Jordi Colomer: Simo, 1997
El Museo Reina Sofía presenta una nueva reordenación de una parte de su colección que ha sido concebida como presentación preliminar de autores y obras relevantes para acercar al público los lenguajes artísticos desarrollados durante las décadas de los años 80 y 90. Comisariada por Manuel Borja-Villel, Rosario Peiró y Beatriz Herráez, muestra algunas de las más recientes adquisiciones.
La anómala historia de nuestro país, sometido a una dictadura aislante de casi 40 años, ha hecho que nuestro acercamiento a esa idea de contemporaneidad a partir de 1950 no fuese posible de manera libre y natural hasta las inmediaciones mismas de esas dos décadas que ahora analiza el Reina Sofía en esta exposición. De algún modo, la generación que vivió la transición política en el último codo de los años 70 y, específicamente en el mundo del arte y la crítica, fueron quienes construyeron un nuevo lenguaje, un nuevo acercamiento y un nuevo paradigma en torno a esa idea, distanciándose de los objetivos de la generación precedente. Con su práctica contribuyeron, decisivamente, a darle un soporte teórico a ese momento crucial para la historia del arte, que fue más sólido a medida que aumentaron las vías de contacto con la realidad existente. Su importancia es grande y está ligada a su capacidad de cambio y a su asunción mayoritaria.
Por eso no es extraño que sus protagonistas tengan una historia propia, no sólo de aquellos años germinales, sino también de los sucesos acaecidos en los años siguientes. Y tampoco asombra que la generación siguiente, educada y crecida en circunstancias muy distintas, tenga la misma legitimidad para elaborar su propia idea de la contemporaneidad, por mucho que sus criterios se alejen o difieran de una línea firmemente trazada antes, pero surgida en otra coyuntura.
Vienen estas elucubraciones a cuento para decir que, mientras hay un acuerdo, más o menos unánime, respecto a los dos primeros capítulos con los que el Reina Sofía ha presentado, en los últimos tiempos, su Colección -La irrupción del siglo XX: Utopías y conflictos (1900-1945), y La guerra ha terminado. Arte en un mundo dividido (1945-1968)- lo hay menos respecto al tercer capítulo, De la Revuelta a la Posmodernidad (1962-1982) y al cuarto que ahora presenta, Mínima resistencia. Entre la tardomodernismo y la globalización. Dicen los responsables que es el primer ensayo sobre los 80 y 90 de otros que vendrás después, conscientes de la diversidad de interpretaciones que tiene ese periodo. Inaugura pues, el museo, un programa imprescindible.
Cabe que yo me cuente a mí mismo aquellos 20 años de forma muy distinta, con otros personajes o más que sumar a los presentes en esta muestra, pero una fijazón así no sería ni justa ni correcta, y menos aún teniendo en cuenta que esta presentación es un mix de muestra temporal de tesis y de lo que son salas museables virtuales (otro criterio, el de lo museable, aquí puesto también en cuestión).
Se organiza con un denso cuerpo central y dos grandes ramas laterales. El primero está dividido, a su vez, en cuatro grandes áreas que vendría a ser su conglomerado pensante, a modo del brain que Carolyn Christov-Bakargiev concibió para la última Documenta 13: el cerebro que funcionaban como un espacio de investigación en el que se reunían obras de arte, objetos artísticos y documentos. La primera de las cuatro áreas toma en consideración la idea del trabajo, teniendo por raíz las transformaciones políticas asociadas a los gobiernos conservadores que, en los 80, lideraron Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en los Estados Unidos. El lector apreciará que son nociones que, como las expuestas en el título de la exposición, rehúyen toda referencia a lo estético y prefieren las referencias históricas y los conceptos sociológicos. Aquí las fotografías de Marc Partaut y Allan Sekula se acompañan de una película de Joaquim Jordà.
