Image: Viaje al alma de Miquel Barceló

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Exposiciones

Viaje al alma de Miquel Barceló

1 mayo, 2003 02:00

Sangha Ibé, Jeune fille avec grand sac, 2000. Menorca. Colección del artista

La Lonja. Palma de Mallorca. Mallorca. Museo de Menorca. Maón. Menorca. San Francisco Javier. Plaza de la Constitución. Formentera. Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza. Ibiza. Hasta el 31 de agosto

Una hermosa fábula de Paulo Coelho, la que narra las vicisitudes de El Alquimista, cuenta que aquello que más encarecidamente perseguimos puede estar tan cerca que a veces es necesario perderlo para regresar y encontrarlo. Dos largos viajes, uno por la geografía de la pintura y la cultura occidental y otro por la piel de áfrica, han devuelto la mirada de Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) a ese mar mallorquín que siempre estuvo frente a él.

Voluptuosa metáfora de esas ideas, de movimiento y transformación asociadas al paso del tiempo, y de ese planteamiento unificador del cuadro como "organismo vivo"; lugares analógicos de tantos viajes en pos del conocimiento; "bajorrelieves" con mil puntos de vista que imitan la azarosa densidad cambiante de los fondos y superficies, de las cuevas marinas… las últimas pinturas de la serie del mar de Barceló culminan un proceso que conduce desde las bibliotecas y las ciudades, desde Tintoretto, Rembrandt, Turner, Goya y Tanguy, Conrad, Faulkner, Stevenson o Pessoa, desde el desierto y las aguas trémulas del Níger, desde la vida y la muerte, desde la alta cultura y la artesanía, hasta la fenomenología de la pintura.

Cuatro exposiciones de Barceló, comisariadas por Enrique Juncosa, narran este peculiar viaje del artista hacia sí mismo. La primera, arranca en Sa Llotja de Palma, con un repaso a dos décadas que contemplan la sustitución de los pinceles por el uso de las manos y el olvido del gesto por la celebración de la materia. Divida en cuatro partes, incluye obras casi inéditas -como el Memorial Soup, de 1987, que marca el inicio de ese juego de transparencias y vuelos a vista de ave de sus pinturas blancas-, muy conocidas -como L"atelier aux sculptures de 1993, lienzo emblemático donde aparecen las deformaciones y relieves de los que emergerá la escultura- o peculiares -como Jaune piquant, de 1996, de vibrante color y collage de materias en tiempos de la cerámica-. A través de veintiún cuadros de gran formato, observamos cómo Barceló disolvió la perspectiva en agitadas sopas, torbellinos y elipses, cómo superó las lindes del barroco y el manierismo dejándose apoderar por un repertorio de formas y fenómenos que conjugaban una descomunal y caótica orgía de vida y muerte: tauromaquias, naturalezas muertas y tempestades; animales vivos, heridos o muertos; esqueletos, vísceras, vegetales y piedras… cicatrices y accidentes convexos y cóncavos, grutas-bocas-vulvas-vasijas… territorios habitados por una marea de restos que engullirían las "pinturas expandidas", esas apoteósicas y neorrománticas superficies pensadas desde la cerámica.

No es casual que sea en Menorca, la más arcana de las islas, donde se han reunido las treinta esculturas en cerámica creadas en Artà, Francia y Vietri sul Mare. Frágiles como la vanidad y la vida, respetuosas con el accidente y la imperfección, dibujadas con los dedos y modeladas a golpes de intuición, esas hermosas y polisémicas piezas son la mejor metáfora del alma de Barceló.

Muy próximos en su espíritu, pero más leves y sutiles, casi como fragmentos de vida atrapados al vuelo, una cincuentena de dibujos africanos, chinos y realizados en la selva de Guatemala, integran la muestra de obra sobre papel, ahora en Ibiza. Es en estas superficies donde recobran su lugar ciertos temas -como las ciudades, los interiores o la figura humana- o desde donde Barceló nos habla con esa elocuencia de lo sencillo, sobre todo en esas bellísimas acuarelas y tintas chinas que poseen el carácter de un dietario íntimo. Una única escultura en bronce, Mobili, anclada frente al Ayuntamiento de Formentera, resume y ejemplifica al Barceló escultor, a aquel cuyas manos describen tan sabiamente el rumbo que traza su inquieta mirada, al de las acumulaciones visuales, al hombre capaz de olvidarse de que es un artista para encontrarse con el arte.

Soñar con catedrales
"Como una cueva coloreada por la luz de los vitrales", como un ambiente único en el que todos los elementos, incluso el mobiliario litúrgico, sean de tierra cocida. Así está realizando Barceló su Capilla de Sant Pere de la Catedral de Palma, en el taller de Vietri sul Mare (Salerno, Italia) junto al ceramista Vincenzo Santoriello. Buscando "algo totalmente nuevo", un cuadro cerámico que recubra toda la Capilla, y conjugando la dimensión espiritual del arte con la sensualidad material de los seres vivos, el artista ejecuta ese gran relieve que precisará unos mil puntos de anclaje. Golpeando la tierra húmeda para conseguir accidentes, quiebras y esas formas sobre las que aplicará generosamente el color, trabajando con sus manos y su memoria, desgranando la iconografía que enmarcará al Cristo crucificado, Barceló interpreta el milagro de los panes y los peces. Cinco vitrales que se realizarán posteriormente en Montfleury completarán una obra que, en algunos aspectos, se aproxima a la última intervención artística realizada en la Seu, la de Gaudí.