Esther Pizarro, desde la periferia
Redes de contención
8 noviembre, 2007 01:00Celda dual, 2007
El proyecto escultórico de Esther Pizarro (Madrid, 1967) versa sobre el espacio urbano, y de manera más específica y preferente sobre el espacio construido, arquitectónico. Su soporte conceptual se centra en reflexionar sobre tres cuestiones: el modo que actualmente tenemos de percibir la ciudad, el impacto que esa percepción provoca en nosotros y las maneras plásticas en que poder interpretar y construir como escultura esas sensaciones, vivencias y memorias. Su trabajo consiste en seleccionar fragmentos significativos de las ciudades en las que ha vivido (Los ángeles, Roma, París, el cinturón industrial de Madrid…), interpretándolos desde un planteamiento formalmente abierto e imaginativo, en el que la elección de materiales (aluminio, hierro, plomo, madera, fieltro y cera) juega funciones determinantes. Asimismo, su práctica no quiere limitarse a la escultura como "tal", y se desmarca y expande al espacio público y a la arquitectura. En esa orientación, cabe subrayar sus intervenciones en las estaciones de Metro de Francos Rodríguez y Arganda del Rey -realizadas en colaboración con Mónica Gener-, la llevada a efecto en el Parque de la Reina, y, de manera especial, el revestimiento para la fachada del Palacio de Congresos y Exposiciones de Mérida, de Enrique Sobejano y Fuensanta Nieto.Esta exposición de su obra más reciente presenta una evolución notable, al desviar ahora Esther Pizarro su mirada de los lugares y tipos arquitectónicos del centro urbano a los espacios residuales del extrarradio: esos sitios "de nadie" ocupados por restos de arqueología industrial, y cruzados por redes de autopistas que desarrollan sobre ellos sus nudos intrincados. El imaginario de estas obras es el mismo de esa arqueología metálica, constructiva e ingenieril: depósitos, contenedores, tolvas, balanzas, habitáculos fabriles, postes, escaleras, calzadas de circulación entrelazada… Recorriendo la desolación de esos no-lugares, Esther Pizarro trata de estetizar la periferia abandonada, haciendo competir a la escultura con la realidad desnuda. En consecuencia, el amable perfume dadaísta de Duchamp -todo puede ser arte, y la condición del artista se prueba en el crisol de fundir arte y vida- sirve de atmósfera a estas esculturas de tan bello y preciso diseño, al tiempo que los diferentes materiales contraponen aquí la frialdad y rigidez metálicas del acero y la calidez lanosa y maleabilidad del fieltro, o la opacidad textil con la transparencia del metacrilato, mientras las figuras turriformes de estas construcciones fabriles abren de manera imprevista sus mamparas por medio de cremalleras, o vuelven a cerrarlas con un juego imposible de presillas y broches. El espectador no tiene escapatoria: podrá resistirse dialécticamente al proceso de estetización general, o… dejarse llevar, seducido otra vez por la poética romántica de las ruinas.