La segunda aborda la transformación de los géneros en la pintura -siendo la única que se le dedica-, fundamentalmente por parte de artistas alemanes como Polke, Dokoupil o Baselitz, europeos como Leon Golub y la extraña inclusión de Miguel Ángel Campano, o la sudafricana Marlene Dumas; sin mención ni referencia alguna a la pintura americana, que debe quizás encuadrarse en lo que la nota de prensa califica, despectivamente, de "pintura comercial de los 80".
La fotografía como género, aunque soslayando también cualquier modo cercano al espectáculo, centra el área tercera que agrupa la idea de apropiación en las fotografías de Cindy Sherman y los objetos seriados de Allan McCollum, junto a una performance de Matt Mullican, quien demás protagonizará otra en directo, como una de las actividades complementarias de la exposición. La tentación de la pereza es el eje de la cuarta y última sección del cuerpo principal de la exposición, en la que brilla el vídeo de Fischli & Weiss, La mínima resistencia, que ya fue protagonista de la individual en el Palacio de Cristal en 2009.
La primera de las dos grandes ramas laterales se interesa por lo performativo y lo teatral, por la imagen como documento, por la conexión del arte con la música popular, la importancia e influencia de los media y, también, por la muerte del autor. La congruencia del Rock my Religion de Dan Graham con las propuestas de General Idea, las actuaciones de Laurie Anderson y, en España, las emisiones de programas como La Edad de Oro, se sigue de la espectacular instalación de Dara Birnbaum, PM Magazine, (1981-82), pionera en la apropiación de imágenes banales de la televisión.
Tras ella otra más de las salas estéticamente radicales, con Martin Kippenberger, Franz West, y una sugestiva performance de Mike Kelly en doble actuación, auráticamente con Martha Graham, danzando entre grandes objetos cotidianos y paródica con una intérprete que se comporta violentamente con las cosas. Rama que concluye con un retorno a las preocupaciones de la calle, con la toma en consideración del SIDA y los nuevos feminismos.
El segundo y amplio ramal, el que cuenta con mayor presencia de artistas españoles, se preocupa tanto por las referencias modernas al lenguaje como, más detenida y extensamente, por las posiciones críticas frente a la institución 'Arte', por precaria que ésta fuese en aquellos años 80 (una auténtica obsesión para algunos colaboradores estrechos de la dirección del Museo Reina Sofía). Arquitecturas prematuras de Valcárcel Medina, piezas de Juan Luís Moraza e Ignasi Aballí, o la célebre instalación y vídeo Simo de Jordi Colomer, comparten un mismo territorio ficcional con obras de Reinhard Mucha y Lothar Baumgarten. Las cuestiones de género son tratadas por mujeres como Eulàlia Valldosera, Jo Spence, Sanja Ivekovic, Itziar Okariz o Hanne Darboven. El debatido y finalmente erróneo concepto de Fin de la historia centra las obras de Harun Farocki, Peter Friedl, Pedro G. Romero o Atlas Group (Walid Raad).
La crítica a la institución artística se deja, decía, en manos exclusivas de los artistas españoles, así los veteranos Muntadas, Tino Calabuig o Antoni Miralda, o los entonces jóvenes Federico Guzmán, Rogelio López Cuenca o la Agustín Parejo School. En este apartado cabe la alegría, además, de la inclusión de Mª Luisa Fernández, artista que merecería mayor atención, de Estrujenbank, y con él, las obras de Juan Ugalde y Patricia Gadea.
Por último, la idea de la Modernidad como algo pasado y caduco coinciden en las obras de Cristina Iglesias, Juan Muñoz, Fernando Sinaga, Txomin Badiola, Pello Irazu, Ángel Bados, José Maldonado, Pep Agut y Juan Uslé, junto a Rosemarie Trockel, Thomas Schütte, Jeff Wall, Candida Höfer y Thomas Struth.
Basta con recordar la primera presentación que de los años 80 y 90 hizo también Manuel Borja-Villel en el museo, para ver lo que con el tiempo hemos ganado. Esta exposición puede ser discutible, pero tiene razones de ser.