Vista de la exposición

Galería Parra & Romero. Claudio Coello, 14. Madrid. Hasta el el 22 de marzo. De 12.000 a 17.000 euros.

Después de la tormenta, llega la calma, dicen. Quizás, por eso, Lara Almarcegui (Zaragoza, 1972) ha decidido presentar en su primera individual en Parra & Romero, una muestra que parece alejarse formalmente de la gran escala de algunas de sus intervenciones recientes. Obras como las montañas de materiales de construcción que llenaban el pabellón español en la Bienal de Venecia y que ponían en cuestión la arquitectura y su tendencia a la monumentalidad y el control del espacio a través del sobre diseño. Esta obra pertenecía a esa serie de proyectos en los que la artista hace que los edificios se contengan a sí mismos, siempre con el peligro -presunto- de que la estructura colapse y se desplome. La instalación fue muy bien acogida por la crítica internacional y resultaba muy coherente con su trayectoria y las intenciones de su trabajo (sólo había que molestarse en echar un vistazo atrás), a pesar de que aquí no se supiera leer o se quisiera leer de un modo que no era, es decir, como una metáfora de la situación ruinosa de España. Esta lectura respondía a esa obsesión por concentrarse en el presupuesto, que impide ver más allá de las cifras, cuando se acerca la Bienal, o por demoler por sistema nuestra participación en la cita veneciana, incluso antes de haber podido ver el resultado. Acumulaciones de grava, vidrio y serrín que estaban acompañadas de otra obra que fue ignorada por muchos porque no interesaba en el discurso que querían articular: la investigación sobre una de la islas de la laguna, la Sacca San Mattia, creada por los sedimentos de los cristales sobrantes, lo que excedía, de la industria de Murano, que se tradujo en una guía que recogía información sobre su presente, pero también comprendía su pasado y anunciaba de algún modo su futuro.



Esta obra era silenciosa, aunque ocultaba un trabajo inmenso, y lo era tanto como el listado que Almarcegui ha incluido en esta nueva exposición y que recoge las cantidades de diferentes rocas que se han podido identificar en la isla de Spitsbergen, en el archipiélago noruego de Svalbard, en el círculo polar ártico. Un listado que no contiene datos curiosos, sino que a través de ellos relata cuál es la historia de este territorio: describe cómo se formó geológicamente y explica por qué se determinó establecer allí una explotación minera, una decisión que tuvo también mucho de estratégico. Sin embargo, este inventario no sólo presenta lo que pasó, sino que además evidencia lo que sucederá. La extracción de carbón que se está produciendo allí en este momento, ahora mismo, mientras lee este texto, hace que se haya quedado obsoleto, indicando lo que este proceso tiene de destructivo.



Almarcegui avanza en su interés por la geología y persiste en querer saber lo que queda debajo, como indica el título de la muestra, Por debajo, algo que ya se adelantó en acciones como las de levantar el suelo de algunas salas de museos o en la Guía del Madrid subterráneo (2012). Este interés la ha llevado también a enterrar una casa o, mejor, los restos de una casa en el solar sobre el que había sido construida en la periferia de Dallas. Una intervención que quedó registrada en el vídeo que ahora muestra, el primero de su trayectoria, y que va un paso más allá a las visitas a demoliciones que organizaba hace años. Lo que importa no es sólo el derrumbamiento, sino la memoria del lugar, las huellas que han quedado marcadas en un urbanismo que está en constante cambio. Una obra que fue perseguida largamente y que manifiesta el rigor de una artista para la que la investigación no es sólo un recurso, sino una forma de entender la producción artística.