el Palacio de Cristal, Destierra a los sin rostro/Premia tu gracia, titulada a partir de una canción de Nico, Vo también se apropia de las obras de otros, un Cristo de marfil barroco y una talla gótica de una Virgen con el Niño ensamblada a una estatua romana, mezclando los tiempos, y también los lugares, en una operación que tiene algo de iconoclasia, de destrucción de unas imágenes para construir otras, y de ruptura con esa
narración hegemónica que es la Historia. Estas esculturas se vinculan, a su vez, con los fragmentos de huesos de mamut que cuelgan del techo, recordando con cierta nostalgia al modo en el que se mostraban los esqueletos en los museos de ciencias naturales del siglo XIX, y con una fotografía de un viaje en el espacio, dejando la mayor parte del palacio vacío. No obstante, este vacío no es como el de la Bienal de Enwezor, sino que hace que el Palacio de Cristal pase a formar parte de la instalación, no es ya un simple contenedor, aunque tenga la condición de vitrina, sino que participa de algunas de muchas de las lecturas posibles.Dahn Vo va en contra de toda interpretación, consciente de que cualquier traducción es impracticable
Vista de la exposición de Danh Vo en el Palacio de Cristal
Es una historia, ahora con minúscula, que remite a lo colonial, un sistema que se está descubriendo no tan del pasado, y en la que ahora se introduce el propio Palacio de Cristal, construido para la Exposición de las Islas Filipinas de 1887, pero que también vuelve a la de la vida del artista, no sólo por la participación de su padre, sino porque Vo fue educado en el catolicismo, una religión normativa de la que fue expulsado porque su forma de desear no era admitida, estaba condenada.
Pero las conexiones no acaban aquí, se multiplican llegando casi al infinito: autobiografía e historia, eros y religión, deseo y economía, cuerpos y mercancías, sujetos y objetos, lo propio y lo ajeno, se acumulan unos sobre otros o, mejor, unos junto a otros, se suman y, a veces, también se restan, imposibilitando su reducción a un único relato.