Croft, descripción del derrumbe
Proceso estacionario
23 marzo, 2012 01:00Vista de la exposición
Tres esculturas y una docena de dibujos componen esta pequeña pero importante exposición de José Pedro Croft (Oporto, 1957). El artista luso ha llegado a la madurez, con lo que esto implica, al retomar anteriores estrategias y avanzar con firmeza segura frente a los riesgos. Con más escenografía, ahora da otra vuelta de tuerca a sus dislocaciones, acentuando sus características tensiones espaciales hasta incomodar a los visitantes. Croft responde a lo esencial en estos tiempos: no renunciar a confrontarnos con formas y volúmenes que nos desafían con su elegancia y fría ironía para describir el presente.Imágenes que hablan del derrumbe. Las estructuras son sólidas pero amenazan con caer y romperse, precipitarse y golpearnos. Las cajas han sido aplastadas hasta convertirse en trapecios, se han invertido y las encontramos patas arriba, todo se ha dispuesto en perspectiva oblicua y dudamos si las anamorfosis se hallan en las piezas o bien somos nosotros quienes las percibimos desde distintos ángulos. Puesto que no hay propuesta de escultura que se sostenga hoy sin diálogo con el espacio en el que se inscribe, sumando el plano de los muros, el montaje es aquí crucial, al funcionar como parte indivisible.
En el umbral de la sala nos recibe la pieza más poderosa y dramática, cuya estructura metálica y vacía parece abalanzarse sobre nosotros, al tiempo que el plano del fondo -un cristal rojo- nos absorbe. Y además, nos rechaza y se defiende, por su fragilidad, apoyada sobre dos láminas de vidrio dispuestas en recorte desigual, sobre las que se prolonga el rojo profundo, sanguíneo. Desde esa posición, apenas balanceando la mirada, merece la pena observar a distancia las nuevas rejillas recortadas sobre papel, que parecen sobreponerse en finos planos, aunque al acercarnos comprobemos que forman parte de un mismo entramado continuo que se despliega en ritmos, se repite, se reafirma y se niega, por su principio/final oblicuo.
Las evocaciones de los papeles son arquitectónicas y cartográficas. Su inestabilidad proviene de las manchas que parecen rezumar en los perfiles, como si la estructura hubiera permanecido debajo de otro plano de pintura sobrepuesta. Y a la inversa, las líneas limpias y disonantes de la trama sobresalen de los volúmenes a los que pertenecían. También hay formas más simples, la caja-cuna-ataúd azul -ese color que en nuestra cultura visual de antaño servía para elevar- se precipita y se desploma.
Como a comienzos de la década de los 90, cuando compaginaba pequeños taburetes y formas elementales en yeso, componiendo imágenes inestables pero cálidas, Croft vuelve a utilizar muebles encontrados. Aquí, una mesa y un banco alargado blancos, testimonios mudos de historias y biografías desconocidas, prestan el matiz de la orfandad. Y soportan estructuras de hierro, aluminio y espejo a punto de caer.
En otras buenas exposiciones que pueden verse ahora en Madrid, a pocos metros de ésta, y como recientes aportaciones de artistas de otras generaciones, con trayectorias distintas aunque compartan vagamente el legado constructivista, povera y minimal, veo sillas colgadas y amarradas con cuerda a las columnas (Isae Ikenaga en el Centro México en Madrid); y estanterías y baldas de factura industrial y uso doméstico (Esther Pizarro en la galería Raquel Ponce) a las que les han crecido módulos, edificios y proyectos urbanísticos, como protuberancias anómalas que se despliegan hacia el suelo, hacia el afuera e invaden el interior. Confluencias de la escultura hoy.