Vista de la exposición
Jaume Pitarch vuelve por tercera vez a la galería Fúcares de Madrid con una exposición que reflexiona, desde un enfoque trágico y cómico, sobre cómo nos estamos adaptando a la crisis económica. Varias versiones del desgaste y de la idea de extravío.
Seguramente en España podríamos también rastrear una importante vena de 'objetualismo' en nuestro arte contemporáneo. Y, sin duda, Jaime Pitarch (Barcelona, 1963) tendría en ese recorrido un papel protagonista. Las suyas son a menudo cosas encontradas, de la calle, de las casas. Restos desubicados que manipula, agrupa, erosiona o destruye para construir con ellas piezas que tienen nítidos valores escultóricos y para acentuar las notas anímicas o sociológicas que detectó en ellos, en su estado original.
Ahora que lo pienso, Pitarch suele crear o mostrar 'estados' de la materia y de su entorno. No me refiero al 'sólido, líquido, gaseoso' sino a formas de estar que nos resultan muy reveladoras. Tratándose de objetos usados, el estado de deterioro nos dice mucho sobre su uso previo; además, en la serie de esculturas Momentum, iniciada hace años, a la que suma ahora un armario 'deconstruido' que se sostiene sobre dos patas, el estado de equilibrio adquiere un sentido metafórico sobre la vida a la intemperie. La sociedad sufre cierto estado de alarma, y hasta de emergencia, lo que se refleja en las piezas más políticas de la exposición, titulada Despacio / destiempo: una porra modelo universal que se usa a ciegas y un vidrio roto junto a su casa en una manifestación, cuyos fragmentos se convierten azarosamente en mudos y amenazantes, por sus bordes cortantes, 'bocadillos' de cómic.
El artista sopesa el estado mental de la población mediante el listado de búsquedas más habituales en YouTube, ordenadas alfabéticamente, para constatar un desolador estado de abducción dirigido por las multinacionales de la música ligera. Y pone a prueba nuestro estado de confianza, al proponernos pruebas de fe: la presencia del disco de George Michael con ese título (Faith) bajo un pulcro envoltorio negro cual manto de la Caaba, y nuestra transformación ontológica de espectador a elemento que forma parte de la obra. Esa metamorfosis se produce en Proyector, que es quizá la pieza más interesante para los conocedores de los circuitos institucionales y comerciales del arte pues plantea un estado de la cuestión sobre la objetualización del pensamiento.
Lo explico. O, mejor dicho, lo explica Pitarch con mucha claridad y mucha razón: la proyección de diapositivas se ha convertido en un dispositivo obsoleto para el usuario común pero vigente para el arte, por su apariencia rigurosa, creíble y, sobre todo, museable; apreciado hoy por su estética conceptual y sobria, que remite a unos años tomados hoy por muchos como referente creativo y ya en plena fagocitación por parte del mercado. El mercado precisa objetos, cuerpos tangibles, que se puedan vender con mayores garantías de exclusividad, con copias autentificadas dirigidas a colecciones importantes que le otorgan un valor añadido.
Pitarch expone pausadamente (en las 80 diapositivas del carro circular) el argumento, con supuesta distancia crítica, pero desde el principio nos va enredando lentamente hasta solicitarnos una implicación que llega a hacernos cómplices de aquello que critica, utilizando por otra parte el mismo dispositivo criticado. Una obra inteligente y certera que nos deja, por lo menos, en estado de atención. Conscientes, de que, como afirma el artista, "nada es inocente".