Vista de la colección del Stedelijk Museum

En la plaza de los museos de Ámsterdam, junto a las cientos de visitas del Museo Van Gogh y cuando sólo falta medio año para inaugurar las nuevas salas del Rijksmuseum, el Stedelijk Museum reabre sus puertas con una completa exposición de su colección de arte moderno y contemporáneo, una de las más importantes del mundo.

La reapertura del Stedelijk Museum de Ámsterdam, tras una década de obras y otros engorros, es un acontecimiento que no debe pasar inadvertido. Creado a finales del siglo XIX y alojado en el mismo edificio al que el estudio Benthem Crowel acaba de añadir un apéndice en forma de bañera flotante, organizó la primera gran retrospectiva de Rembrandt en 1898 y, poco después, emprendió un programa de compras avalado por el ayuntamiento de la ciudad con el que se ha dado forma a una de las más importantes colecciones de arte del mundo, con algo más de 90.000 piezas.



El papel que ha desempeñado en la gestación de la vibrante escena artística de la ciudad merece ser puesto de relieve. Durante las casi dos décadas en que Willem Sandberg ocupó la dirección del centro, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, la colección creció ostensiblemente. Fue Sandberg uno de aquellos directores emblemáticos y visionarios. Forjó algunas de las más significativas líneas de fuerza de la colección, las dedicadas al expresionismo, el cubismo y el constructivismo, que hoy deslumbran en el primer tramo de su recorrido en las renovadas salas del museo.



Vista de la colección

A finales de los 60 y principios de los 70, Ámsterdam se convirtió en el foco más visible del nuevo arte europeo e internacional. Aquí llegaron artistas como Lawrence Weiner, que atracó su barco en uno de los canales de la ciudad; vino Seth Siegelaub, quien después de dar forma al arte conceptual neoyorquino se instaló aquí, harto ya de casi todo; Gilbert & George hicieron una de sus primeras "esculturas vivientes" en las escaleras mismas del Stedelijk mientras los artistas locales Ger van Elk y Jan Dibbets transformaban radicalmente el entorno del museo. Fue en el contexto de Op Loose Schroeven, realizada en enero de 1969, una muestra que nunca tuvo el eco que mereció al ser gemela de la organizada por Harald Szeemann en la Kunsthalle de Berna, la cacareada When Attitudes Become Form, que inauguró el Stederlijk sólo una semana después. Significativamente, fue en Ámsterdam donde se realizadon buena parte de los trabajos de investigación para esa exposición suiza.



En décadas más recientes, bajo una sucesión de directores como Edy de Wilde, Wim Beeren y Rudi Fuschs, el Stedelijk continuó realizando una labor encomiable en la difusión del arte internacional en Holanda, alentando la promoción de la producción nacional fuera de sus fronteras. Cautivó a todos los agentes culturales que por ahí pasaron, incluida Ann Goldstein, su directora actual, fiel visitante desde los 70, que quiere ahora recuperar el tiempo perdido desde una ideología firme y un decidido pragmatismo para servir al arte, a los artistas y a la comunidad desde la investigación y la producción de conocimiento. Juega con el arma de la colección para paliar el déficit presupuestario que a buen seguro padecerá, pero la del Stedelijk es muy poderosa, y cuando una institución puede prestar obra del nivel de la holandesa, también puede pedir toda la que quiera.



Vista de la colección

Para subrayar esta idea, el museo abre de nuevo con una demoledora presentación de su colección en un recorrido que en el piso bajo arranca con los Realismos del siglo XIX y acaba con la imprescindible aportación que CoBra hizo a su momento histórico, los años 50. Es una brillante presentación de la vanguardia y del declive de la Modernidad europea que, sorprendentemente, no encuentra respuesta por parte del arte realizado al otro lado del Atlántico, pues tan sólo hay una breve alusión al Expresionismo Abstracto estadounidense con un cuadro más bien menor de Jackson Pollock. Son extraordinarios los tramos dedicados al primer Expresionismo, con piezas magnificas de Kandinsky, Heckel y Marc. Es una sala en la que predominan, intuyo que pretendidamente, los tonos rojos ardientes evocadores de la irrefrenable energía de estos pintores en los albores de la Gran Guerra.



Uno se encuentra a continuación con otro de los momentos estelares de todo el recorrido, la sala dedicada a Malevich (el Stedelijk reúne el mayor número de obras del artista fuera de Rusia), montada siguiendo la mítica 0.10: la última exposición futurista que Malevich realizó en Petrogrado en 1915. La sala ofrece una riquísima lectura de la obra del pintor y precede a otra en la que pueden verse un buen número de sus dibujos, donados en su día al museo por un importante coleccionista ruso, que resulta ser un verdadero alarde curatorial. Son dibujos que recorren las mismos momentos de la historia del arte que el propio museo nos ha enseñado en salas anteriores, y que volvemos a ver ahora a través de la singular mirada de uno de los primeros espadas de la colección.



La sucesión de salas sigue una cadencia cronológica y se ha preferido imponer la calidad incuestionable de las piezas a cualquier discurso normativo. En el piso de arriba se da al traste con la secuencia de la etapa moderna del nivel inferior y llegan las arritmias, temporales y geográficas, tras una sala más bien contenida de pintura y escultura postminimalista en la que Robert Ryman deslumbra, como casi siempre. Aquí ya no importa de dónde seas y los años que tengas. Gursky se enfrenta a Jeff Koons y Marijke van Warderman, con un estupendo vídeo, precede a Richard Serra -que ahora vive en Ámsterdam- pero se imponen con claridad las obras de artistas estadounidenses y europeos a las de creadores de otras latitudes, algo que sí sorprende, siendo Holanda, hoy, uno de los países que con mayor naturalidad acoge e impulsa a artistas de todo el mundo.