Giorgio De Chirico, arquitecto de las formas
El siglo de Giorgio de Chirico. Metafísica y arquitectura
10 enero, 2008 01:00L’enigma di una giornata, 1914
A propósito de la exposición que el MoMA dedicara al controvertido pintor Giorgio De Chirico en 1982, el a menudo certero crítico estadounidense Robert Hughes señalaba en Time cómo "la ciudad de De Chirico ha sido una de la capitales de la imaginación moderna. Es una ciudad de fantasía, un estado mental, como un significado de alienación, sueños y pérdidas. Sus elementos son ahora tan conocidos que encajan en su lugar en cuanto se los menciona, como las piezas de un rompecabezas, gastadas de tanto montarlas; las arcadas, la torre, la plaza, las sombras, la estatua, el tren, el maniquí". Estos elementos, típicos del más celebrado De Chirico, son los que también encontramos en la exposición que el IVAM brinda al pintor, abordando su relación con la arquitectura. Pese a lo que pareciera, no es ésta una exposición retrospectiva. Si bien en ella están presentes casi todas las épocas del pintor, la muestra El siglo de Giorgio de Chirico. Metafísica y Arquitectura acoge, además de un nutrido conjunto de obras del pintor, un nada despreciable bloque expositivo con proyectos, dibujos, fotografías y maquetas de notables arquitectos.Esta muestra presenta un primer apartado que agrupa una selección de 60 pinturas, en las que se plantea un recorrido por dos periodos: La metafísica y La metafísica renovada. El primer periodo recoge las primeras y muy celebradas obras metafísicas realizadas por De Chirico entre 1911 y 1920 y la segunda sección revisa sus pinturas desde la década de los veinte hasta los setenta, en la que los motivos arquitectónicos se asientan en muy diversos fundamentos, tanto los que se situaron en los prolegómenos del surrealismo, como los que ilustraron cierto "retorno al orden", como los últimos menos interesantes del pintor que se pintó a sí mismo.
En este primer bloque expositivo, por tanto, el espectador reconocerá los asuntos típicos del más característico De Chirico, como son los que fundamentan su extraña arquitectura, los que dan lugar a espacios vacíos y objetos opresivamente agrupados, en calma pero en los que anidan a la vez implicaciones dramáticas, vistos en una perspectiva que es incorrecta y tremendamente familiar, a la vez clara y desconcertante. Estos elementos que han hecho popular la obra de De Chirico, son los que al público gusta reconocer en la eficacia de las representaciones detalladas, a través de un sentido dibujísitico muy pegado a la tradición. Su proceso era similar a la radical concepción del collage, consistente en crear imágenes irreales a partir de elementos reales, excepto en que los fragmentos reunidos por De Chirico existían en la mente, y no eran tomados de periódicos y revistas. De Chirico, como también haría Carrà, elegía objetos que eran en sí mismos poco corrientes, y los colocaba para que acabaran estableciendo relaciones desconcertantes, cuando no inquietantes. Desde ese proceso creativo, surge el pintor de paisajes poéticos, alargando la sombra del simbolismo de su admirado Bückin, pintando objetos con simplicidad y dignidad, en los que la ausencia de acción y el mutismo revelan su carácter enigmático.
