Baldessari, palabras pintadas
John Baldessari. Prima Facie (Third State).
Galería Pepe Cobo. Fortuny, 39. Madrid. Hasta el 10 de noviembre. Desde 115.000 €
Está vivo -¡vaya si está vivo!- el proyecto de John Baldessari (National City, California, 1931), que no sólo ha venido a ser una de las figuras centrales y de influjo más fuerte del arte conceptual de los sesenta y los setenta, así como de la vía neoconceptual abierta en la década de 1980, sino también, y sobre todo, un artista que ha ocupado siempre un espacio singular. Desde su formidable actitud de no aceptar los límites puritanos y programáticos de la ortodoxia teórica de las tendencias de cierre de la modernidad -minimalismo y conceptualismo-, y desde su infatigable búsqueda de horizontes nuevos de expresión, viene desarrollando una práctica postmoderna que, partiendo de la imagen fotográfica y de la palabra escrita, se cuestiona el formalismo y la misma naturaleza objetual del arte como “obra”, al tiempo que ensambla el componente artístico con la dialéctica del compromiso social.
La vitalidad de este proyecto destaca, desde luego, por la penetración mantenida y por los logros sucesivos de sus análisis sobre hasta qué punto la imagen y la palabra son intercambiables, y también por la eficacia de su defensa de la legitimidad y conveniencia de la apropiación de imágenes en la práctica artística, teoría que ha influido tan directamente sobre procesos y personalidades del relieve de David Salle, Matt Mullican, Barbara Kruger o Jenny Holzer. Pues bien, esta práctica tan personal, que se mantiene palpitante e interiorizada, es decir, progresivamente llena de conocimiento, ofrece sus frutos más recientes en la serie Prima Facie (Third State), realizada ahora ex profeso para presentarla en los espacios de la galería Pepe Cobo. Es ésta, si no me equivoco, la quinta exposición individual de Baldessari en España, tras la de su presentación -compartida en el Reina Sofía y en el IVAM- en 1989, la que le dedicó el propio Pepe Cobo en 1991, la organizada por la Casa da Parra en Santiago de Compostela en 1992 y la que le dedicó el MACBA en 1998.
Baldessari ha recurrido en esta ocasión a un formato prácticamente inédito en su trayectoria: el díptico, siendo la imagen fotográfica impresa (en color saturado, unas veces; y en blanco y negro, otras) la que ocupa siempre el panel de la izquierda, y siendo el texto, pintado “a mano” (en negro, imitando la letra de molde), el que se inscribe en el panel de la derecha. Ese conjunto de dípticos de grandes dimensiones se contrasta aquí con la presentación de una sucesión de obras más pequeñas configurando una especie de “secuencia en columna”, que va del rodapié al techo de la galería, siendo éste un tipo de montaje que al artista le gusta utilizar en muchos trabajos recientes.
El soporte de todas estas obras es el tradicional de la pintura: el lienzo, con lo que el autor subraya esa especie de inevitable cordón umbilical que, en cualquier caso, su trabajo guarda con las artes de la tradición. (No olvidemos que en 1970 Baldessari quemó toda su producción pictórica previa a su práctica en la vertiente conceptual). A la vez, las imágenes de esta serie -retratos en primeros planos- son de procedencia mediática, televisiva y cinematográfica (en especial, tomadas en préstamo de películas de los años sesenta, serie B y cine negro americano), y, en lugar de ser pintadas, van en impresión digital fotográfica; en cambio, los textos no van impresos, sino pintados al acrílico directamente sobre el lienzo.
Con este sistema de “imprimir” la imagen y de “pintar” la palabra escrita, Baldessari insiste en su interrogante de siempre y le da una nueva frontera, analizando -con inesperado y gratificante sentido del humor- hasta dónde es posible utilizar la imagen y las palabras (esta vez en plural) en un mismo sentido y sin necesidad de modificación. Al mismo tiempo, la contraposición física -en el espacio pictórico de sus respectivos paneles- y la asociación mental de cada imagen con los vocablos escritos junto a ella -palabras que constituyen sinónimos sólo en apariencia-, introducen al espectador en un envite diabólico, el del arte experimentado como campo de minas: de dudas y de interrogantes.
En estas obras de presencia tan fuerte, tan minimalista e inequívoca del conceptual-lingüístico, vibra al mismo tiempo la referencia al pop-art, que subyace en buena parte del proceso creativo de Baldessari, a veces tan relacionable con Andy Warhol en lo que respecta al origen “popular” de “las imágenes nuevas del nuevo arte”, y también en lo que atañe al resentimiento con el arte anterior (el de la tradición y el de las vanguardias) y la cuestión sentida de tantos artistas plásticos postvanguardistas de “¿por qué no dar a la gente lo que más entiende, que es la palabra escrita y la fotografía?” -en declaración del propio Baldessari-.
Todo ello -tan aparentemente sencillo-, adobado con diferentes recursos de ordenación, tales como la fragmentación, la recomposición y la edición en secuencia, y con la lógica cinematográfica del campo-contracampo, y con el juego del dilema en la elección entre alternativas difíciles por su sutileza…, con el resultado de establecerse siempre en ese terreno de nadie -o de unos y de otros, aunque no de todos- que va de la precisión de la forma a la demolición de lo pictórico.
De nuevo, entre nosotros, el Baldessari de siempre, subordinando lo visual a la idea, pero practicando la opción de los relatos “de nunca acabar”, otorgando a la palabra escrita la prioridad que tuvo la imagen, para volver a dar a ésta la mitad de la relevancia que le negó.