Okwui Enwezor en Venecia. Foto: Giorgio Zucchiatti
Venecia celebra su edición más especial. Se cumplen 120 años de su Bienal, la más antigua y la más importante del mundo, que cada dos años toma el pulso al arte contemporáneo y nos invita a reflexionar sobre la vigencia de estas exposiciones universales. A eso se dedica el nigeriano Okwui Enwezor, el gran embajador del arte global, que ha convocado a Karl Marx y a 136 artistas en los Giardini y el Arsenale para mirar Todos los futuros del mundo. Futuros poco halagüeños... Dice que vivimos en un tiempo de ansiedad y que el capital es el gran drama de nuestra era. Aunque es optimista.
Es poeta, editor, ensayista, comisario, crítico e historiador del arte. También un tipo exigente y exitoso, de trato cercano, “una persona normal con antenas de insecto y un ciudadano del mundo”, dice. Es Okwui Enwezor (Nigeria, 1963), el comisario de la 56ª Bienal de Venecia. Ya lo fue en 2002 de Documenta 11, el otro gran evento del arte contemporáneo que se celebra cada cinco años en Kassel. Sólo otro peso pesado ha firmado estos dos grandes proyectos artísticos antes, el legendario Harald Szeemann. Se le escapa una risa nerviosa al oír ese nombre. “Tengo una gran responsabilidad encima, sobre todo porque me tengo que medir con una figura como la suya, aunque ahora lo importante es demostrar de lo que soy capaz”.
Por lo pronto, le avalan buenas críticas. Es un tipo respetado y seguro de sí mismo, al que le gusta explicar la misma idea varias veces, desde varias ópticas, para no dejar cabos sueltos. Se nota que le ha dedicado años a la docencia. You know, reitera. El museo Haus der Kunst de Múnich que dirige desde el 2011 goza de una salud envidiable y su Documenta de Kassel fue una de las más interesantes, y eso que sucedía a la mítica de Catherine David, recordada hoy como un hito. Enwezor planteó entonces una crítica al postcolonialismo en la que se incluyeron multitud de artistas desconocidos para la mirada hegemónica occidental, que llegaron de Oceanía, Suramérica, Asia... Una mirada que ya había puesto en práctica en la Bienal de Johannesburgo de 1997, la que le dio la fama internacional con sólo 33 años.
En 2006, pasó por la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla para seguir hablando de Lo desacogedor. Volvió a tantear temas sobre civilización y confrontación, sobre el sentido de desarraigo del mundo global. No en vano se le considera el gran embajador de la idea de globalización asociada al arte. ¿Repite aquí su tesis? “Uno de los mayores desafíos de las exposiciones a gran escala como ésta es evitar repetirse. Obviamente, hay cuestiones que me interesan, llevo años investigando sobre ellas y son ideas fundamentales en la exposición, aunque aquí el discurso es distinto”.
La exposición habla de la realidad global contemporánea como algo que no acaba de encajar, en constante reajuste
-Explíquenoslo. Por lo pronto, viendo el título, es optimista. Todos los futuros del mundo, dice.
-Es un proyecto dedicado a una nueva valoración de la relación del arte y los artistas con el estado actual de las cosas.
-¿Y cómo es ese “estado actual de cosas”?
-Es denso e inquieto, y está inmerso en un campo dialéctico complejo, donde muchas veces no nos entendemos. La exposición habla de la realidad global contemporánea como algo que no acaba de encajar, algo que está en constante reajuste. Habla de una confusión dialéctica. Cien años después de los primeros disparos de la Primera Guerra Mundial y tras 75 de la Segunda, hoy el mundo está de nuevo destrozado, marcado por los espectros de una crisis económica grave, por continuas catástrofes humanitarias y una política secesionista que está llenando de pánico a la gente. Allá donde mires, ves una nueva crisis. Además de la global, hay infinidad de crisis particulares. Aunque, más allá del capital, que es nuestro gran mal, la peor crisis es lo que éste encierra: inseguridad e incertidumbre. ¿Cómo comprenderla? De eso trata esta Bienal.
-Hay una imagen de Paul Klee, Angelus Novus, que ha adoptado como alegoría. ¿Por qué?
-En momentos como estos, de inquietud global, uno se siente como si le convocara el Angelus Novus de Klee. Lo pintó en 1920 y, un año después, lo adquirió Walter Benjamin. La pintura muestra un ángel que mira como si estuviera a punto de alejarse de algo que está contemplando fijamente. ‘Un espectro del ángel de la historia', lo calificó Benjamin. En su relato, el ángel sobrevuela horrorizado las cenizas que arroja el pasado mientras no puede escapar del futuro. Desde es punto intermedio, la noción de historia se entrelaza con las de memoria e identidad, en un instante en el que pasado, presente y futuro convergen. Ahí es donde me interesa el Angelus Novus, y en cómo Benjamin nos obliga a revisar la capacidad de la representación del arte.
-Eso es lo mismo que preguntarse qué es el arte y qué función tiene. ¿Usted lo tiene claro?