Si bien en estas secciones están ausentes obras emblemáticas de De Chirico como L'Incertitude du poète (1913), Le chant d'amour (1914) o la incorporación de obras como I progetti della fanciulla (1915) o Armoires dans une vallé (1926) resultan reveladoras del impacto que el pintor generó en las primeras décadas del siglo XX, en lo que podríamos definir como ilustrador del lenguaje de los sueños en palabras del crítico italiano Soffici y del propio Apollinaire. Es durante este periodo en el que las arquitecturas proyectan su dimensión más estremecedora, en la práctica de un simple desconcierto espacial. Añadía Robert Hughes que "la perspectiva de Giorgio de Chirico no tenía la intención de colocar al espectador en un espacio seguro y abarcable. Pretendía distorsionar la visión e inquietar la mirada. La clonación de los puntos de visión actúa de una forma análoga al cubismo. Confunde el sentido de la profundidad ilusoria, y somete a la superficie a la regla de la forma plana, que es la quintaesencia de la estrategia moderna". Por tanto, más allá del más aclamado influjo poético de De Chirico, como precursor del surrealismo, cabe reivindicar a De Chrico como un formalista en su periodo más fecundo, el anterior a 1918, antes del "declive hacia la mediocridad", en palabras de Hughes. Es este el período que se conoce como período metafísico, compendiado en este primer apartado expositivo Estas obras destacan por las imágenes que evocan ambientes sombríos y abrumadores. Aquí observamos los paisajes urbanos inspirados en las ciudades mediterráneas, y cómo la atención del pintor se fue desplazándo gradualmente hacia espacios colmados de objetos, a veces habitados por maniquíes.
Tras la penumbra que ilumina de modo muy efectista este primer apartado expositivo, al fondo de las salas, destaca a todas luces un segundo bloque que lleva por títilo La arquitectura y De Chirico. En él se presentan materiales arquitectónicos diversos supuestamente inspirados en el imaginario de la pintura metafísica del artista, a base de dibujos, fotografías, maquetas o bocetos de grandes arquitectos como Paolo Portoghesi, Aldo Rossi o Massimiliano Fuksas. A este interesante apartado se suman las fotografías del milanés Gabriele Basilico, con 16 imágenes dedicadas a espacios y edificios relacionados con la vida y obra de De Chirico, tales como el Palazzo de la Civiltà Italiana de Roma o el cementerio de Módena.
La metafísica es una estación
por ángel Mateo Charris
La metafísica es una estación. Para ciertos artistas o periodos del arte hay un tiempo para la extrañeza y el enigma, para las horas congeladas y las arquitecturas inciertas. Puede ser una parada larga o corta, pero miras a tu alrededor y un silencio de sol quemado y luz de sueño hace que entres en un espacio de raro desasosiego. Veo arte metafísico en el quattro y cinquecento, y en los siglos posteriores tanto como en el arte actual, pero hay una época en el que la pintura se hace verbo y la llamamos Metafísica, y el jefe de estación es el gran Giorgio De Chirico, autor de certezas e iluminaciones precoces y de algún que otro descarrilamiento de madurez.
A algunos pintores en los noventa también nos llamaron metafísicos creyendo reconocer cierto aire de familia. Compartíamos algunas de esas querencias por las edificaciones, los objetos casi animados y el mundo del duermevela, el afán de condensar el tiempo en una imagen, de ampliar el plano del cuadro hacia atrás y adelante, de crear un universo autónomo en cada pieza que siguiera sus propias reglas. Y sí, casi todos profesábamos una veneración especial por el artista italiano.
Aunque no fuimos demasiado originales en eso. Nos precedieron muchos otros en el club de fans: Pérez Villalta, Martín Begué, Miquel Navarro y, sobre todo, el que seguramente más se apoyó en sus enseñanzas según sus propias declaraciones: el gran Juan Muñoz. Muchas de sus construcciones escénicas, de sus ilusiones geométricas, del
papel de la escultura en el entorno, vienen de ahí.
Y eso es lo que hace grande a un artista: convertirse en el cofre del tesoro del desván para las nuevas generaciones de creadores. Yo aprendí con De Chirico a jugar con paradojas espaciales, a crear interrogantes a fuerza de confundir puntos de fuga y direcciones de luz, a utilizar las perspectivas como un color más de la paleta.
Pero, confesada mi admiración por el italiano, he de decir que no soy hijo de un solo padre, y que, aunque me guste recalar de vez en cuando en la estación metafísica, tengo por costumbre no parar demasiado en cada sitio y cambiar de destino y de paisaje con frecuencia. Por eso no me encontré cómodo con la etiqueta que entonces me pusieron y me reclamé enseguida algo menos serio pero seguramente más certero: supercalifragimetafísico.