Eros y Thanatos
"Venus y el mandril", 1999. 160 * 130
Álvaro Delgado reflexiona sobre una cuestión clave en la representación artística del desnudo: el arte debe sortear los impulsos del instinto a la hora de plasmar un cuerpo desnudo, de manera que el deleite estético excluye el deleite carnal
Las obras que se presentan en esta ocasión en el Círculo de Bellas Artes constituyen una serie titulada Eros y Thanatos. Quiero llamar la atención sobre este particular, porque álvaro Delgado siente predilección por este tipo de planteamientos: la concepción de una obra global, más allá del conjunto de cuadros singulares. La Crónica del Navia, la Crónica de la Olmeda y la reciente Crónica Astur son otros cuantos ejemplos de este empeño. Pintados entre 1996 y la actualidad, los cuadros que ahora contemplamos, dedicados a los principios contrapuestos de la vida y la muerte, estaban inevitablemente en el camino de un artista que siempre ha dejado constancia del momento que le tocaba vivir. Parte de representaciones ejemplares de ambos temas en la historia de la pintura: el célebre grabado de Durero, El caballero, la muerte y el diablo, otros de Baldung Grien, como El caballero y La muerte y la doncella. Esto en lo que se refiere a Tánatos. En el caso de Eros, el punto de partida es más amplio y ambiguo: paisajes bíblicos, venus neolíticas, mitología clásica y una inevitable referencia a las figuras femeninas de Picasso. Confieso mi predilección por los cuadros que versan sobre este último aspecto, entre otras cosas porque, de forma consciente o no, reflexionan sobre una cuestión clave en la representación artística del desnudo. Me refiero al hecho que los tratadistas han subrayado siempre: el arte debe sortear los impulsos del instinto a la hora de plasmar un cuerpo desnudo. Lo carac- terísticamente artístico es una sublimación de lo material, de manera que el deleite estético excluye el carnal. Creo que buena parte de la historia del desnudo en Occidente ha jugado a caminar por esa sutil distinción. También lo hace álvaro Delgado. Sus desnudos son en ocasiones tan explícitos como artísticos, en un esfuerzo de integrar lo fisiológico con lo estético. Las variaciones sobre la Venus ensimismada, o sobre la Venus y el mandril no son precisamente mojigatas, pero nadie podría tacharlas de pornográficas. En el caso de estas últimas, la contraposición del voluptuoso cuerpo femenino, civilizado, con el mono de ojos desaforados, como plasmación del instinto salvaje tienen a mi juicio el mayor interés.
Me gustaría, finalmente, citar unas palabras del autor: "No he intentado inventar nada nuevo en la pintura... Me he limitado a desarrollar un lenguaje con el que expresar ciertas ideas y comunicar experiencias que me pertenezcan". Viene a cuento para ilustrar una posición ante la vanguardia que no es de rechazo -como lo prueba en su obra- pero tampoco de absorta dependencia. Gracias a ello, álvaro Delgado ha construido uno de los universos pictóricos más personales de su generación. El catálogo de las obras está acompañado por una serie de magníficos poemas de Antonio Gamoneda, poeta singularísimo al que esa tensión entre innovación y tradición tampoco le resulta ajena.