Diego Rivera, pintor de cuadros
Mujeres peinándose, 1957
La Fundación Caixa Galicia abre las puertas de su nueva sede coruñesa con una exposición dedicada al pintor Diego Rivera con cuadros y dibujos pertenecientes al Museo Dolores Olmedo. Muchas de estas obras nunca se han visto fuera de México. Además, El Cultural recorre los nuevos espacios diseñados por el arquitecto inglés Nicholas Grimshaw.
Génesis de una colección
Las primeras obras que Rivera pintó para Olmedo fueron un desnudo y un autorretrato. Este último constituyó el motivo principal de la discordia que los mantuvo alejados durante casi treinta años. El autorretrato llevaba en el anverso la firma del pintor y un sobrio "A Lola Olmedo" pero Doña Lola lo devolvió airadamente, por indicación de su marido, con una nota que decía "Devuelvo esto porque soy convencida de que no fueron ofrecidas de buena fe". Treinta años después, en 1955, reanudaron su amistad y ese mismo año pintaría el soberbio retrato de su hija, Irene Phillips Olmedo, una de las cuarenta y tres pinturas que vienen ahora a La Coruña para inaugurar el nuevo espacio de Caixa Galicia -diseñado por el arquitecto inglés Nicholas Grimshaw- que ya el año pasado trajo un conjunto de piezas de Frida Kahlo.
La obra de caballete de Diego Rivera no es desconocida en España. En el otoño de 2003, el Museo de América presentó una selección de obras de la colección del Estado de Veracruz, creada por el gobernador del estado, Teodoro A. Dehesa, que fue quien concedió la beca a Diego para que viajara a España en 1907. Fue una buena piedra de toque para comprobar el apetito voraz de Diego Rivera, su ansiedad de empaparse de todos los estilos de la vanguardia. ¿Tiene Diego un estilo propio desde que llega a España en 1906 hasta que regresa a México en 1921? Rivera se adapta a los estilos de vanguardia con una facilidad insultante y crea obras rotundas en cada uno de los palos que toca, como el soberbio Paisaje Zapatista de 1915, esa obra esencial de su etapa cubista, llena de emblemas de la identidad mexicana, que se encuentra en el Museo Nacional de Arte.
Del costumbrismo al mural
La exposición que hoy se inaugura contiene obras de todos los periodos de Rivera. El más temprano es un Autorretrato con Chambergo, realizado en 1907, un cuadro de aire melancólico realizado al poco de llegar a España y que ya da muestras de la asunción de las enseñanzas de su primer mentor en Europa, Eduardo Chicharro. Aunque es en El Picador, pintado dos años después y dedicado a Teodoro A. Dehesa, en el que Rivera domina definitivamente no sólo el realismo costumbrista que le enseña Chicharro sino también la tradición de la pintura española, algo que también puede verse en ese gran lienzo En las afueras de Toledo, de 1912, en el que destaca la capacidad de asimilación pero también el sentido ecléctico que permanecería visible durante tantos años.
Rivera fue pintor cubista entre los años 1913 y 1917. La asimilación fue también rápida, como atestigua El sol rompiendo la bruma o el Joven de la estilográfica, pero el paso determinante fue el viaje a Italia y el conocimiento de los frescos renacentistas, ya casi de vuelta a México. La mayor parte de esta exposición está centrada en el periodo mexicano de Diego, cuando alterna murales y pintura de caballete, hay aquí óleos y dibujos, retratos y paisajes, y frecuentísimas alusiones al pueblo mexicano. Ya en los cincuenta, enfermo de cáncer, pasó temporadas en casa de Doña Lola en Acapulco. Desde la terraza, la vista del mar era una experiencia balsámica. Ocho de estas puestas de sol pueden verse en La Coruña, sutiles variaciones sobre un mismo tema. Y ya poco antes de morir, en 1957, las Mujeres peinándose.
La ilusión de lo impecable
Se inaugura el flamante edificio de la Fundación Caixa Galicia en La Coruña. Nace de un concurso internacional que entrega hace ya diez años el proyecto a Nicholas Grimshaw, arquitecto inglés que representa el movimiento que basó en la tecnología su instrumento de expresión. Esta tecnología que se exhibía como recurso de lenguaje se ha ido dulcificando a lo largo de las últimas décadas, y su máximo representante, Richard Rodgers, compatriota de Grimshaw, sigue siendo el líder de este nostálgico grupo. La sorpresa tecnológica no es ya argumento suficiente para plantear hoy un proyecto arquitectónico, y el lenguaje maquinista, que desde el edificio Georges Pompidou en París revolucionó un modo de intervenir en la ciudad y dio muchos grados de libertad a las generaciones venideras, tiene aun sus adeptos. Pero el esfuerzo tecnológico puede tornarse en contra de la pura lógica y el mas común de los sentidos sin una idea arquitectónica rotunda. El edificio de Caixa Galicia se ubica frente al puerto de la ciudad, y tiene delante el bello perfil quebrado e industrial que irá transformándose seguro en espacio público cuando se superen errores tales como el desafortunado Palacio de congresos y centro comercial que acaba de construir Ricardo Bofill aliado con César Portela en el mismo borde del puerto. Tendido entre medianeras, Grimshaw alude al perfil coruñés con una sutil referencia tipológica a la galería acristalada, y le añade un aroma atlántico que tiene en su sección curva una llamada al mar al que en todo momento mira el edificio. Y además se ha atrevido, en este caso con éxito, a desafiarle, enterrando veintidós metros bajo el nivel freático, cerca de la mitad del programa. Un alarde contra natura de un poder económico y tecnológico para crear un verdadero patio inglés que acoge iluminado un espacio de congresos bajo la rasante del edificio. Sobre el nivel de acceso se alzan un nutrido y selecto grupo de tecnologías de catálogo, exquisitamente seleccionadas dentro del amplio espectro internacional de soluciones industriales. Es un edificio de importación que se ha ensamblado en la Coruña. Todas las aplicaciones domóticas que se puedan imaginar, desde las cortinas eléctricas accionadas a distancia, hasta los más sofisticados sistemas de control de la humedad y temperatura del aire están resueltos en los espacios del edificio, chirriando sin embargo con una pintura al "gotelé" que han soplado contra el techo. Ahí estalla la burbuja tecnológica. O también un hormigón falso que se esconde detrás de una pintura escenográfica que imita el acabado tendido sobre cartón-yeso. Se ha visto el arquitecto preso de su propio lenguaje, sacrificando la verdad por la ilusión de lo impecable.
Antón GARCíA-ABRIL