-No es algo que pueda responder de manera descriptiva, porque lo contemporáneo es una conjunción de tiempos, y cada lugar se mueve y evoluciona a un ritmo distinto. De lo que podemos hablar es de exposiciones de arte contemporáneo, un arte que hoy ha perdido contacto con el espectador común, ha mezclado lenguajes y recursos. Frente a ese estado de indefinición podemos elegir varias posturas: negarlo, reivindicar las formas del pasado o desafiarlo pensándolo críticamente.
Clásicos y jóvenes
-Háblenos de la selección de artistas. Vemos a coreógrafos, compositores...
-Funcionan como las voces de una orquesta. Con algunos de ellos, he trabajado antes, y otros son descubrimientos recientes. Hay muchos trabajos que los artistas han realizado especialmente para la Bienal, aunque la exposición ofrece, también, miradas antológicas a artistas como Bruce Nauman, a la filmografía de Harun Farocki, con 87 películas, o al fotógrafo Walker Evans. También hay diálogos a dos: el cineasta Sergei Einsenstein con Chris Marker; Isa Genzken con las del escultor-compositor Terry Adkin; la artista conceptual Teresa Bunga con el performer Fabio Mauri; la activista Inji Efflatoun con el land art de Robert Smithson...
The Sinthome Score (2013) de Dora García en Bregenz, Áustria
-Hay una pequeña sección llamada La república de las cartas.
-Es un proyecto que rescata todas esas cartas que conectaron a pensadores como John Locke y Voltaire, que crearon una comunidad intelectual de personas que no se conocían. Anticipaban, sin duda, la idea de internet. Recuperar eso 300 años después es para mí un ejemplo claro de arte contemporáneo.
-¿Qué le interesa de Dora García, la única artista española de su selección?
-Me interesa cómo trabaja con la idea de tiempo y de realidad, de obra viva. Su obra está lejos de ser algo que puedes colgar en la pared, algo que miras y ya. En Venecia presenta The Sinthome Score (2013-2015) que combina lectura y movimiento según diez de los capítulos de Joyce The Sinthome de Lacan.
-Dora García forma parte de Liveness: One Epic Duration, un programa de performance en un espacio llamado Arena, ubicado en el Pabellón central en los Giardini. Hoy se habla más de situaciones que de performances. ¿Se ha superado ya ese término?
-Particularmente, no me atrae mucho el término performance. Prefiero pensar en acciones en vivo, en situaciones. Tendrán un protagonismo absoluto en la Bienal y no es más que un reflejo de los muchos rituales que nos rodean diariamente.
-¿Ha podido ver el Pabellón español con Cabello/Carceller, Francesc Ruiz y Pepo Salazar?
-Todavía no, aunque he oído hablar de él y de la relación de sus trabajos con Dalí.
-¿Le gustó la última edición de la Bienal, Il Palazzo Enciclopedico de Massimiliano Gioni?
-Me pareció una exposición estimulante a varios niveles, aunque me gustó más la de 2011, Iluminaciones de Bice Curiger. Fue fantástico el análisis que hizo del concepto de nación, cuestionado desde hace tiempo en el ámbito del arte contemporáneo, pero muy arraigado en la historia y estructura de la Bienal de Venecia.
Bienal estelar
-¿Diría que ha sido su edición preferida?
-Me quedaría con la edición de 2003 de Francesco Bonami. La encontré especialmente destacable, aunque hubo quien la tachó de caótica. Convirtió la Bienal en un complejo de diez exposiciones de diferentes comisarios, mientras él firmó una gran antológica de pintura, conmemorando los 50 años de vida de la Bienal. Fue estelar.
-En esta edición se cumplen 120 años desde la primera Exposición Internacional. Haga balance. ¿Cómo ha cambiado?
-Cuando se inauguró en 1895 no hubo pabellones nacionales. El único edificio de la exposición permanente que existía en ese momento era la estructura sepulcral del Pabellón Central, con sus columnas neoclásicas y altísimas victorias aladas en lo alto del frontón. Los pabellones nacionales llegarían 12 años después con el Pabellón de Bélgica en 1907, seguido por varios otros en años sucesivos, hasta llegar a los cerca de 95 pabellones de ahora. El desbordamiento de pabellones en los Giardini da muestras de que éste es el más anacrónico de los modelos de exposición dedicados a la representación nacional.
-¿Anacrónico? Desarrolle.
-Sí, pero es un anacronismo que se regenera a sí mismo; un modo de superar un momento que puede resultar obsoleto o antiguo. Pero, justamente porque el mundo ha cambiado tanto, este modelo de pabellones nacionales es interesante. Por decirlo de otro modo, nacionalidad y ciudadanía son cosas diferentes. Hace tiempo que Venecia viene reflejando eso. Por ejemplo, en la última edición, el pabellón alemán intercambió el artista con Francia. Esto apunta a que la propia Bienal de Venecia cuestiona lo que significa representar una nación.
-Ya que habla de futuro en esta edición, dígame, ¿cómo sería el ideal en el campo del arte?
-Sería uno que ampliara los puntos de vista sobre el mundo, donde se desafiaran las estructuras de poder, huyendo de lo previsible y mirando el arte como una aventura fascinante.